LA ENFERMEDAD: DEL QUEJIDO AL ENCUENTRO
Voy a hablar de mis adentros, de cómo vivir la enfermedad.
Todos estamos tocados de enfermedad, sobre todo pasando de la juventud. Está mi enfermedad y la de los otros, la de los otros es la que nos hace sufrir más, porque mi enfermedad me la manejo yo mejor.
Cuando llega la enfermedad a la vida de uno, te descoloca, te rompe todos los planes, pone enfermos a los de alrededor, toda la familia está enferma de desasosiego, de preocupación. Notas que eres aguafiestas, que no das la talla, no puedes llevar una agenda, necesitas armarte de paciencia.
Notas que no es lo mismo cuando se vive solo que cuando se vive con Dios. Con Él es mucho más fácil. Con Dios la vida es diferente.
Para tener una comunicación íntima con El, que sanee, hacen falta tiempos de silencio total. La enfermedad te echa el freno a las carreras de la vida y te obliga a tener más tiempo para uno, y eso supone más tiempos para el encuentro con Dios.
Vivir la enfermedad, el deterioro, acompañado por El, es todo más fácil. Dinamiza mis recursos personales, no me pone en contacto con el problema, sino que me pone en contacto con la solución.
Puedo estar dándome pena, pero la autocompasión no genera salud. Tener nostalgia de cómo estábamos antes, no es sano, porque siempre estaremos peor, envejecer es obligatorio.
A mí la enfermedad me ha hecho crecer, porque vivida la enfermedad con Dios, lo pequeño se hace grande y lo grande pequeño. Soy importante no por lo que hago sino por lo que soy.
La calidad de mi vida es según la calidad de mis encuentros con las personas con las que voy viviendo la vida. Me hago más sensible a su ternura. Es impresionante ver la ternura de la gente en una situación trágica: luego decimos que somos malos, pero ¡como es la gente de buena!
La actitud de no comunicar una enfermedad para no dar dolor a los otros, les priva a los otros de la capacidad de cuidarte, y sufrir contigo. Con mi enfermedad mi familia y amigos han aprendido a desarrollar más la ternura.
No hay que guardarse las cosas, el cariño que no digas hoy, caduca. La enfermedad te hace perder el sentido del ridículo y tengo que saborear el cariño de los otros.
Vivir la vida en plural es el secreto de la felicidad. Somos personas habitadas, no estamos solos. Dios es el que queda cuando todos se van, por eso hay que saber disfrutar de su compañía.
Y hay que tener también sentido del humor, es una cualidad del amor. En vez de enrollarme en mi mismo como un yo-yo, me voy a lanzar a la vida, a querer, y así mi vida tiene sentido.
Si le dejo a la enfermedad que me gane la partida hago una historia de egocentrismo, si intento estar contenta, tengo dolor pero no sufrimiento. El sufrimiento es la resistencia a lo que ocurre. Cuando lo aceptas dejas de sufrir.
Cuando me despierta el dolor, me gusta hacer un recorrido mental por las cárceles, las prostitutas, y noto como que Dios me vuelve el corazón universal y se me vuelve lo mío pequeño. Le digo: Señor, cámbiame mi corazón de piedra por uno de carne que palpite por los otros.
También en el dolor del otro, estar contento ayuda más. Lo importante es ocuparse, hacer lo mejor para la otra persona, captar lo que necesita, pero luego no llevártelo puesto.
Me siento valiosa cuando invito a mi casa, pero dejarme invitar, me cuesta, pero tengo que dejar de hacer cosas. Son momentos de recibir. Aceptar la debilidad. Cuanto más débil yo, Dios se hace más fuerte en mí.
Dios hace brotar con la enfermedad lo mejor de mí, tengo una capacidad secreta de sentido del humor, madura la ternura. Esta vulnerabilidad me hace misericordiosa.
