domingo, 29 de julio de 2018

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

¿A DÓNDE FLUYEN LOS RÍOS?
Cada quien observa al mundo desde su propia realidad particular;  es así como se desarrolla la capacidad creativa  a partir de una visión individual. Por este camino el mundo cuenta con interminables expresiones de ingenio  en  ciencias, artes y tecnología.  Si damos un vistazo a nuestro entorno, descubriremos todo cuanto se está creando, para  darnos cuenta entonces hacia dónde fluyen los ríos de creatividad.
     Hay elementos de la infancia que nos marcan.   Y en el caso de los adultos, no es solo la propia, sino también la de los hijos.  Desde muy pequeña mi hija tenía un particular gusto por crear con las manos.  Cualquier superficie era su lienzo (incluyendo muebles, paredes y su hermano menor).  Mi esposo y yo, animados por el encanto que nos provocaba esa desbordante creatividad, la inscribimos en un curso de pintura.  Tras la segunda clase ella se resistía a asistir, de modo que mi esposo se infiltró “como no queriendo” para tratar de dilucidar cuál era el problema.  En media hora lo supo.  El tema del día era “pintar un árbol”.  Cuando tienes 4 o 5 años un árbol puede tener un follaje descomunal,  como cabellera de  rockero, o  un tronco azul celeste… Y si tienes la creatividad de una niña como la mía, será poco menos que la regla.  Entonces, forzarla a pintar un árbol idéntico al modelo que les ponía la maestra, con follaje tipo nubecita, de color verde, y tronco café,  era colocarle un cincho a la imaginación. Más le inquietó a mi esposo  el argumento de la maestra  “todos los árboles deben de ser así.” Obvio, mi hija nunca regresó a ese curso.
     La semana que termina he participado en un reto en redes sociales.  Publicar diariamente durante 10 días portadas de libros que me han marcado.  Dio pie a  repasar mis lecturas de otros tiempos, como una suerte de espejo autobiográfico interesante y divertido.  Contemporáneos a este son algunos retos más, como el que inició bajo la etiqueta #InMyFeelings, y que consiste en que   el conductor desciende de su  vehículo en marcha para bailar,  mientras la máquina avanza.  Ya surgió uno más que es bailar en la oficina, quiero suponer que los participantes  ganan  puntos entre más gruñón sea el jefe.  Y siguen otros retos como el de la soga, que consiste en pretender ahorcarse –y en un descuido lograrlo--, o el de ingerir cápsulas de detergente para lavadora, que ya ha cobrado su cuota de muerte.
     Lo primero que debemos reconocer a todas luces, es que  sobra  creatividad, y que a diferencia de mi hija que no tenía permitido pintar árboles azules, los jóvenes de hoy son poseedores de una gran libertad para expresarse como  lo  deseen.  Es un ejercicio de identidad y una caricia –peligrosa, pero al fin caricia—para la autoestima.  Conseguir muchos “me gusta” es un modo de sentirse tomados en cuenta por el grupo de pares.
     Frente a lo anterior los padres, abuelos o maestros nos asombramos, a ratos nos acongojamos, para finalmente pasar a otro asunto con el clásico pensamiento de  que son cosas de chicos.   En lo personal, después de asombrarme y a ratos preocuparme, en seguida me asalta una pregunta: ¿Qué acaso no cabe la posibilidad de encauzar todos esos ríos de creatividad de otro modo?  Generar versiones que aparte de divertir a los jóvenes, resulten  benéficas para los demás. No se trata de restar ingenio creativo a lo que se hace, sino de sumar una razón humanitaria, un “plus” a favor de causas que lo requieren, y que finalmente permiten trascender más allá de la propia persona.  Hay iniciativas por demás encomiables, acabo de conocer una bajo la etiqueta #BoardingPaz, mediante la cual un grupo de jóvenes se expresa,  y a la vez  recauda fondos para apoyar a los migrantes venezolanos que llegan a un país de acogida. De diversas formas los artistas que se van  sumando a esta iniciativa tienen ocasión de  manifestar su creatividad. El contenido original de la  propuesta crece en la medida en que se da a conocer, y se agregan nuevos contenidos.  Un aporte reciente, de la pluma de Vanessa Marcano, dice: “Migrar es tocar tierra y a la vez desapegarse sin dejar de amar y agradecer por lo vivido. Es también una oportunidad para renacer y reinventarse”.
     Somos un mundo con múltiples necesidades de todo orden. Problemática que mucho  puede aliviar  el entusiasmo y la imaginación de los jóvenes.   Ello se conseguirá cuando entre ellos mismos se difunda la idea de divertirse sí, de inventar cosas novedosas también,  pero con un sentido social. Que esa manera de pasarla entre amigos y de generar nuevas amistades, resulte en modos de apoyar a quienes más lo requieren. Así, nuestra juventud  canalizará sus  ríos de creatividad hacia  un molino de agua, cuyo potente movimiento  sea capaz de transformar al mundo.

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