INTERCAMBIO DE MOCHILAS
Empatía: Sentimiento de
identificación con algo o con alguien/ Capacidad de identificarse con alguien y compartir sus
sentimientos.
El ser humano se está
acostumbrando a funcionar de manera aislada con respecto de la sociedad; desde
pequeño se le estructura una individualidad que lo lleva a percibirse a sí
mismo como separado de los demás. La
tecnología hace su parte proveyendo a ese joven prospecto de adulto de lo necesario
para favorecer aún más ese asilamiento, como un “hombre-isla” dentro de una
burbuja, de la cual saldrá sólo de manera ocasional, para volver a encerrarse
en ella.
Las tendencias educativas de los
últimos cuarenta años se enfocan hacia el trabajo en equipo, de modo que los
jóvenes del tercer milenio en muchos aspectos sí asumen un sentido de comunidad
para trabajar, pero en lo emocional parecieran estar encerrados en su propio
espacio vital. Los vemos caminando por
las calles, o lo más grave, conduciendo con los audífonos puestos o “texteando”,
situación a todas luces de alto riesgo
para un accidente, y que refleja el poco interés que el chico tiene en lo que
hay alrededor suyo.
Mi reflexión va, entonces, en este
sentido: A pesar de los cambios educativos, la personalidad se modela en casa,
y estas tendencias sociales han ido llevando a jóvenes y a no tan jóvenes hacia
una pérdida de la empatía. Los
anteriores patrones de convivencia facilitaban
la cohesión de grupos ante cualquier situación que se presentara; desde el
nacimiento hasta la muerte era el grupo en su conjunto el que acompañaba a las
personas directamente afectadas por determinado acontecimiento; había tiempo para
estar con ellas y ver por sus necesidades de momento, igual lloraban que reían
juntas, para finalmente reforzar ese sentido
de comunidad.
El diseño urbano llega a crear
ciudades tan grandes, que aquella
cohesión grupal se va perdiendo. Tal vez
estemos en contacto con algunos vecinos, o podamos recurrir a ciertos amigos,
pero aquel acompañamiento ha dejado de ser lo que era antes Las grandes
distancias tienen su efecto, y además, encerrado cada cual en su propia burbuja
no se dan las condiciones tal vez ni para detectar las urgencias de quienes se
hallan en nuestro entorno. Si bien es cierto que el ser humano moldea
sus circunstancias el efecto funciona en ambos sentidos, y ese ambiente frío y
distante comienza a hacer mella en la esfera psíquica del individuo y
acrecienta su separación emocional del resto del grupo, hasta que en un momento
dado él mismo se percibe muy solo, y no logra precisar de entrada cómo fue que se
generó aquella condición.
De lo anterior deriva un sinfín de
conductas que nos dañan a todos. Una de
ellas tiene que ver precisamente con la empatía, esto es, yo, que me cuezo
aparte de los demás pretendo, desde mis muy personales circunstancias erigirme
en juez de otros, y no cualquier juez.
Por lo general somos duros para señalar y condenar, como si nos
asistiera la verdad absoluta, sin darnos
cuenta de que es justo esa miopía en el observar lo que finalmente da cuenta de
nuestras propias limitaciones. Pero, ¡ah, cómo somos proclives a disecar en
vivo al prójimo!, lo hacemos hasta con cierto goce íntimo, significando entre líneas que nosotros somos
mejores.
Bien dice el refrán popular: Sólo
quien carga la mochila sabe cuánto pesa. Si en un acto de magnanimidad
comenzáramos por no juzgar “a priori” las conductas o los motivos de los demás,
aun si los mismos llegaran a lesionarnos.
Si nos abstuviéramos de emitir juicios dogmáticos, partiendo de que no
obra en nuestro poder la verdad absoluta.
Si en lugar de ver caer al compañero y limitarnos a observar, le
ayudamos a levantarse. Si suavizamos un
tanto nuestro corazón y nuestros sentidos, y somos uno con el que en ese
momento lo necesita. Si salimos de
nuestra burbuja aséptica para “contaminarnos” con las realidades de los demás, y
las aceptamos aun cuando no alcancemos a comprenderlas. Finalmente en este planeta cada cual tiene
derecho a actuar como mejor considere, y nunca la conducta de dos personas va a
ser semejante, así se hallaran ambas en la misma situación. Si nos proponemos
generar un ambiente emocional más “habitable”, cálido y apoyador, las cosas
comenzarían a cambiar para todos…
Cuando llevemos a cabo un
verdadero intercambio de mochilas, y carguemos la del otro, nos daremos cuenta que al cargarla de alguna manera comenzamos a actuar justo
como su dueño hace y no como nosotros
pontificamos; a partir de entonces la
diaria convivencia se transformará en un
sano ejercicio de mutuo entendimiento.
Hay dos caminos: Abrir los
sentidos y el corazón para ejercitar la empatía, o acercarnos peligrosamente al
despeñadero donde hasta la mejor burbuja se hace trizas.
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