domingo, 13 de diciembre de 2015

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

EL SENTIDO ÚLTIMO DE LA NAVIDAD
La consigna es ser los primeros, captar la escena en tiempo real, de la forma como sucede en el justo momento.  Es actuar con sagacidad, fríos, sin dejar que el propio llanto empañe la lente de la cámara.
La información como mercancía que paga, y puede pagar bien en un mundo altamente competitivo como el noticioso.  Ser punta de lanza para que detrás de esa primera imagen vengan todas las demás tomadas desde distintos ángulos, sometidas al maleable “photoshop”, convertidas en dibujos, en animaciones, o por qué no, algún día en un libro que gane el Pulitzer.
Eso es la transmisión de las tragedias humanitarias, para que tú y yo podamos, desde la comodidad de nuestro sillón favorito, conectarnos con el mundo, llorar con el llanto de quienes sufren, y mientras saboreamos una humeante taza de café verter nuestros comentarios en los “chats”, señalar con aires de grandeza lo que se hace mal, encolerizarnos, maldecir… para luego de treinta o treinta y cinco minutos apagar el  equipo y retomar nuestra rutina, dejando atrás ese mundo virtual que se enciende o se apaga a placer.
Los ataques a la población civil en Medio Oriente, y muy en particular en Siria han proveído de imágenes terribles del modo como se vulnera a mujeres, niños y ancianos, seres humanos cuyo gran delito fue estar en el momento equivocado en el lugar equivocado.  Los rostros  mugrientos de esos niños de grandes ojos saltan a nuestra vista, nos conmovemos, ponemos un “like”, hacemos algún comentario de conmiseración y ya, hasta ahí llegó nuestra solidaridad con esa parte del mundo que está muriendo a pedazos cada día.   Viene a la memoria aquella camarógrafa húngara de nombre Petra László quien mientras tomaba video a grupos de familias que  cruzaban la frontera europea provenientes de Siria, en dos ocasiones atacó a personas de esos grupos, primero a un hombre quien cargaba un menor y fue a dar al suelo, y más delante a una jovencita a quien metió zancadilla y la hizo tropezar; fue despedida de su trabajo en la cadena húngara N1TV, ella se defendió argumentando una crisis de pánico. El video que capta ambos incidentes circuló mucho en redes sociales, en lo personal me dio la impresión de que ella reaccionó ante los refugiados como si fueran objetos que estorbaban su visibilidad, a los que tenía absoluto derecho de hacer a un lado de forma violenta.
El mundo del tercer milenio rinde culto a la imagen más allá de toda sensatez.  En contraste con aquellas fotografías antiguas de mediados del siglo diecinueve, para las que toda la familia se preparaba como para una fiesta, la tendencia actual de fotografiar  cualquier cosa que impacta nuestras retinas a ratos resulta enajenante. Detrás de esta urgencia frente a las imágenes se adivina una crisis de identidad personal, en un mundo que corre tan de prisa, que no da tiempo para reconocernos a nosotros mismos  en el espejo de lo que somos, y nos conformamos con lucir bien para el espejo de lo que aparentamos.
Sin lugar a dudas la tecnología es la gran facilitadora para incontables actividades humanas, entre ellas la comunicación.  Una vez más, de aquellas cartas escritas en finos pliegos, que demoraban más de un mes cuando debían de cruzar alguno de los mares, a los “whatsapp” actuales, hay un abismo histórico que solo quienes hemos vivido en ambas épocas podemos entender.  Para los chavos aquello de existir en un mundo en el que no había telefonía celular, equivale como a haber sobrevivido al ataque de un  felino dientes de sable en la época de las cavernas.
Buen momento el actual para reflexionar acerca de cómo actuamos y por qué lo hacemos así, y no de otro modo.  Revisar si los emprendimientos de cada día forman parte de un proyecto de vida, o si son retazos deshilvanados de un vivir por  salir del paso, nada más.  Hacernos el propósito de llevar a cabo un encuentro personal y profundo con cada uno de nuestros seres queridos, no para la foto, no para el video, sino para la vida, para compartir lo que somos, aprender unos de otros, y enriquecer nuestra marcha.
En lo personal hallo muy lamentable la coincidencia del mes de diciembre con el aumento en el índice de  accidentes viales por conducir intoxicados por alcohol, tragedias que no tienen por qué suceder, y que en otras circunstancias no se hubieran presentado, parte de ese sino cultural que sentimos no poder arrancarnos: “Para festejar hay que tomar a morir”. Eufemismo que en ocasiones se convierte en sentencia de muerte.

Felices fiestas de convivencia, de compartir lo que somos, de volver los ojos a quienes menos tienen y no podrían correspondernos, para vivir el sentido último de la Navidad.

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