MÁGICAS LECTURAS
Esta semana tocó el turno de compartir mesa con Juan Rulfo,
el magnífico escritor jalisciense cuya obra, aun siendo breve, lo coloca en un
lugar destacado dentro de la narrativa iberoamericana del siglo veinte.
Se trata de la edición de un libro publicado por la propia
Fundación Juan Rulfo. Se intitula “El
gallo de oro y otros relatos”. Incluye la novela corta que habla sobre un gallero, que comparte el
corte surrealista de Pedro Páramo. Obra más conocida como producción cinematográfica que como novela. Su trama no deja de sorprendernos hasta el
último momento. A la par de esta se
incluyen algunos relatos poco o nada conocidos hasta el 2010, año de la
publicación póstuma de los mismos.
Algo que nos fascina a lo largo de sus páginas es la
apropiación que hace el autor del lenguaje rural de Jalisco. Expresiones tal vez desconocidas, pero
altamente descriptivas, que nos muestran la entraña de los habitantes de esas
tierras, ora montañosas, ora subtropicales.
El autor nos va introduciendo a escenas de la vida cotidiana de sus
personajes, como es el caso de “La fórmula secreta”, obra escrita en fragmentos
poéticos que nos muestra de manera irónica un México así de pobre como de
corrupto.
En lo personal me capturó “La vida no es muy seria en sus
cosas”, en cuyas líneas Crispín nonato narra el proceso de duelo de su madre
desde donde él, en la bendita oscuridad del claustro materno, alcanza a percibir. El niño en formación la acompaña a lo largo del proceso para asimilar la
muerte del esposo y padre. El final
abierto nos da licencia, como lectores, a imaginarlo de una manera personal, hasta
entender el concepto de que la muerte es liberación.
Continúa el resto de los relatos presentando de forma
entrañable a diversos personajes, como son la prostituta Olga o Pilar, da lo
mismo el nombre que se utilice, convertida en nana temporal de un bebé perdido
en la noche por la ausencia de su madre y la incapacidad del llamado padrino
para cuidar de él. Escenas del teatro
del absurdo que apelan a reconocer lo paradójico
de la condición humana.
Avanzamos para conocer el Castillo de Teayo, fragmento
autobiográfico en el que Rulfo narra sus impresiones frente a dicha zona
arqueológica de la Huasteca veracruzana, invitando a adentrarnos en la historia que hace de
nosotros lo que ahora somos. Narrada
desde un “nosotros” que no terminamos de descifrar, sí pacta con el lector para
ofrecerle un relato dinámico, provisto de muchos detalles propios de la zona
arqueológica.
“La tía Cecilia”, “Cleotilde” y “Mi padre” abundan sobre un
tema tan reiterativo en Rulfo: La muerte.
Para narrarla, para justificarla, para redimirse con ella. En una metáfora maravillosa, hablando del
padre, dice: “Déjenme seguir mi sueño.
Todo lo demás es mentira. Nadie
puede morir mientras uno duerme.”
Termina con José Pinzón, el valiente vengador del honor
familiar, y con Candelario, el indio que pretende arrancar sus raíces de la
piel para ser aceptado por los otros.
Nuevamente, como sucede en el resto de las historias, Rulfo nos presenta
a sus personajes de modo de congraciarnos con ellos. Como buen escritor, se sacude cualquier tipo
de juicios de valor y se introduce en cada personaje para seducirnos con su
figura y sus andanzas.
En estos tiempos en los que vamos a la defensiva por la
vida, mostrando los puños antes que cualquier
signo de aprecio o de reconocimiento, la lectura es un excelente recurso
para renovar estrategias. Nos permite
salir de nuestro propio enquistamiento y dejar de lado los prejuicios malignos
para comprender que todos los seres humanos estamos pintados de modo
variopinto. Nadie es ni blanco, blanco,
ni negro, negro. Ni totalmente bueno ni
totalmente malo. En reconocerlo radica
el acierto de la armonía.
Hoy en día existen tantas formas de acceder a la lectura, que
solamente no lee el que no quiere hacerlo.
Hay infinidad de bibliotecas
presenciales y virtuales; canales, círculos o salas de lectura, que permiten incursionar en solitario o acompañados a cualquier hora
del día o de la noche. En el proceso de
permitir que esos personajes imperfectos fluyan a nuestro interior, vamos
alisando las púas de la intolerancia, hasta descubrirnos más humanos.
El mundo es uno solo para todos. La posibilidad de percibirlo de uno u otro
modo depende, tanto de nuestra
inteligencia emocional como de nuestras expectativas. El hermetismo, con un telón de fondo de temor
y desinformación, es el estado de quien no se anima a salir de su zona de
confort a explorar más allá. Por el
contrario, apertura es la sana opción de quien, consciente de no ser el ombligo
del universo, reconoce en otros cualidades dignas de ser descubiertas.
…La lectura es un excelente vehículo para emprender ese
viaje.