Cuando tenía unos veinte años, conocí a la esposa de un
viejo pastor quien me contó que cuando ella era joven y tuvo su primer niño ella no creía en golpear a los niños, aunque darles un varazo
con una rama tomada de un árbol era un castigo de la época.
Pero un día, cuando su niño tenía como cuatro o cinco años,
hizo algo que para ella ameritaba recibir el primer varazo de su vida, por lo
que le ordenó que fuera al exterior y
cortara una rama con la cual ella le daría un varazo. El niño se tardó mucho, y
cuando volvió venía llorando.
Él le dijo a su mamá: “No encontré una vara, pero aquí está
esta roca para que me golpees con ella.”
En ese momento la madre comprendió cómo
tomaba el niño las cosas desde su propia percepción, esto es, si mi
madre quiere herirme da igual qué utilice, igual puede utilizar una roca para
hacerlo.
La madre puso a su niño en el regazo y ambos lloraron. Ella colocó la roca en una repisa de la
cocina para recordarse a sí misma: nunca violencia. Porque si la violencia empieza en el cunero,
puede uno estar induciendo a las niños
hacia la violencia.
Tomado de un discurso de aceptación de un premio por la paz ofrecido por Astrid Lindgren, autora de “Pippi Longstocking”, 1978
Traducción: M.C.Maqueo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario