domingo, 20 de noviembre de 2022

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 


VUELTA A LA ESENCIA

Los seres humanos somos proteiformes.  A lo largo del tiempo vamos modificando las diversas esferas que nos componen, hasta una definición final, que dejamos como legado a nuestros hijos. Cualquiera de nosotros podrá evocar diversas etapas de su propia vida, adquiriendo cada una de ellas un cariz distinto desde el punto donde son contadas.  Una cosa es lo que comuniquemos a los demás cuando tenemos cuarenta años, y una muy distinta  lo que transmitimos a los sesenta o a los setenta años.  Las propias memorias se van decantando en nuestro interior, hasta dejar en el centro de ellas la verdadera esencia que nos define como personas.

 Días atrás viajé a la ciudad de Monterrey para asistir a una reunión con mis compañeras de secundaria.  Alrededor de medio centenar de nosotras nos dimos cita, primero para una misa, la cual no alcancé, y luego  un convivio que se prolongó toda la tarde.   Me desplacé desde la frontera coahuilense unas horas antes, con la ilusión de quien asiste a una fiesta de cumpleaños.  Pese al cansancio físico, el encuentro con las compañeras me revitalizó en forma cabal.  Regreso a lo señalado en un principio, tal vez el paso de los años va empatando intereses y sueños, y de aquellas jovencitas de secundaria, entre las que había enormes diferencias en diversos sentidos, nos vamos convirtiendo en un grupo de mujeres de la gloriosa  tercera edad, con muchísimo qué compartir.

Yo me recuerdo en esas edades en que ya no somos niños, pero tampoco los adultos nos acogen de buena gana.  En mi caso fui hija única diez años; para cuando nacieron mis hermanas yo abandonaba la niñez, de suerte que crecí como un hongo silvestre poco agraciado entre dos adultos guapos y talentosos, y llegué a un colegio foráneo, a convivir con un grupo de chicas que, en su mayoría, venían juntas desde la primaria.  Vista desde fuera, mi situación no parecía muy afortunada, pero al paso de los años descubro que me sirvió de manera única para definir mis intereses a futuro.

Al cumplir 25 años de egresadas, tuvimos nuestra primera reunión en las instalaciones del museo MARCO, en el bello centro histórico de Monterrey.  Para los 50 años, nueva fecha oficial, lo hicimos ya en otro recinto que nos permitió mayor convivencia.  Y de entonces a la fecha procuramos hacerlo de forma anual. Se nos atravesó la contingencia sanitaria que puso al mundo en pausa.  Ahora, poco a poco, vamos retomando actividades.   Las enormes diferencias que tuvimos de adolescentes se han ido borrando; nos divertimos con quien nos tocó al lado por  mero azar; damos gracias por la vida y la salud, así sea con sus variaciones y mermas, pero que nos permite seguir gozando de las cosas más simples.  Un ambiente de convivencia simpático y sano; en el que, a una misma vez, vamos tejiendo memorias que habremos de coleccionar para siempre.

Lo antes dicho es la conclusión muy clara que me traigo esta vez a casa. Muchas reflexiones para desmadejar en los siguientes meses.   Nuestra jornada se aproxima a ser, cada vez más, una vuelta a la esencia del ser humano, más allá de elementos que en su oportunidad nos hicieron distintas y quizá hasta contrapuestas. Las diferencias por razón de la economía propia de cada familia, que ya se demarcaban en esos tiempos.  La cuestión de en qué universidad salimos a estudiar unas y otras, y los logros obtenidos en la esfera laboral.  Con el paso del tiempo los gustos y afinidades se encuentran, convergen de manera graciosa y todas crecemos.

El paso del tiempo nos enseña que podemos avanzar solos, cumpliendo cada meta justo del modo como deseamos hacerlo.  O bien, está la opción de hacerlo en grupo, combinando los intereses personales de cada uno, para andar una ruta más vivificante hacia nuestro destino.  Cierto, el aislamiento es necesario a ratos, para el diálogo interno de mí-conmigo, pero como una condición permanente es un estado desalentador.  No tener con quién compartir el rato vuelve el andar cansado, una tarea obligatoria que ha de cumplirse.

Siempre me ha asombrado la forma como el agua va alisando las piedras con su roce. Hasta la más rugosa termina cediendo su aspereza para tornarse tersa.   Algo similar sucede con  los humanos. El tiempo nos permite ir entendiendo que nuestra esencia como personas, va prevaleciendo por encima de cualquier tipo de diferencias que  pudieran haber existido en un principio.  El trato se suaviza y la convivencia fluye como agua clara y cantarina. Nos invita a honrar la vida así, justo como la tenemos, con sus limitaciones e inconvenientes de la edad, desde una óptica cargada de buen humor.  Llama a dar gracias al cielo por lo que hoy somos y a compartir. A vivir del modo más  alegre  cada día, mientras tengamos el tiempo de nuestro lado.


2 comentarios:

  1. Me encanto tu reflexión, muchas gracias, la comparto contigo❤️

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  2. Querida Carmen,hiciste una descripcion muy correcta de los tiempos de nuestras diferentes etapas de vida,no se cual sea la mas significativa,lo que si se, es que, volver al reencuentro con amistades de nuestra adolescencia nos remonta a volver a vivir.gracias.

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