Ignacio Margarito es originario de Santa Lucía, en la vecina Quauhtlemallan, el lugar de los muchos árboles. Ha pasado parte de su vida en
suelo mexicano, desde que lo regresaron del vecino país del norte.
Sus rasgos mayas y su modo de hablar, tuteando a todo el que
conversa con él, no le permitirían pasar por mexicano.
Se halló unas fotos del estado de Chiapas, las cuales mira
una y otra vez azorado. “Yo pasé por ahí cuando me vine de mi tierra.” Luego se
queda con la mirada extraviada, como recordando su infancia.
No sabe bien qué edad tiene, y no cuenta con algún documento que lo avale, pero, pese a su juventud, es evidente que la niñez ya ha quedado
atrás. Sin embargo en ratos vuelve a ser aquel niño juguetón que
toma las cosas a broma y ríe a carcajadas.
Así sucede cuando alguien le da un regalo que le gusta; se emociona y
emite sonoras risotadas por un buen rato.
Pide que se le muestren más fotografías, y luego de verlas una y otra vez
expresa: “No, pues sí está bonito el lugar.”…No lo dice pero adivino en su
gesto que él querría tener la libertad de viajar hasta allá, y claro, hasta su
tierra, sin correr un riesgo de muerte.
¡Qué difícil es ser joven y vivir en una prisión que aunque
carezca de rejas, no le permite escapar sin exponer la vida! ¡Qué difícil vivir aislado, sin contacto alguno con su familia primigenia, en un suelo que, si bien lo ha acogido como uno de los suyos, no es aquél donde se hallan sus raíces!
Por lo pronto hoy es feliz: Ha viajado con la imaginación y
alguien le dio un regalo que le gustó mucho, tanto que se vuelca en carcajadas
por una buena parte de la tarde.
Cuando menos en este rato no duele tanto la ausencia...
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