domingo, 6 de diciembre de 2015

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

CAMBIO Y COMPROMISO
Miguel Parrondo es el español quien vivió quince años en estado de coma y acaba de despertar.  Con toda seguridad habrá muchos fenómenos de este tercer milenio que para  Parrondo resulten inconcebibles, él tiene una óptica del momento actual que quienes hemos transitado de forma ininterrumpida esos mismos quince años, no podríamos notar.  Uno de esos grandes cambios en la conducta social tiene que ver con la dispersión, la tecnología nos bombardea con información, misma que percibimos de manera simultánea por varios canales, pero al final del día, de toda aquella carga informática será un par de  noticias lo que nos habrá impactado y  podamos recordar.   Algo similar sucede con las relaciones interpersonales, la dispersión nos lleva a pretender estar en muchas relaciones, obvio, de manera muy superficial, como si la meta de la amistad fuera cuantitativa más que cualitativa.  Hay un texto muy simpático en redes sociales que habla de un individuo que intenta relacionarse en la vida real como hace en Facebook, anunciando a los cuatro vientos qué desayunó, cuáles serán sus actividades del día, además de dirigirse a las personas para decirles “me gusta tu camisa, me gusta tu esposa”, e ir invitando a diestra y siniestra a muchos desconocidos a ser sus amigos.  Termina diciendo que ahora tiene tres seguidores, un policía y dos empleados del psiquiátrico.

En lo personal hallo muy divertido este texto, y en una segunda lectura, nada alejado de la realidad.  Dentro de esa dispersión en las relaciones interpersonales surge un problema bastante serio que tiene que ver con  la falta de compromiso que hemos venido desarrollando los seres humanos, como si el asunto de comprometerse con algo o con alguien estuviera pasado de moda, y fuera innecesario. Pretendemos manejarnos en muchos círculos y en múltiples actividades, siempre y cuando no se nos exija comprometernos a fondo con algo.  Esa inmediatez a los contenidos que nos proporciona la tecnología digital nos ha ido moldeando para la vida diaria,  en nuestras actividades y relaciones esperamos resultados a la primera, y con poco esfuerzo de nuestra parte, pero a la hora de dar de lo nuestro, no estamos tan dispuestos a hacerlo,  principios cibernéticos que no funcionan en el mundo real.

La reunión de la  Cumbre del Cambio Climático  en París sitúa   dicho fenómeno como un asunto de vida o muerte para muchas especies animales, y lo que no nos había quedado muy claro hasta ahora que, como parte de un ecosistema que somos los humanos, conforme se deterioren o se pierdan otras especies, nuestra permanencia en el planeta será cada vez más difícil de mantener.  Escuché un interesante parangón entre la vida en el planeta y una orquesta sinfónica, en la medida en que vayan silenciándose los instrumentos uno tras otro, finalmente imperará el silencio.

Esa falta de involucramiento nos ha llevado a la molicie en  lo que corresponde a muchas de nuestras responsabilidades, desde barrer la banqueta hasta elegir presidente.  Nos manejamos con aquello de “que lo hagan otros”, o con ese fatalismo de “no tiene caso, ni para qué intentarlo”.  Esas actitudes son en gran medida las que nos han colocado donde ahora estamos.

Manifestar nuestro descontento a través de redes sociales no  genera mayores cambios, por más que subamos el tono para condenar los hechos o las personas y mandarlos con sus respectivas progenitoras a Tumboctú sin boleto de regreso.  Los grandes –y tan urgentes—cambios van a venir cuando cada uno de nosotros, sacudiéndose la nociva dispersión, analice su entorno personal, detecte qué problemas hay, y de esos problemas cuál  está en condiciones de resolver él.  No el vecino, no el alcalde, no los grupos ambientalistas, sino directamente él, con nombre y apellido, y comprometerse a fondo, frente a esa causa.

Hay muchas cuestiones que tienen qué ver con el efecto invernadero y el calentamiento global, mismas que podremos ayudar a aminorar al modificar cada uno de nosotros alguna conducta personal.  De otra suerte estaremos viviendo el ocaso de las especies vivas sobre el planeta, y en serio hay que entenderlo así.

Esta misma dispersión y falta de compromiso está detrás de muchas relaciones interpersonales que nos mantienen en el limbo de las apariencias, pero al margen de  cualquier experiencia transformadora, de esas  que se viven cuando nos involucramos con algo más allá de nuestra propia persona.  En cuestiones ambientales al reforzar nuestra capacidad de compromiso estaremos en condiciones de construir un mundo mejor para todos, que garantice la vida y el óptimo funcionamiento para las especies que lo habitan, un mundo que a nosotros los humanos nos permita hallar todo lo necesario para una existencia plena, productiva y feliz.

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