EL SENTIDO ÚLTIMO DE LA NAVIDAD
La consigna es ser los primeros, captar la escena en tiempo
real, de la forma como sucede en el justo momento. Es actuar con sagacidad, fríos, sin dejar que
el propio llanto empañe la lente de la cámara.
La información como mercancía que paga, y puede pagar bien
en un mundo altamente competitivo como el noticioso. Ser punta de lanza para que detrás de esa
primera imagen vengan todas las demás tomadas desde distintos ángulos,
sometidas al maleable “photoshop”, convertidas en dibujos, en animaciones, o
por qué no, algún día en un libro que gane el Pulitzer.
Eso es la transmisión de las tragedias humanitarias, para
que tú y yo podamos, desde la comodidad de nuestro sillón favorito, conectarnos
con el mundo, llorar con el llanto de quienes sufren, y mientras saboreamos una
humeante taza de café verter nuestros comentarios en los “chats”, señalar con
aires de grandeza lo que se hace mal, encolerizarnos, maldecir… para luego de
treinta o treinta y cinco minutos apagar el equipo y retomar nuestra rutina, dejando atrás
ese mundo virtual que se enciende o se apaga a placer.
Los ataques a la población civil en Medio Oriente, y muy en
particular en Siria han proveído de imágenes terribles del modo como se vulnera
a mujeres, niños y ancianos, seres humanos cuyo gran delito fue estar en el
momento equivocado en el lugar equivocado.
Los rostros mugrientos de esos
niños de grandes ojos saltan a nuestra vista, nos conmovemos, ponemos un
“like”, hacemos algún comentario de conmiseración y ya, hasta ahí llegó nuestra
solidaridad con esa parte del mundo que está muriendo a pedazos cada día. Viene a la memoria aquella camarógrafa
húngara de nombre Petra László quien mientras tomaba video a grupos de familias
que cruzaban la frontera europea
provenientes de Siria, en dos ocasiones atacó a personas de esos grupos,
primero a un hombre quien cargaba un menor y fue a dar al suelo, y más delante
a una jovencita a quien metió zancadilla y la hizo tropezar; fue despedida de
su trabajo en la cadena húngara N1TV, ella se defendió argumentando una crisis
de pánico. El video que capta ambos incidentes circuló mucho en redes sociales,
en lo personal me dio la impresión de que ella reaccionó ante los refugiados como
si fueran objetos que estorbaban su visibilidad, a los que tenía absoluto
derecho de hacer a un lado de forma violenta.
El mundo del tercer milenio rinde culto a la imagen más allá
de toda sensatez. En contraste con
aquellas fotografías antiguas de mediados del siglo diecinueve, para las que
toda la familia se preparaba como para una fiesta, la tendencia actual de
fotografiar cualquier cosa que impacta
nuestras retinas a ratos resulta enajenante. Detrás de esta urgencia frente a
las imágenes se adivina una crisis de identidad personal, en un mundo que corre
tan de prisa, que no da tiempo para reconocernos a nosotros mismos en el espejo de lo que somos, y nos
conformamos con lucir bien para el espejo de lo que aparentamos.
Sin lugar a dudas la tecnología es la gran facilitadora para
incontables actividades humanas, entre ellas la comunicación. Una vez más, de aquellas cartas escritas en
finos pliegos, que demoraban más de un mes cuando debían de cruzar alguno de
los mares, a los “whatsapp” actuales, hay un abismo histórico que solo quienes
hemos vivido en ambas épocas podemos entender.
Para los chavos aquello de existir en un mundo en el que no había
telefonía celular, equivale como a haber sobrevivido al ataque de un felino dientes de sable en la época de las
cavernas.
Buen momento el actual para reflexionar acerca de cómo
actuamos y por qué lo hacemos así, y no de otro modo. Revisar si los emprendimientos de cada día
forman parte de un proyecto de vida, o si son retazos deshilvanados de un vivir
por salir del paso, nada más. Hacernos el propósito de llevar a cabo un
encuentro personal y profundo con cada uno de nuestros seres queridos, no para
la foto, no para el video, sino para la vida, para compartir lo que somos,
aprender unos de otros, y enriquecer nuestra marcha.
En lo personal hallo muy lamentable la coincidencia del mes
de diciembre con el aumento en el índice de accidentes viales por conducir intoxicados por
alcohol, tragedias que no tienen por qué suceder, y que en otras circunstancias
no se hubieran presentado, parte de ese sino cultural que sentimos no poder
arrancarnos: “Para festejar hay que tomar a morir”. Eufemismo que en ocasiones
se convierte en sentencia de muerte.
Felices fiestas de convivencia, de compartir lo que somos,
de volver los ojos a quienes menos tienen y no podrían correspondernos, para
vivir el sentido último de la Navidad.
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