SEGUIRÉ TUS PASOS
Difícilmente en la actualidad
logramos deslindar las festividades tradicionales de nuestra sociedad de su
sentido mercantilista, es por ello que en lo personal suelo resistirme a abordar la festividad en turno. Sin embargo hoy lo haré, dado que es tan
necesario hablar de la autoridad paterna como eje central del comportamiento de
las sociedades.
La festividad del Día del Padre
tuvo su origen en la Unión Americana, por iniciativa de una mujer de nombre Sonora Smart, quien propuso que
debería existir un día para celebrar a esa figura, máxime que en su caso
particular, el suyo había sido un padre “soltero”, como ahora suele llamarse,
quien –a la muerte de su esposa-- había
sacado adelante cinco hijos, una de los cuales era Sonora. Así entonces esa iniciativa local se
convirtió en celebración oficial norteamericana, en 1924, y finalmente en 1966
quedó establecido celebrarla el tercer domingo del mes de junio, algo que suele
coincidir en otros países de Occidente, siendo pocos, como España que lo
celebra en marzo, o Alemania, que lo
hace en mayo, la excepción. En México se festeja a partir de 1950.
Hablar de la figura del padre se
vuelve tópico indispensable en el tercer milenio cuando una tendencia social es a diluir la figura de autoridad en
todos los ámbitos, empezando por el
familiar. Querer imponer un orden suele
ser mal visto por los subordinados, y a ratos, si no somos precavidos, estaremos enfrentando el fenómeno aquel de que “los patos le tiren a las escopetas”.
La autoridad en cualquiera de sus
géneros necesita atender un orden moral, esto es, tienes la obligación de
cumplir lo que yo mando, porque yo por mi parte cumplo con lo que me
corresponde hacer. Es tan sencillo como
esto: No tengo autoridad moral para decirle al hijo que no fume si yo fumo; así
arguya yo mil cosas para obligarlo, no estoy en posición de ejercer un
liderazgo comprometido frente al joven.
Aquel argumento arcaico de “porque yo mando” perdió su vigencia hace
muchos, pero muchos años.
Hablando de autoridad moral, algo
similar se aplica a la sociedad: Tenemos “servidores” públicos ganando salarios
y dietas millonarios, quienes alegan que un salario mínimo alcanza
perfectamente a una familia hasta para ir al cine… ¿No es una burla grosera y
un cinismo rampante? ¿Con qué autoridad moral alguna diputada farandulera dice
que todos debemos estar agradecidos con
el estado actual de cosas? Esos son claros ejemplos de una autoridad moral
inexistente, que simplemente no se ha ganado, frente a una autoridad formal dada por el
puesto que se ocupa.
Imponerse como padre por la vía
de la violencia es un sistema que finalmente no funciona. Trae implícito el mensaje de que el amor y la
violencia van de la mano, además de que en la mayoría de los casos el padre
golpea irreflexivamente en un arranque, habitualmente desencadenado por
frustración y no como una medida disciplinaria bien razonada. Apelar a la sensatez del niño para hacerle
ver por qué determinada conducta no es aceptable, es forjar en él un adulto
crítico, que ante una situación busque entender el origen del mismo y discrimine
sus posibles consecuencias. De ninguna
manera es declinar la autoridad; todo lo contrario, es ejercer un liderazgo
formador.
Cada uno de nosotros, sin lugar a
dudas, ha tenido el padre ideal. Así lo
sentimos porque nos gana el cariño en nuestras apreciaciones, pero en
definitiva los padres, como humanos que son, tienen carencias y fallas cuyo
oportuno reconocimiento allana el camino
para llegar a ser mejores padres. Ni vivo ni muerto es sano idealizar a un
padre; hacerlo es imponer una carga extra a los hijos, que se sentirán
incapaces de alcanzarlo. Las familias
que han perdido de manera temprana al padre tienden aún más a idealizarlo, y
las consecuencias son más graves, porque el concepto del padre perfecto se
convierte así en una figura imposible de imitar
para el hijo.
Si algún testimonio pudieran dejar esos pequeños a sus padres,
les dirían algo así:
Seguiré tus pasos, de manera que
cuida por dónde vas y cómo te comportas.
Seguiré tus pasos, cierto de que el camino que emprendes es el
mejor.
Seguiré tu ejemplo, la forma
cotidiana que tienes de entender la vida.
Así como te vea enfrentar los problemas
aprenderé a enfrentarlos. Así como trates a otros yo lo haré.
Seguiré tus pasos, el modo en que
tratas a mi mamá asumiré que es como se
debe tratar a una mujer, y así lo haré, dice el niño. Buscaré por compañero alguien que me trate
como tú haces con mi madre, dice la niña.
Hoy más que nunca es necesaria la
figura del padre como modelo y guía; a él le corresponde prepararse para estar
a la altura de su encomienda. ¡Felicidades por enfrentar este desafío para formar mejores ciudadanos!
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