domingo, 30 de noviembre de 2025

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 NACER INMENSAMENTE

Llega esa época del año que nos remite a los asuntos del espíritu. A recordar nuestra infancia con sus momentos mágicos y su ambiente de celebración por la vida, la familia y los amigos. Para los cristianos es el tiempo de celebrar la venida de Jesucristo Salvador con su promesa de vida eterna. Las visiones y los sonidos que invaden nuestro espacio nos llevan a reconectar con ese, nuestro niño interior, que nunca ha dejado de creer.

Quizá para muchos de nosotros este año sea más sanadora la época que en ocasiones previas. Hay mucha paz por recuperar en nuestra vida y en nuestro entorno. Los acontecimientos a ratos han sido inquietantes y desalentadores, tal vez hasta nos han secuestrado la tranquilidad. La esperanza pudo haberse sentido traicionada, y, con cierta angustia, nos preguntamos cuál será el nuevo acontecimiento que nos asalte a la vuelta de la esquina.

Qué maravilla poder reconectar con esa etapa de nuestra vida donde poco o nada nos preocupaba. Donde todo resultaba novedoso y encantador, y podíamos pasar horas fascinados con alguna imagen o un sonido, en particular en esta temporada. Tiempos en los que el más sencillo de los juguetes que recibíamos como regalo de Navidad, nos volvía los niños más dichosos del planeta.

Buen momento para darnos una pausa en el diario ajetreo de la vida. Espacio para valorar lo que se cumplió a lo largo de once meses y lo que tenemos pendiente de realizar, en el entendido de que la materia prima para cumplir nuestros más caros sueños es el tiempo, el cual habrá de agotarse, hayamos o no sacado provecho de él.

Como dice Vinicius de Moraes en su hermoso poema que alienta a vivir las fechas que llegan con diciembre: “Porque para eso fuimos hechos/Para la esperanza en el milagro…”  A partir de ello valdría la pena plantearnos construir milagros de temporada: en nuestro interior, en el seno de la familia, frente a los amigos. Construir milagros de reconciliación con esas personas de las que nos hemos alejado, para descubrir que ninguna distancia provee mayor satisfacción que el más valiente de los encuentros.

Hagamos de estas celebraciones del amor más grande, una ocasión para revisar nuestra propia mochila de viaje, y por qué no, aligerarla. Desechar las emociones viejas y oxidadas que no hacen más que entorpecer la marcha. Refrescar nuestros afectos con nuevo oxígeno antes de continuar el camino. Perdonarnos a nosotros mismos por los momentos en que actuamos tan indolentes y severos con nuestra propia persona, para comenzar a amarnos más de lo que antes hemos hecho. Y luego extender los brazos hacia quienes la vida ha colocado en derredor.

Buen momento para valorar lo afortunados que somos de tener lo que tenemos: Vida, salud, capacidad para razonar y energía para emprender nuevas cosas. Un corazón para sentir, que vamos por la vida como una barca en el ancho mar, con momentos plácidos, pero también con otros aciagos, donde lo encrespado de las olas nos atemoriza. Pero ¡vaya! Eso es la vida: un andar incierto para ir tocando puertos que nos proveen satisfacción, hasta llegar algún día al puerto final que marca nuestra historia de ruta desde el principio.

Sea esta temporada que hoy inicia una de alegría, por encima de cualquier rispidez. Tiempo de armonía, más allá de las diferencias con otros. Pletórico de momentos que habremos de gozar y conservar para siempre. Que nuestra fe profundice y la esperanza nos conmueva. Que vivamos una espiritualidad que no se quede en el templo, sino que salga a recorrer calles, a tocar puertas y a auxiliar a quienes más lo necesitan. Una bondad que trascienda, que no se quede en la foto que busca acrecentar nuestra popularidad en redes, sino que, de forma callada, establece un puente de corazón a corazón.

Vivamos una temporada sencilla, tranquila, plena en el goce de las cosas profundas, que se aleja de los excesos y que se centra en lo esencial que hay en cada uno de nosotros, para vivir una vida que trascienda por los actos realizados.

Y, como termina diciendo Vinicius de Moraes en un llamado a la reflexión, a propósito de lo que nos ofrece la temporada navideña cuando la enfocamos desde el corazón. Sus palabras nos colocan frente a la imagen de Jesús en Belén, para creer con ella, que hoy: “Nacemos inmensamente”.

Siempre verde: Corto animado (Exclusive Streaming Premiere)

CARTÓN de LUY


 

CARTAS A MÍ MISMO por Carlos Sosa

El poder de la palabra

La palabra no es inerte, vive respira...
Primero nace como un murmullo tímido en la cabeza, una especie de presagio sin forma.
Pero basta con darle nombre para que empiece a respirar, para que estire las piernas y se atreva a caminar por la realidad.

Todo comienza así: imaginás algo, lo pronunciás, y de pronto el mundo se acomoda —o se desacomoda— a tu atrevimiento.
No lo creés posible hasta que un “te quiero” que vivía encadenado en la garganta cambia el curso de la historia cuando por fin se libera, se vuelve sonido y después gesto, piel, destino.

Y funciona igual con su sombra: un “te odio” pensado apenas como bruma puede volverse tormenta cuando lo soltás.
Porque las palabras no son inocentes: son semillas o son venenos.
Y cada vez que abrimos la boca, escribimos una pequeña profecía.

Porque así funcionan las palabras:
cuando las decís con la columna vertebral, se convierten en ley.
Cuando las decís con el alma, se convierten en destino.

Y entonces entendés lo inevitable:
no hay palabra que no dispare una batalla,
ni silencio que no esconda un reino entero.

Por eso, cuando abrís la boca, hacelo como quien desenvaina una espada.
Porque cada frase que pronunciás tiene el potencial de reescribir tu historia,
y hay días —muy pocos, muy densos— en que una sola palabra tuya
puede cambiar el mundo de lugar...

Hay que ser valiente para ser amable | Erna Jungstein

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez


La libertad depende de haber elegido voluntariamente a qué atarse, de amar sus ataduras y reconocerlas como aquello que impide flotar en una atmósfera de soledad y desconcierto. 

Cuanto más libre te concibes, es quizá cuanto más esclavo terminas siendo de tu soberbia. 

El perdonar, responsabilizarse de sí mismo, el amar respetando la individualidad, sin querer apoderarse de la voluntad del otro, sin obsesiones, hacer del amor un sentimiento que nos dé certidumbre y no desasosiego. 

No intelectualizar el amor... yo sigo dejándolo con residencia fija en el corazón.



Por Suiza con la imaginación: De Grindelwald a Lauterbrunnen