domingo, 29 de mayo de 2016

VIÑETAS por María del Carmen Maqueo Garza


EL HOMBRE DE LOS COTORRITOS

Alguien me había platicado de él, se sienta en el exterior de algún sitio público, acomoda sus multicolores cotorritos artesanales   y con un aplauso activa el mecanismo en cada uno, de manera que en segundos aquello se torna un parloteo que en poco tiempo se silencia. Lo hace cada vez que se aproxima al sitio un cliente potencial.

Ahora tengo la fortuna de atrapar uno de esos instantes que para mí se vuelven epifanía. Muestran al ser humano en   su forma más pura, despojado de todo aquel halo artificioso con que solemos revestirnos. Al tiempo que estaciono el vehículo lo observo jugando con dos de los pajaritos como un niño; sé que no me descubrió observándolo, pues continuó haciéndolo por un rato más hasta que él solo se percató de su conducta  y de inmediato cambió de actitud, tomó el pomo de pegamento y asumio otra actitud frente a  uno de esos juguetes,   como para justificar su evasión a un mundo que ya le es ajeno. Es un hombre joven, aún con cara de niño, pero en su gesto se percibe la formalidad de alguien que tiene a su cargo una familia.

 ¿Cuántos cotorritos podrá vender hoy? --me pregunto mientras los observo uno por uno--.  Me cautiva uno rojo que tiene los ojos pintados casi en el cuello, dando cuenta de la belleza de lo imperfecto, algo que me lleva a  recordar a mi madre --una artista plástica--  cuando eso mencionaba y yo, siendo una niña, simplemente no entendía: ¿Cómo elegir al imperfecto sobre el mejor terminado…? Ahora lo entiendo y lo aplaudo y lo elogio, ahora que sé que nosotros, humanos, podemos mirarnos mejor en el espejo cuando nos presentamos tal como somos, imperfectos, sin artificios que distorsionen la visión.

De súbito se interrumpen mis pensamientos cuando inicia de nuevo el parloteo de cotorritos multicolores: Viene llegando otro cliente en potencia, y el hombre con cara de niño se prepara de la mejor manera para intentar una vez más vender su mercancía.


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