AMOR POR LO PROPIO
La tranquila zona centro de
Saltillo, con su larga calle Allende que ha servido de
columna vertebral a todo el primer cuadro, alinea muchos edificios de los cuales alcanzo a reconocer
algunos, como la Joyería La Suiza,
asentada justo en el punto en que la calle comienza a serpentear cima
arriba hasta ir a dar al Mirador, no sin antes pasar frente al famoso Museo de las Aves, o bien el merendero Arcasa, una cuadra antes de la joyería, mismo que ya no existe más que en mi mente, la cual conserva de su placidez para tomarse un café y componer el mundo, agradables evocaciones.
De alguna
manera el espíritu original de los edificios de antaño no se ha escapado, sigue
ahí, escondido tras un muro parcialmente derruido, y quizá vuelto a levantar,
o tal vez se combina con el espíritu joven de las modernas
edificaciones, tal es el caso del Teatro García Carrillo de infausta memoria que, aun cuando no
queda sobre la propia calle Allende, se alcanza a ver cuando uno transita por su cercanía; el original esplendor porfiriano ha quedado reducido a algo bastante simple, una
parte del inmueble incendiado a escasos años de su magna inauguración, ahora alberga locales comerciales, y la otra, leal a su
propósito inicial, ha sido destinada por el municipio como espacio cultural.
No recuerdo haber recorrido esta ciudad sola, o más bien conmigo misma
para rescatar algunos recuerdos de
adolescencia, y hacerlo en esta ocasión fue algo surrealista. Comencé a visitar Saltillo
hace ya casi 50 años, en mis primeras vueltas a casa de una querida amiga --a la que de
hecho hoy estoy visitando una vez más--; me recuerdo junto con ella caminando las
mismas calles para ir al Cine Olimpia a ver alguna película clasificación
"B" siempre y cuando nos lo hubiera autorizado el Padre Luis
Fernando Nieto, o dando vueltas en la Alameda, o yendo a comprar dulces de
leche en un pequeño local detrás de Catedral.
Es
maravilloso ese reencuentro con nuestras propias memorias, permitirles que
vayan llegando a poblar los sentidos como mariposas de suave vuelo que se
posan para nuestro disfrute. Faltando escasas cuadras para llegar a mi
destino me topé en un crucero con una pareja de personas mayores, él con su
atuendo de pascola, ella con una vasija recolectando monedas. Todo se
dio para que yo pudiera capturar esta imagen que tanto me dice del hermoso México entrañable que nos toca a todos
rescatar, no dejar morir. Él feliz con sus diez pesos, yo más feliz con una
imagen que, al menos para mí no tiene precio...
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