He tenido que estar enferma para encontrar los tesoros que tengo en mi interior. Vamos tan corriendo que no los encontramos. La enfermedad es una llamada también a la interioridad. Deja el mundo de fuera, deja ya de correr. Es una llamada a vivir para dentro.
Podemos vivirlo como un fracaso porque no somos productivos, estamos en un mundo en que sólo se valora lo productivo, pero estando en casa estás generando, como genera un bebé, risas y ternuras alrededor.
El tiempo de enfermedad es un tiempo para abandonarte en Dios, es como si te llevaran en una moto, te agarras y te tienes que inclinar con las curvas porque si no te llevas un morrón, pues igual te tienes que inclinar por la vida, dejar que lo que pasa, pase, no resistirse.
La pena es malísima, y el miedo también. ¿Miedo a qué? A que te mueras, a que te lleven a un psiquiátrico… bueno, pues tendremos que tener la humildad suficiente para dejarnos cuidar con sencillez. Irá llegando el deterioro y cuanto más triunfadores somos, más nos cuesta aceptar el deterioro.
La enfermedad me hace vivir en zigzag, un día vivo bien y otro mal. Es bueno que salgamos de casa por la mañana bien amados, habiendo tenido mi ratito con Dios. Y si estamos enfermos, dejemos a los otros salir de casa, que noten que les necesitamos y que son importantes para nosotros.
Pero hay gente que niega la enfermedad, que te pregunta cómo estás pero se responden ellos mismos sin dejar que tú te expreses. El enfermo también necesita que se le escuche. El enfermo está asustado y necesita contarlo. Lo mejor que podemos hacer en la vida es acompañarnos unos a otros, y facilitarnos el camino.
Da más gusto decir que se está sano, que cuando estás mal. Qué pena das a los que les asusta la enfermedad y se esconden. En la escuela deberíamos aprender inteligencia emocional para manejar los enfados, la enfermedad y la muerte.
Esta temporada pasada he tenido momentos de pérdida de memoria, amnesia reciente. Y esto me asustaba mucho, si se me estropea el cuerpo, tengo la mente, pero si se me estropea la mente…, yo tengo a Dios en la mente. Pero cuando no sepa yo quién es El, ya se acordará Él de mí, y lo que pase estará en sus manos.
Si vivo de verdad desde dentro, sabiendo que soy una mujer habitada, Él me invita a vivir en armonía con la vida, aunque mi vida se deteriore. Mi misión es querer, y he nacido para querer, y puedo querer todos los días de mi vida, despierta y dormida.
Siento que Dios me libera de mis autocompasiones, me invita a sentirme más plena, a sentirme plenamente feliz, que tenga vida en abundancia, en la enfermedad también. Que sepa dar como un adulto y recibir como una niña, saborear más el presente. Tengo que habituar mi cuerpo dolorido a la armonía interior.
A mis hijos les decía que si pierdo la cabeza no se desesperen que me lleven donde sea, que sepan que vivo más en conexión con Dios. Quiero que mis hijos vivan así, siendo compasivos y agradecidos. El dejarme cuidar me ayuda más a vivir el estilo de Jesús. Vivir más la vida y la muerte, hasta que me encuentre en la camilla al lado de Él.
Las personas somos presente y memoria (de ayer y mañana). Si vivo en el presente vivo bien, pero la memoria me da nostalgia y me quita energía. Tengo que frenar la memoria del ayer y del mañana y vivir el presente. Aprender a vivir así con inteligencia emocional y sentido del humor.
Ya teníamos amores de antes, pero noto que con los años mi historia de amor con Dios va siendo cada vez más fuerte y dinamizadora, me apasiona para querer y gozar. Antes era más pequeña y la enfermedad ha sido como una jugada maestra de Él para hacerse más hueco.
A veces me enfado con Él, pero poco, me enfado más por cosas como el Tsunami o por cosas que leo en el periódico, por cómo les duele la vida a los otros, no por mí. Yo tengo una vida preciosa porque vivo mi enfermedad con Dios, ¡qué pena los que no viven la vida con el Dios de la vida!
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