¿CON QUÉ NOS QUEDAMOS?
Han pasado escasos cuatro días de que el Papa Francisco dejó
nuestro suelo, y de alguna manera es ahora cuando comenzamos a hacer un balance
de su visita, a pesar de que a lo largo de la misma las redes sociales dieron
cabal cuenta de su actividad a través de imágenes, frases y discursos. Una vez más, como ya ha ocurrido con la
visita de los dos pontífices que le precedieron, México dio cuenta de ser un
país con una importante proporción de católicos, alegre y devoto, aunque esta
vez vimos parte de ese México poco maquillado, el que existe en las comunidades
de origen, el que gasta sus afanes en cruzar una muralla en pos del sueño que
–cree- lo hará triunfador instantáneo.
Francisco no dudó un minuto en rozarse con los enfermos, más bien él los
buscó entre quienes pacientemente formaron vallas a su paso, o los pacientes
del Hospital Infantil donde tristemente hubo “niños VIP infiltrados”, pero esa
es otra historia…Nos quedamos con un buen sabor de boca quienes reconocemos en
la persona del Papa Francisco ese liderazgo humanista que tanta falta hace al
mundo, y muy en particular a nuestro México herido.
Las frases dichas
por el Papa podrían llenar varios anecdotarios; siempre tuvo la respuesta
necesaria a preguntas de todo tipo, incluso incómodas, dejando entrever, a más
de su condición dentro de la Iglesia, su indiscutible vocación humanista, lo que ha
hecho de Francisco un Papa diferente, muy en contacto con las necesidades
humanas de primer orden, jesuita había de ser. Dos gestos muy singulares en él,
y que en lo personal hallé muy simbólicos, fue haberse hecho acompañar en todos
sus recorridos de Don Raúl Vera --el obispo incómodo de la jerarquía
católica, ajeno al estilo conservador
tradicional--, y el haber acudido a la tumba de Don Samuel Ruiz en San
Cristóbal de las Casas, a manera de
homenaje póstumo. Claro, fueron miles de
momentos que dieron cuenta de la obra de Francisco que se aleja totalmente del
cliché tradicional del cristianismo entendido como orar hasta casi levitar en el templo, y en cuanto se tiene un
pie fuera reasumir esas actitudes tan apegadas al materialismo y que tanto mal
han hecho en el mundo, pero en particular en México.
Francisco habló
directo y sin ambages a los políticos y a la jerarquía católica, y fue reconfortante
ver que no lo hiciera a puertas cerradas, sobre todo con lo que a la curia se
refiere, sino que lo expusiera a los cuatro vientos, permitiendo que aquellas
expresiones asuman su justa dimensión, y no queden dobleces que más delante se
presten a interpretaciones a modo por parte de los destinatarios del mensaje.
Un concepto
novedoso que en lo personal me resultó esclarecedor es el término de “la cultura del descarte” un noble
modo de referirse a aquellos pecados que se cometen movidos por la patológica
necesidad de tener más y más. Un pecado
social que tienta y atrapa a muchos de los personajes que tienen en sus manos las
riendas del carromato llamado “México”.
Francisco puso muy en claro que esos actos de codicia que conducen a un
desmedido acopio, provocando así inequidad y muerte, son actos del
demonio. Al referirse en su última misa
a Nínive, utilizó un término que describe de buen modo todo lo que ocurre con los
personajes que integran nuestra plutocracia del siglo veintiuno: Los llamó
“pueblo ebrio de sí mismo”, una frase que tiene tantas lecturas.
Se va Francisco con
los acordes de “Las Golondrinas” de Narciso Serradell, canción que se encarga
de provocar un nudo en la garganta y un conato de llanto cada vez que la
escuchamos en momentos tan sensibles como éste. Tal parece que los mexicanos,
superada la emoción, nos disponemos a retornar a nuestras habituales actitudes
de indiferencia los unos, y de abuso los otros, guardar el recuerdo de la visita
papal entre las hojas de nuestro devocionario, como se hace con una bella flor
que recogimos y que conservamos de este modo hasta que el tiempo la haya vuelto
delgada como el papel. O quizás
colguemos aquellos recuerdos de la pared, o los prendamos en nuestro escapulario… Lo que Francisco pretende es que
aquello que vino a traernos sea esparcido al viento, alcance tierra fértil, y
comience a crecer y a dar frutos. Nunca
habló de un cristianismo cómodo con ropas almidonadas cada domingo; él se
refirió a ir allá donde están nuestros hermanos, meter las manos en el lodo, y
comenzar a trabajar a su lado, como uno más, sin jerarquías ni distingos, en
nuestra condición –unos y otros—de hijos de Dios.
Por Francisco, pero
más que nada por nosotros, pido al cielo que este mensaje vivo, vivo siga para
desterrar los fétidos olores de la
muerte.
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