domingo, 17 de abril de 2016

HOJAS SUELTAS por María del Carmen Maqueo Garza

AMOR POR LO PROPIO
La tranquila zona centro de Saltillo,  con su  larga calle Allende que ha servido de columna vertebral a todo el primer cuadro, alinea  muchos  edificios de los cuales alcanzo a reconocer algunos, como  la Joyería La Suiza, asentada justo en el punto en que la calle comienza a serpentear  cima arriba hasta ir a dar al Mirador, no sin antes pasar frente al famoso Museo de las Aves, o bien el merendero Arcasa, una cuadra antes de la joyería, mismo que ya no existe más que en mi mente, la cual conserva de su placidez para tomarse un café y componer el mundo, agradables evocaciones.    
   De alguna manera el espíritu original de los edificios de antaño no se ha escapado, sigue ahí, escondido tras un muro parcialmente derruido, y quizá vuelto a levantar,  o tal vez  se combina con el espíritu joven de las modernas edificaciones, tal es el caso del Teatro García Carrillo de infausta memoria que, aun cuando no queda sobre la propia calle Allende, se alcanza a ver cuando uno transita por su cercanía;  el original esplendor porfiriano  ha quedado reducido a algo bastante simple,  una parte del inmueble incendiado a escasos años de su magna inauguración, ahora alberga locales comerciales, y la otra, leal a su propósito inicial, ha sido destinada por el municipio como espacio cultural.   No recuerdo haber recorrido esta ciudad sola, o más bien conmigo misma para rescatar  algunos recuerdos de adolescencia, y hacerlo en esta ocasión fue algo surrealista.      Comencé a visitar Saltillo hace ya casi 50 años, en mis primeras vueltas a casa de una querida amiga --a la que de hecho hoy estoy visitando una vez más--;   me recuerdo junto con ella caminando las mismas calles para ir al Cine Olimpia a ver alguna película clasificación "B" siempre y cuando nos lo  hubiera autorizado el Padre Luis Fernando Nieto, o dando vueltas en la Alameda, o yendo a comprar dulces de leche en un pequeño local detrás de Catedral.
   Es maravilloso ese reencuentro con nuestras propias memorias, permitirles que vayan llegando a poblar los sentidos como mariposas de suave vuelo que se posan para nuestro disfrute.  Faltando escasas cuadras para llegar a mi destino me topé en un crucero con una pareja de personas mayores, él con su atuendo de pascola, ella con una vasija recolectando monedas.  Todo se dio para que yo pudiera capturar esta imagen que tanto me dice del  hermoso México entrañable que nos toca a todos rescatar, no dejar morir. Él feliz con sus diez pesos, yo más feliz con una imagen que, al menos para mí no tiene precio...


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