domingo, 30 de diciembre de 2012

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza


FRENTE A UN  NUEVO COMIENZO
El ser humano del tercer milenio no puede vivir al margen de lo que ocurre en el mundo; los ermitaños no tienen cabida en un planeta altamente tecnificado.
   En menos de un segundo nos enteramos de lo que ocurre en regiones tan lejanas como Karibib, en la república africana de Namibia.  A este grado de perfeccionamiento  llega la tecnología de punta que se ha abierto paso en nuestras vidas, para convertirse en un elemento de primer orden.
   Las  bondades de esta misma tecnología que sirven para conocer y solidarizarnos con diversas causas humanas  tienen, sin embargo, un doble filo.  Su manera de ponernos tan próximos a la tragedia y  muerte de otros, genera en nosotros un grado de acostumbramiento perverso.
   Y aunque no lo hayamos notado quizás, en el interior de  cada uno se va gestando  una progresiva insensibilidad ante las desgracias ajenas.
   Es de este modo como comenzamos a actuar movidos por una suerte de desencanto frente a la vida.   De una u otra manera dejamos de valorarla por lo que es, una  concatenación de milagros que nos permiten formarnos en el vientre materno, nacer, y de este modo tener la oportunidad de alcanzar grandes metas desde el puerto de nuestra propia humanidad.
   Las noticias que dan cuenta de este desamor por la vida son múltiples y variadas; coinciden en un punto común que lleva a cuestionar hasta dónde el estar inmersos  dentro de tanta tecnología no nos está robando esa parte espiritual que  debiera distinguirnos de otros seres vivos.
   Aunque, hay que decirlo, hay animales que nos sorprenden por su capacidad de  empatía a las causas de sus amos, mucho más allá de lo que esperaríamos encontrar.
   Volviendo a nuestro asunto, como que este contacto a través de la tecnología con lo que un ser humano es capaz de hacer en contra de otro, nos ha vuelto de alguna manera insensibles. 
   En primer lugar un aparato tecnológico nos aísla del mundo, tanto en la esfera física como en la  parte emocional.
   Dentro de aquel aislamiento nos alejamos de las necesidades de otros,  a la vez que vamos concediendo mayor importancia a lo propio.
   Surge una tendencia a hacer aquello que nos complace, por encima de lo que se debe, y preferimos lo que nos reporta un beneficio antes que aquello que lo reporta a otros.
   Por este camino se  genera una lamentable cosificación de las personas de suerte que comenzamos a visualizarlas como objetos cuyo valor dependerá de la utilidad que nos reporten. 
   Y como objetos pues, se toman o se dejan; se utilizan o se desechan, en la medida en que satisfagan nuestras necesidades o  comiencen a estorbarnos.
   Éste es el precio terrible que paga el ser humano cuando se deja envolver por una tecnología que debiendo ser utilitaria, de alguna manera se convierte en el becerro de oro ante el cual depositar toda la  confianza.
   Como fue para los israelitas en su espera  al pie del Monte Sinaí, la tecnología puede convertirse en  dioses que marchan frente a  hombres  desencantados de que su  señor no responda como ellos esperaban que lo hiciera.
   En tiempo quienes hoy vivimos hemos sido unos privilegiados.  Nos ha tocado estrenar siglo y estrenar milenio. Ahora que se cierra un ciclo de la civilización, nos corresponde asimismo iniciar una nueva etapa en la historia de la humanidad, lo que  coloca una gran responsabilidad sobre nuestros hombros.
   En este cambio debe de prevalecer el espíritu muy por encima de todo lo demás.  La vida por encima de las formas de muerte a las que comenzamos a acostumbrarnos.
   Tiempo es de reordenar nuestras prioridades y preguntarnos si lo que ahora hacemos nos conducirá a crear una humanidad que trascienda más allá de sus propios límites materiales.
   Hoy es el momento para desechar todo aquello que entorpece nuestra marcha, y comenzar a trabajar por generar herramientas que nos permitan avanzar como esos seres de luz que todos llevamos dentro.
   Justo hoy es el momento de abrazar la vida en todas sus manifestaciones, poniendo en su defensa cuanto somos.
   Porque finalmente amar la vida es lo que nos permite trascender más allá de la piel y los sentidos.
   A través de ello somos capaces de forjar un legado  que pueda ser de utilidad a quienes vienen detrás.
   De otra manera, en aislamiento de muerte, estamos condenados a volvernos polvo nada más.
   Que el amor a la vida sea el pálpito que mueva todas y cada una de nuestras acciones, de manera que vayan encaminadas a crear un mundo mejor para todos.
   Feliz año.  Feliz nueva época que hoy inicia a nuestros pies, como la alta montaña frente a la cual cada quien decide el destino de sus pasos.


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