domingo, 20 de diciembre de 2015

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

NAVIDAD MÁS ALLÁ
Estamos en plenas fiestas decembrinas, ocasión para un encuentro muy especial con nuestros seres queridos.  Para ahora las luces titilantes por calles, fachadas e interiores encienden en nosotros ese espíritu propio de la temporada que a la gran mayoría nos remonta a nuestra propia infancia.  En lo personal me hace evocar figuras muy queridas que partieron demasiado pronto, aunque, pensándolo bien, ¿quién que se ame no parte demasiado pronto?...
   La navideña es una época  cuyo sentido último llegamos a extraviar, inmersos en  el bullicio de las fiestas sonoras y de gran colorido,  y luego sucede que una vez que pasa la temporada nos quedamos con una sensación de vacío que no alcanzamos a  asimilar.
   Para la fe cristiana se conmemora la llegada de Dios hecho hombre, para la mayoría de los no cristianos constituye un encuentro feliz, una celebración de amor por la familia y los amigos, y  muchas veces resulta ocasión para compartir con los que menos tienen.  En cualquiera de los casos  no es difícil dejarnos influenciar por afanes de mercadeo, y pronto nos vemos haciendo gastos más allá de nuestro presupuesto, como si el afecto se midiera de acuerdo al tamaño del regalo. De ello deriva que algunas veces terminemos sintiendo amargura porque  nuestras expectativas no fueron satisfechas, siendo que el sentido último de la celebración radica en cosas intangibles que nada tienen que ver con la suntuosidad o el despilfarro.
   ¡Qué fácil es perdernos en estas fechas,  olvidar que la Navidad se trata de celebrar la vida, la familia y la amistad, más allá de gastos y apariencias! Si en vez de   enfocar el encuentro con los seres queridos por lo que en esencia son, lo hacemos partiendo de lo material, terminaremos diciembre con un hueco en el alma y otro en el bolsillo.
   Hablando de otro asunto de temporada, cuando la tomamos como excusa para embriagarnos hasta la intoxicación, estamos exponiendo a muchos riesgos, primero a nosotros mismos, luego a los nuestros y finalmente a aquellos que tengan la mala suerte de cruzarse en nuestro camino. Es doloroso para una familia pasar las navidades en el hospital o en la morgue,  a causa de un conductor intoxicado al que nadie de los suyos pudo disuadir de tomar el volante.
   Navidad más allá del consumismo.  Compartir una tarde con un ser querido, expresar los sentimientos que nos inspira, obsequiarle  el reconocimiento que  tanto nos hemos guardado,  que dejamos de lado porque no hay tiempo para expresarlo.   Una  causa de los males de nuestro mundo es la falta de reconocimiento y sentido de pertenencia que prevalece en nuestras sociedades.  A ratos se nos olvida que aquellos problemas que ocurren en las calles tienen su núcleo de origen en el hogar, y que en la medida en que nuestras familias sean capaces de generar y expresar amor, de manera que cada individuo se conozca a sí mismo y le agrade lo que ve frente al espejo, será en la medida en que las calles se pacifiquen y las cárceles se vacíen.
   Hallemos el sentido último de la Navidad en nuestro corazón y no en nuestro bolsillo.  Llevemos a cabo una pequeña acción por  alguien que no tendría manera de correspondernos.  Por esta ocasión seamos menos quisquillosos y más generosos; menos críticos y más amables; menos vanidosos y más apoyadores.  Para los que creemos en Jesús hagamos de esos pequeños actos una forma de emular a Dios que nace por amor a los hombres.  Para los que hallan en la Navidad otro significado, sea esta práctica ocasión de sanar a un  mundo que se  encuentra profundamente herido.
   Sea tiempo de cerrar círculos; de completar asuntos pendientes; de expresar afectos; de dirimir malos entendidos; de practicar el perdón, algo que tanta falta hace, propuestos a ser, no mejor que ningún otro, sino la mejor versión que puede existir de nosotros mismos.  Atendamos la festividad con la capacidad de asombro de un niño pequeño, los sentidos puestos en todo lo que ocurre,  para  así tejer momentos que se convierten en magia y en dulce memoria.
   El hambre y el frío no son buenos compañeros.  En nosotros está mitigar  por un rato las necesidades básicas de una familia, de modo que cada uno de sus integrantes comience a creer en  el encanto de la Navidad. ¿Por qué no regalar una despensa, una cobija o un juguete a esa familia que conocemos y que sabemos pasa privaciones? Podemos estar seguros que será el regalo más apreciado de cuantos  hayamos hecho en esta temporada.
   Navidad más allá: Que no termine en la resaca del día siguiente, en el sabor amargo de la desilusión, o en la basura del salón de fiestas, sino que signifique un fragmento vivo de ese amor transformador que tanta falta hace para el mundo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario