domingo, 29 de enero de 2012

Vivencias del Dr Armando Toraya Lope durante un reconocimiento a su labor profesional.


Dr. Armando Toraya Lope, reconocido campechano de larga carrera al servicio de  la Medicina General.

…Soy un médico que nunca se ha destacado por realizar algún hecho inédito: Escribir un libro, descubrir una nueva enfermedad o una nueva técnica quirúrgica. Mi labor ha sido trabajar durante 52 años en la Ciudad de Hecelchakán, una auténtica comunidad rural de gente sencilla, amable y servicial, a la que llegué el 27 de diciembre de 1953..
   En aquellos tiempos se carecía de todo en la población, que se encuentra a 115 kilómetros de Mérida;  no había energía eléctrica, solamente una planta particular que daba el servicio durante  cuatro  horas por la noche. No había teléfono, a excepción  de un teléfono público; no se conocía la televisión, no había servicio de agua potable, y se consumía agua de pozo.
   …No había calles pavimentadas ni vehículos de motor, y el único medio de transporte era el tren de Mérida a Campeche. Existían  dos destartaladas camionetas y algunas carretas de tracción animal; solo se contaba con una oficina de correos y  una de telégrafos,  y no había clínica para atención médica. Se contaba con  un centro de higiene, precursor del actual Centro de Salud, con un médico. La comunidad también  tenía un salón de cine, con tres funciones semanales; un mercado público con escasos comestibles y una estación de tren.
   En medio de estos elementos me lancé a la aventura de probar si había aprendido  algo en la Facultad de Medicina; no tenía otra opción, ya que tenía que trabajar para poder comer.
Desde el primer minuto me empezaron a llegar pacientes y desde entonces hasta ahora el ejercicio de mi profesión, aunque no muy brillante, ha transcurrido con tranquilidad, aderezado con momentos excitantes y ratos no placenteros. Veamos por qué:
con tranquilidad por que nunca me he buscado enemigos (el que no tiene personalidad no tiene enemigos); me he relacionado con toda la gente sin tomar en cuenta partido político, religión ni clase social; tengo amistad lo mismo que un humilde campesino que el personaje más encumbrado. Nunca he sido persona con principios orgullosos.
   He vivido también momentos excitantes  en los que aflora abundante adrenalina, cuando he atendido a pacientes que  sufrieron accidentes de diversa índole, lesiones  por arma de fuego o arma blanca, mordeduras de serpiente, y quemaduras, entre otras cosas. Y también he intervenido en atención de embarazos y partos complicados, lo que representaba un verdadero problema al no contar con equipo de hospital, como tampoco con  ayuda humana, lo que me llevaba a recurrir a mi esposa para que la  hiciera de anestesista.
   En estos menesteres es cuando más  recordaba a mis maestros: los Doctores Xavier Abreu Echánove, Efraín Zumárraga Ramírez, José del Carmen Cabañas, Pedro Cámara Millán, Enrique Escalante Alfaro y Jorge Muñoz Rubio, entre  otros, cuyos espíritus invocaba para que me iluminaran en estos trances.
   También en esa época, llegué a hacer de radiólogo, pero esto fue posteriormente, cuando construyeron el Centro de Salud y donaron un aparato de rayos X pero nadie sabía manejarlo, de manera que  me escogieron para hacerlo.
   Otro dato para no olvidar: como ya había carretera a Campeche, por allá de 1960, compré un coche Cheverolet para usarlo como ambulancia y poder trasladar los casos graves y urgentes al hospital Manuel Campos de la Ciudad de Campeche. Convertido en taxista transitaba por aquella carretera blanca, polvorosa y con baches  una distancia de  ochenta  kilómetros. Tenía que hacerlo porque entonces no se contaba con transporte como  en estos tiempos;  antes de la construcción de la  carretera, había que esperar la pasada del tren, y muchas veces para ese momento el paciente había fallecido.
   Todos los inconvenientes para ejercer la Medicina se aliviaron un poco por dos obras: la construcción del Centro de Salud y de la incipiente carretera.
   Los momentos no placenteros  se presentaron cuando fracasaba en mi intento por salvar una vida, cuando tenía que dar una mala noticia a los familiares; cuando mi actuación no era comprendida por los familiares y me ofendían, y hasta me lanzaban alguna maldición gitana  al descubrir que el paciente estaba fuera de mi capacidad y que tenía que atenderlo un especialista.
   Cabe mencionar que tuve la suerte, en cierta época de mi vida en trabajar en dos Instituciones: La Escuela Normal Rural “Justo Sierra  Méndez” y el Centro de Salud “B”, además de atender la consulta privada.
   Hubo ocasiones en que yo era el único médico en la población, pero a partir de 1990, me desligué por completo de esta actividad burocrática y me dediqué solo a mi consultorio, donde hasta hoy sigo sirviendo al público.
   Como dato curioso quiero decirles que durante  cuarenta años hice mis consultas a domicilio en una motocicleta, lo mismo en el poblado que en los pueblos vecinos; y los hacía así por que las calles eran kankabales (tierras bajas) y piedras,  lo que las volvía difíciles de transitar. Acabé con cinco motocicletas en mis andanzas y no les digo cuanto cobraba,  porque me da vergüenza…
Para finalizar quiero dejar asentado lo siguiente:
- Durante mis 52 años de Médico, nunca he pasado de ser Médico General.
- Nunca he hecho un viaje de placer al extranjero.
- Nunca estrené automóvil cada año. El que tengo es de 1990.
- Nunca me atreví a engañar a mi paciente, haciéndole creer que lo curaría  a cambio de cierta cantidad de dinero.
- Nunca supe explotar a la gente para hacerme rico.
- Y nunca me comprometí a tratar a algún paciente si estaba fuera de mis conocimientos.
Pero aparte de lo anterior, también quiero asentar lo siguiente:
- Me siento feliz de tener una familia saludable, cariñosa y unida.
- Gozo de toda la amistad y respeto de la gente de mi pueblo.
- No me arrepiento de cómo he servido y de cómo soy.
Si volviera a nacer haría lo mismo e incluso estudiaría Medicina otra vez.
Muchas cosas se quedaron en el tintero, pero hoy es suficiente con lo dicho. No es posible narrar en  quince minutos una vida dedicada a mis semejantes.
Muchas gracias por su paciencia y presencia.
Hecelchakán, Camp. A 16 de octubre del 2005.

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