Como casi todos sabemos, durante su reciente visita a la
Tierra Santa de judíos, musulmanes y cristianos, el Papa Francisco hizo un
llamado para que nunca más se asesine en el nombre de Dios.
Para los judíos, Jerusalén e Israel son la tierra
prometida, la ciudad santa, que el mismo Dios les entregó. Para los
musulmanes, Mahoma ascendió hasta el trono de Alá desde el lugar donde
ahora se asienta la mezquita de Omar en esa misma Jerusalén. Para los
cristianos, es la tierra escogida por Dios para encarnarse y predicar su
doctrina. Paradójicamente es una tierra por la que, durante siglos y
siglos, los hombres se han matado, precisamente, en el nombre de Dios.
¡Qué bien suenan las palabras de Francisco llamando a
que nunca más se asesine en el nombre de Dios!, su llamado no es otra cosa
que la concreción del amor y del respeto a nuestros semejantes y a la vida.
Sus palabras tienen validez allá, donde la guerra continúa, aquí donde
seguimos inmersos en un clima en el que, día a día, se manifiesta un gran
desprecio hacia la vida y hacia las personas.
"Respetémonos unos a otros, dijo Francisco, como
hermanos y hermanas ", y añadió: "ofrezco mi casa en el Vaticano
como el lugar para este encuentro de oración".
En terrible contraste con ese llamado, una mirada a la
prensa nos muestra aquí y allá un clima generalizado de violencia, crueldad
y atropello a las personas y a la vida: En Matehuala unos policías torturan
a un adolescente, en Tamaulipas unos escolapios asesinaron a un compañero,
en nuestro Saltillo chiquillas y chiquillos se lesionan de gravedad y
videograban sus reyertas, en Michoacán las autodefensas continúan armadas y
asesinan a personas; mientras que capos y sicarios se matan entre sí y
hacen de las suyas con total impunidad. Frente a tanto dolor, vale la pena
escuchar al Papa Francisco.
Los adultos nos sentimos alarmados, pero debemos
recapacitar que hemos dado mal ejemplo, por acción o por omisión, no
debiera extrañarnos que se multiplican los casos de buyling entre niños y
niñas, que se lastiman y golpean con saña hasta provocarse graves lesiones
y aún la muerte. Todo esto es la misma violencia, todo corre por los
mismos conductos y todo exige de nosotros un esfuerzo contundente para
detener esta locura colectiva.
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