Una minúscula araña decidió construir su red entre dos barrotes de una reja que invariablemente abro y cierro a diario. La fina telaraña queda a la altura de mis ojos, y me permite ver a contraluz la maravilla de su tejido geométrico.
Justo hace un par de días reflexionaba acerca de la fragilidad de esa tela de seda, y con qué facilidad podría ser destruida. Ayer por la tarde mis negros presagios se cumplieron, y observé con tristeza la telaraña dañada en su parte central, conservando solamente tres colgajos periféricos, aún prendidos a los barrotes. Pensé para mis adentros que, como todo en esta vida, también las telarañas perecen…
Pero cuál sería mi sorpresa esta mañana, cuando a primera hora, al momento de abrir la reja, veo la telaraña totalmente restituida, aunque con otro dibujo eso sí, y a la arañita en el centro de la misma, tal vez recuperándose tras su larga faena nocturna.
Una vez más la prodigiosa naturaleza me provee de una gran lección. A esta podría yo llamar: “Tenacidad”, o siendo más romántica: “Lección de fe en uno mismo, según los cánones de la más pequeña de las arañas”.
Confieso que hoy aprendí mucho sobre la vida y sus prodigiosos afanes.
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