VIVIR LA NAVIDAD
Navidad para el
cristiano es la conmemoración de la venida de Jesús, un estado interno que si
bien puede aumentar con la presencia de elementos
festivos, no depende de ellos.
En la concepción pagana es una celebración
que tiene qué ver con la expresión de los sentimientos propios. Intercambiamos buenos deseos y regalos en un hermoso
ambiente.
Por uno u otro camino esta celebración es
muy distinta cualquier otra a lo largo del año.
Hay una magia que no hallamos más que en la temporada decembrina, cuando
nos permitimos entrar en contacto con nuestro niño interior.
Ocasión perfecta para romper la rigidez que solemos mantener el
resto del año, y así permitir que la
alegría se vuelque en nosotros como cuando éramos pequeños.
Difícilmente habrá quien no guarde bellas memorias
de aquellos los primeros años; una dulce nostalgia nos invade al recordar momentos
que vivimos con los seres queridos que se nos han adelantado.
Danzan frente a nuestros ojos imágenes que valoramos de un modo muy especial: Quizás el
rostro de la abuela, o destellos de las reuniones familiares en torno
al nacimiento o a la piñata. Puede venir
a la mente el recuerdo de las luces de
un árbol que para nuestra estatura infantil resultaba colosal.
Las
fiestas decembrinas entran por nuestros sentidos para ir a instalarse en el centro del pecho
como un pequeño fogón de temporada. Cada
elemento del exterior que toca nuestro ser llega con su carga de magia que nos permite
gozar y reír como niños.
Jesús nos invita a celebrar precisamente
así, como niños, con una alegría
sencilla, ajena a las matemáticas, que tiene qué ver con la dicha de la convivencia
y no con la expectativa de recibir regalos materiales.
Una palabra que utiliza la Biblia para
describir este auténtico gozo es el contentamiento; esto es, sentirnos felices
con lo que somos y tenemos. Sabernos muy
afortunados por contar con vida, salud,
y una familia que nos ama.
Es despertar cada mañana dando gracias por
una nueva oportunidad de conocer, de crear y de crecer, bajo el cobijo del amor
de Dios.
Observamos que en tanto para muchos la Navidad es
alegría, para otros resulta triste y melancólica. Mucho se ha hablado de la falta de luz en el
ambiente propia del invierno en el hemisferio norte, aunque quizás tenga mucho
qué ver con esas ausencias de quienes se nos han adelantado.
Me parece que hay un tercer elemento que
tiene qué ver con las expectativas de orden material propias de la temporada, y
que al no cumplirse nos provocan cierta desazón.
O bien, con relación a elementos materiales que
cuestan dinero, nos invade un gozo que no termina de ser pleno, ya sea porque
nuestra capacidad adquisitiva no nos permite acceder a ellos, o bien, que por
comprarlos luego nos vemos en grandes apuros.
Nuestra celebración puede ser plena o no,
todo depende de qué pongamos en nuestro corazón antes de salir de casa.
Podemos vivir las fiestas con sencillez y
contentamiento, contando nuestras bendiciones, de manera que, al no esperar
nada, cualquier cosa es acogida con gozo.
El clima, la música, las luces de
temporada; una taza de chocolate caliente, el aroma de una mandarina, o un
ponche con una raja de canela.
Podemos perdernos en asuntos vanos y hallar
siempre una razón para sentirnos los más
desdichados, o podemos enfocarnos a
gozar lo pequeño en grande.
Cada cual decide cómo vivir su vida, del
mismo modo como decide de qué forma vivir las fiestas de la Navidad.
La invitación de Jesús niño es a vivir de la
manera más humilde. Nos recuerda que
siendo rey quiso nacer entre pajas, para que ninguno se avergonzara de
aproximarse a su cuna.
Veo en los sitios públicos mucha gente
presurosa, irritable, con un rictus que sugiere todo menos alegría o
satisfacción por la temporada. De ellos trato de alejarme.
En cambio veo niños pequeños cuya capacidad
de asombro les permite ver algo
nuevo a cada momento. De ellos quiero
contagiarme.
Pero sobre todo me he propuesto apegarme al sentido cristiano
de la celebración, para vivir la fiesta con un corazón manso, libre de apegos,
que me permita contar mis bendiciones cada mañana a lo largo de toda mi vida,
para sentir cuán grande es mi fortuna
como cristiana.
Hay diversas maneras de vivir la
Navidad. Mi propuesta es la de pasar unas
venturosas fiestas de Navidad en compañía de todos aquellos que llevamos en el
corazón, sabiéndonos auténticamente bendecidos.
¡Felices fiestas!
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