domingo, 3 de diciembre de 2017

VIÑETAS por María del Carmen Maqueo Garza





EPIFANÍA DEL NOGALAR
Con mucho cariño para  Elsa

La mañana es templada. Cada vez que exhalo veo frente a mis ojos una nubecilla de vaho que me remite muy atrás, a mis años de niña, cuando cualquier elemento  era motivo para un nuevo juego de la imaginación.

La naturaleza me regala una sinfonía de trinos y murmullos que entran por los oídos hasta tocar el alma.

Este es un nogalar creado por el hombre para convivir con la naturaleza. Ha perdido su condición silvestre, su desorden natural, para integrarse al paisaje que la estética humana ha planeado para él. Aun así,  conserva la esencia única de su ser, y se convierte entonces en maestro de su propio creador. Un maestro vasto y sabio, pero sobre todo paciente, que sabe esperar a ser requerido.

Los nogales se subyugan a la voluntad del ser humano, conocedores de que ese es el camino de su perpetuación.

Someten sus grandes penachos, ahora amarillentos por el otoño, al urbanismo, pero nunca dejan de apuntar al cielo, igual como hace el alto bambú desde su propio bosquecillo de verdes cañas.

De los árboles caen de cuando en cuando gotas de agua sobre el tierno césped, en cuya mullida alfombra hundo mis pies. Tengo la necesidad de apropiarme de esa humedad para no olvidar mis raíces.

El geranio  florece propuesto a olvidar que es  prisionero confinado a un macetón. El ave del paraíso hace alarde de colores junto a la gran piedra bola,  en tanto  los alisos de mar llenan su pequeño espacio hasta formar una nube, tal vez esperando un ángel o un hada que los conquiste.

Termino mi lección de hoy un poco más humana, más dócil ante el orden natural del cosmos, pero sobre todo más feliz, en este mi universo de  pequeñas cosas, la maravilla que la vida me ofrece cada vez que poso mis ojos en la naturaleza, para descubrir una y otra vez el privilegio de existir. 

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