domingo, 31 de octubre de 2021

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 

MIS MEMORIAS DE LA FMUAdeC

Este semana celebró su sexagésimo cuarto aniversario  la primera facultad de Medicina de la UAdeC, la unidad Torreón, de la cual soy orgullosa egresada. El director, Salvador Chavarría Vázquez compartió un mensaje alusivo a la ocasión, así como una fotografía de la fachada de nuestra amada escuela.  Hallé en la imagen una metáfora: Renovada, provista de una explanada muy bella, pero, en lo personal, carente de la esencia que me acompañó durante mis estudios de licenciatura.

Haber conseguido un lugar entre los incontables aspirantes que deseábamos formarnos como médicos fue estupendo.  Acudir nerviosa a revisar la lista de aceptados en la Dirección resultó un momento inolvidable.  Hallar mi nombre entre el centenar de elegidos constituyó algo así como sacarme la lotería.

No me atrevo a mencionar a todos mis maestros por el riesgo de caer en grandes omisiones, además resultaría ocioso para quienes no estén relacionados con la carrera. Lo que sí, me siento obligada a compartir destellos de esos cinco años dentro de las aulas donde, lo primero que aprendí, es que para ser un buen médico primero hay que ser una buena persona.  Un ser humano honesto, con metas bien definidas, dispuesto a trabajar  por procurar el bien de los demás.  Comencé a asimilar cuánto se ama la carrera  de labios de mi admirable maestro Don Jorge Siller Vargas, quien iluminaba el recinto donde aprendimos anatomía.  El aula anexa al anfiteatro se despojaba de su rigor de muerte para enseñarnos el amor por el aprendizaje, la calidez humana que distingue a un profesional. Eso fue el doctor Siller quien desde entonces comenzó a escribir un libro denominado: “Se dijo en clase”, publicado en 1986, que inicia diciendo: “La Medicina es la mujer más hermosa del mundo…” Con ese tono sobrio, elegante pero siempre cálido, el autor va entreverando su sentir personal en el estudio de diversas materias con conceptos meramente técnicos, incluyendo mnemotecnias que nos daba en clase para facilitar el aprendizaje de las complejas estructuras anatómicas.  Así mismo nos platicaba anécdotas tan originales, que, a casi medio siglo de relatadas, puedo recordar como si las estuviera escuchando.  Así de atractivo era su dicho para que aquellos conocimientos áridos de la anatomía humana fueran más asimilables.

Otro maestro inolvidable de la carrera fue el “doctor” Bulmaro Valdez Anaya.  Entrecomillo el título porque en realidad era QFB, egresado del Politécnico Nacional.  Junto con él, como en la alfombra mágica de Aladino, incursionábamos en un viaje fantástico para entender en tercera dimensión los conceptos de la química orgánica.  Eran tiempos cuando en todo el planeta existían unos cuantos  microscopios electrónicos. En clase con el Doctor Bulmaro, desde la imaginación, viajábamos a entender cómo se formaban las proteínas y cuál era el elemento químico indispensable para la vida orgánica sobre el planeta.  Hombre sabio como pocos, de ahí nos llevaba a descubrir cómo es que hoy vemos estrellas que murieron hace millones de años, y en qué consisten los agujeros negros. Aprendimos qué es el efecto Doppler, de manera que cada vez que escucho pasar un tren me concentro en el cambio de sonido que se produce cuando viene y  cuando ha pasado.  En ese momento no puedo dejar de recordar a mi amado maestro, que desde alguna ventana del cielo ha de asomarse sonriente.

Grandes maestros de aquellos tiempos.  Grandes maestros los de ahora en las tres facultades de la UAdeC.  Profesionales que sacrifican tiempo de consulta o de cirugía para venir a enseñarnos a pensar, para acompañarnos en nuestros primeros procedimientos quirúrgicos efectuados en perros anestesiados con éter, práctica de la cual podría rescatar un puñado de historias, algunas divertidas y otras muy trágicas.  Todas ellas nos fueron enseñando, aparte de la técnica anestésica o quirúrgica, a sentir confianza en nuestro actuar frente al paciente.

De mi muy querido maestro, no pocas veces controversial en aulas y pasillos, Doctor Carlos Ramírez Valdés, aprendí que para diagnosticar y tratar un paciente hay que remitirse a la fisiopatología.  Asomarse a la intimidad celular, ver qué sucede a nivel microscópico, y de manera lógica irán apareciendo en nuestra mente signos y síntomas, y una ruta crítica para su manejo.

Las experiencias personales aquí relatadas, multiplicadas por el número de catedráticos que me enseñaron medicina.  Y ese total multiplicado por el número de egresados en cada generación, y nuevamente por el número de generaciones formadas en estos 64 años. Un cúmulo incalculable de amor a la humanidad que crece con el tiempo. No cabría en mil cuartillas. ¡Felicidades a ese universo de mentes y corazones que han hecho de la medicina una misión sagrada!





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