domingo, 7 de enero de 2018

VIÑETAS por María del Carmen Maqueo Garza


SIETE DE ENERO
Hoy, cuando cae la tarde, ya no asoman por las ventanas los pinos navideños con sus penachos luminosos. Algunos permanecen aún de pie, con su vestido de fiesta, pero apagados, como si el espíritu navideño los hubiera abandonado de golpe.
   Las divertidas caracterizaciones que adornaban las fachadas de las viviendas en la colonia se han convertido en lamentables figuras que penden sin gracia esperando que alguien --por piedad-- las embodegue para el siguiente diciembre.
   Los niños juegan con sus juguetes, ellos se salvan del mal que a mí me aqueja.  En su mundo de fantasía la Navidad habrá de continuar por mucho tiempo más.
   En el bote de basura yace sin gracia la caja que contuvo la rosca de Reyes con todos sus niños y los adornos de fruta y azúcar cristalizada.   Ya se sabe a quién le tocará llevar los tamales el 2 de la Candelaria. Cada invitado ha vuelto a su casa con un montón de historias bajo el brazo para contar y recordar.
   Yo me quedo con mis ilusiones de niña en los ojos, deseando que la Navidad como tal se prolongara por un tiempo más.  Que ese goce de temporada no se escape de mi memoria.  Que la magia que produce la luz en la oscuridad de la noche se quede para iluminar mis noches oscuras.
   Todo termina.  Tiempo de recoger y guardar; de ordenar memorias y archivarlas en algún pedazo del corazón.  Y esperar paciente un nuevo otoño donde pueda extender mis fantasías  y comenzar a colgarlas por  la casa con la ilusión de un niño pequeño que cree con todo su ser  en la magia de diciembre.

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