UN LIBRO Y UNA ROSA
Fue un 23 de abril pero de 1926 cuando se celebró por vez
primera el Día del Libro. Ocurrió en la provincia de Cataluña, en el Viejo
Continente, para conmemorar el
aniversario luctuoso de Cervantes, Shakespeare y Garcilaso de la Vega, que
murieron en un día como hoy. Para 1930 la celebración se había difundido por buena parte de la hoy
Unión Europea, y más delante fue tomada por la UNESCO como celebración mundial,
quedando inscrita en su calendario de conmemoraciones a partir de 1995 bajo el
título de “Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor”.
“Dadme un punto de apoyo y moveré al mundo”, expresión
atribuida a Arquímedes y que en estos momentos bien podemos utilizar para
exaltar al libro como punto de apoyo fundamental para el mundo. Mediante las tecnologías de la información y
comunicación (TIC) estamos saturados de datos, pero a la vez mal informados.
Son demasiados contenidos sobre tantos temas,
que no podemos procesar en una sentada, y para cuando lo hacemos ya hay otro
cúmulo de datos pendientes de revisión. Por ello y por la forma en que nuestro
cerebro aborda la información en la red, es que no nos detenemos mayormente a discriminar el
origen o el sesgo de las publicaciones que llegan a nuestras pantallas. Damos por hecho supuestas realidades por el
simple hecho de que se hallan en la red, situación que contribuye a ahondar
nuestro desconocimiento y a incrementar nuestras ya extensas angustias vitales.
Los sistemas de televisión se encargan en buena medida de mantener
al gran público sometido por la vía de los programas bobos y las noticias que
se presentan totalmente digeridas y a modo, apagando la capacidad de analizar,
cuestionar y decidir por cuenta propia.
No proporcionan elementos de
juicio para entender de entrada si lo que se nos presenta es así o totalmente
distinto, pero la miopía del acostumbramiento mediático no permite que lo
descubramos.
En el curso de esta semana llegué a hacer un trámite en un edificio
que cuenta con grandes ventanales. Observé un gorrioncito dándose una y otra
vez contra los cristales, y por desgracia mis intentos por orientarlo hacia la
puerta de salida para que obtuviera su libertad no funcionaron, por más que lo
intenté. Ojalá que finalmente haya
encontrado –casi por accidente—la salida, pues su condicionamiento lo mantenía
esforzándose en conseguirlo a través de los
ventanales. De ese mismo modo llegan a
engañarnos los medios, y quizá para cuando lo descubramos estemos ya muy
golpeados, como estaba esta avecilla.
Desde nuestra zona de confort no le vemos sentido a explorar otras opciones,
ahí está el ventanal con su manantial de luz, y por ahí tiene que ser la
salida.
Entre 1926 y 1930, cuando comenzó a difundirse en Europa la
fiesta del libro, se desarrolló el hábito de regalar un libro y una rosa justo
en esa fecha. ¡Cuánto bien nos haría
retomar esa costumbre en nuestro apabullado mundo! Así nada más porque sí, no
habiendo otra razón para hacerlo, compartir hoy un libro y una rosa. Un libro que nos salve de
los grandes males como la depresión y la mortífera indiferencia, que nos invite
a charlar con personajes sabios de otros tiempos, de otras latitudes, a conocer
nuevas propuestas para resolver los problemas comunes a todos, escritores amigos
cautivadores que nos inviten a través de sus palabras a emprender un viaje para
conocer o bien para ver con otros ojos aquello que nosotros visualizamos de
manera unilateral. Sumergirnos en las
líneas de un buen libro hasta volvernos cómplices de las aventuras o de los
amores del personaje de nuestra elección, a tal grado de adivinar con cierto gozo pueril cuál será el
siguiente paso que va a dar dentro de la historia.
Los libros de auto-ayuda en lo personal no me
satisfacen. Los encuentro como los
recetarios de cocina que te indican cómo elaborar un platillo paso a paso, apagando
tu potencial creatividad. En lo personal
prefiero los libros que me permiten emprender una lectura muy personal entre líneas,
una mirada lateral a aquello que el autor tal vez quiso decir, o tal vez no,
porque nos concede total libertad de interpretación, convirtiendo su propia
obra en mil obras, a través de la mirada de mil lectores.
Todos estamos necesitados de luz y de afecto. Somos como el gorrioncillo que insiste en
golpearse una y otra vez contra el cristal, movido por la fantasía de su
percepción, algo que llega a costarle la vida.
Por otro lado necesitamos demostrarnos unos a otros afecto, no solamente
suponer que el otro sabe cuánto lo aprecio, sino patentizarlo de maneras
tangibles, y ¿por qué no?, puede ser a través de un obsequio.
Hay ciertos momentos cuando nos percatamos de que nada es
para siempre. Sea pues, el tiempo nuestro mejor aliado en la vida, pero por hoy
un libro y una rosa.
Muy buen artículo...Para ti un libro y una rosa con todo mi cariño, Hermanita
ResponderBorrarMuchas gracias, Mónica.
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