FRENTE A UN NUEVO COMIENZO
El ser humano del
tercer milenio no puede vivir al margen de lo que ocurre en el mundo; los
ermitaños no tienen cabida en un planeta altamente tecnificado.
En menos de un segundo nos enteramos de lo
que ocurre en regiones tan lejanas como Karibib, en la república africana de
Namibia. A este grado de
perfeccionamiento llega la tecnología de
punta que se ha abierto paso en nuestras vidas, para convertirse en un elemento
de primer orden.
Las bondades de esta misma tecnología que sirven
para conocer y solidarizarnos con diversas causas humanas tienen, sin embargo, un doble filo. Su manera de ponernos tan próximos a la
tragedia y muerte de otros, genera en
nosotros un grado de acostumbramiento perverso.
Y aunque no lo hayamos notado quizás, en el
interior de cada uno se va gestando una progresiva insensibilidad ante las
desgracias ajenas.
Es de este modo como comenzamos a actuar
movidos por una suerte de desencanto frente a la vida. De una u otra manera dejamos de valorarla
por lo que es, una concatenación de
milagros que nos permiten formarnos en el vientre materno, nacer, y de este modo
tener la oportunidad de alcanzar grandes metas desde el puerto de nuestra propia
humanidad.
Las noticias que dan cuenta de este desamor
por la vida son múltiples y variadas; coinciden en un punto común que lleva a
cuestionar hasta dónde el estar inmersos dentro de tanta tecnología no nos está robando
esa parte espiritual que debiera
distinguirnos de otros seres vivos.
Aunque, hay que decirlo, hay animales que
nos sorprenden por su capacidad de empatía a las causas de sus amos, mucho más
allá de lo que esperaríamos encontrar.
Volviendo a nuestro asunto, como que este contacto
a través de la tecnología con lo que un ser humano es capaz de hacer en contra
de otro, nos ha vuelto de alguna manera insensibles.
En primer lugar un aparato tecnológico nos
aísla del mundo, tanto en la esfera física como en la parte emocional.
Dentro de aquel aislamiento nos alejamos de
las necesidades de otros, a la vez que vamos
concediendo mayor importancia a lo propio.
Surge una tendencia a hacer aquello que nos
complace, por encima de lo que se debe, y preferimos lo que nos reporta un
beneficio antes que aquello que lo reporta a otros.
Por este camino se genera una lamentable cosificación de las
personas de suerte que comenzamos a visualizarlas como objetos cuyo valor
dependerá de la utilidad que nos reporten.
Y como objetos pues, se toman o se dejan; se
utilizan o se desechan, en la medida en que satisfagan nuestras necesidades o comiencen a estorbarnos.
Éste es el precio terrible que paga el ser
humano cuando se deja envolver por una tecnología que debiendo ser utilitaria,
de alguna manera se convierte en el becerro de oro ante el cual depositar toda
la confianza.
Como fue para los israelitas en su espera al pie del Monte Sinaí, la tecnología puede
convertirse en dioses que marchan frente
a hombres desencantados de que su señor no responda como ellos esperaban que lo
hiciera.
En tiempo quienes hoy vivimos hemos sido
unos privilegiados. Nos ha tocado
estrenar siglo y estrenar milenio. Ahora que se cierra un ciclo de la
civilización, nos corresponde asimismo iniciar una nueva etapa en la historia
de la humanidad, lo que coloca una gran
responsabilidad sobre nuestros hombros.
En este cambio debe de prevalecer el
espíritu muy por encima de todo lo demás.
La vida por encima de las formas de muerte a las que comenzamos a
acostumbrarnos.
Tiempo es de reordenar nuestras prioridades
y preguntarnos si lo que ahora hacemos nos conducirá a crear una humanidad que
trascienda más allá de sus propios límites materiales.
Hoy es el momento para desechar todo aquello
que entorpece nuestra marcha, y comenzar a trabajar por generar herramientas
que nos permitan avanzar como esos seres de luz que todos llevamos dentro.
Justo hoy es el momento de abrazar la vida
en todas sus manifestaciones, poniendo en su defensa cuanto somos.
Porque finalmente amar la vida es lo que nos
permite trascender más allá de la piel y los sentidos.
A través de ello somos capaces de forjar un
legado que pueda ser de utilidad a
quienes vienen detrás.
De otra manera, en aislamiento de muerte,
estamos condenados a volvernos polvo nada más.
Que el amor a la vida sea el pálpito que
mueva todas y cada una de nuestras acciones, de manera que vayan encaminadas a
crear un mundo mejor para todos.
Feliz año.
Feliz nueva época que hoy inicia a nuestros pies, como la alta montaña
frente a la cual cada quien decide el destino de sus pasos.
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