domingo, 19 de diciembre de 2010

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

UNA NAVIDAD DISTINTA
Es tiempo de Navidad: El ambiente se va impregnando de música, colorido y aromas que desafían la imaginación.   La magia propia de la temporada  imprime un brillo especial a los ojos de los pequeños quienes observan atentos los muñecos  con movimiento que exhibe alguna casa comercial; el reflejo multicolor de los aparadores se proyecta jugueteando en sus pupilas como sobre un claro espejo.  Niños y viejos dejan volar la imaginación frente al Nacimiento presentado en niveles,  en tanto siguen divertidos el trayecto de pastores y reyes con rumbo a Belén.  Al centro en el portal, María y José flanquean una cuna rústica que permanece  vacía hasta la noche del veinticuatro; al fondo el buey y la mula se preparan para calentar con su vaho al recién nacido, en tanto los diversos pasajes bíblicos se despliegan a lo largo y ancho del amplio escenario donde conviven el musgo, el papel pintado; las figuras de barro, y las luces navideñas de importación.  Por acá el pozo con su aguadora; más allá  las dunas de Egipto, y entre una y otra el lago  con superficie de espejo, sobre el cual se extiende un puñado de cisnes de barro pintado en vivos colores.
   Diciembre: Tiempo cuando damos permiso a  nuestro niño interno para venir a curiosear. La de este 2010 es una Navidad que ansiamos ver llegar luego de doce meses muy dificultosos; habrá miles de hogares enlutados por la muerte de uno o varios seres queridos, a los que una guerra sin cuartel ha arrebatado de forma inmisericorde.  Por otra parte las dificultades económicas que no son pocas, amenazan con robar parte del encanto festivo  de la temporada. De alguna manera las circunstancias externas llaman a replantear la fiesta en nuestras vidas, y en cierto modo volver entonces al origen mismo de la celebración, a  lo que ocurrió hace más de dos mil años, el nacimiento de un rey que vino al mundo en la mayor de las pobrezas, para que  ningún desposeído pudiera sentir que él estaba por encima de sus propias  carencias.
   Una Navidad distinta: Dejemos de lado el consumismo que tanto mal viene haciendo al mundo, y comencemos a inventarnos un gozo sencillo desde el corazón.  Que la medida de nuestro amor no se ubique en la cartera sino en lo auténtico y original de nuestra dádiva, particularmente esos pequeños actos de generosidad que podemos  obsequiar a quienes nos rodean.  Curiosamente en esta vida, lo más  valioso es lo que  menos  costo tiene en el mercado. Somos bombardeados por intereses ajenos al corazón que nos orientan en el sentido de comprar para ser, o comprar para amar.  Cada uno de nosotros vale mucho como para dejarse tasar en dígitos, cuando nuestro potencial es tan grande como ancho el universo.
   Una Navidad distinta: Tiempo de contar nuestras bendiciones y ser agradecidos con Dios, de la manera como cada uno lo conciba.   Desde el primer latido que en  aquel bendito santuario se desprendió de nuestro cuerpo en formación, la vida es una secuencia de pequeños milagros demasiado perfectos como para atribuirlos a la  mera casualidad.
   No es una simpleza dar gracias por la vida, por la luz,  por el agua,  por las especies vivas que nos proporcionan compañía y sustento.   Todo lo contrario, reconocer cada uno de estos elementos como regalos del cielo representa encontrar nuestra justa dimensión dentro del tiempo y del espacio.   ¡De qué fácil manera nos gana la soberbia hasta hacernos sentir que somos origen y destino de todo lo que orbita en derredor nuestro!  ¡Tanta nuestra pequeñez, que no alcanzamos, ni parados de puntas, a asomarnos por la ventana del universo,   ver más allá, y entonces asumir con justeza que no somos más que granos de arena en la inmensa playa de los tiempos!
   Una Navidad distinta: Tiempo de dar gracias al cielo por nuestros seres amados: Por los que siguen entre nosotros e inmerecidamente nos hacen sentir especiales; por quienes se han adelantado en la ruta  espiritual,  y hoy comparten de una manera nueva ese gozo que nos  invade y alegra en esta temporada.
   Tiempo de romper el círculo  personal, crecer,  expandirnos,  y posar nuestros sentidos en las necesidades de los demás.  Descubrir poco a poco que cuando restamos importancia a nuestras propias cosas y anclamos la atención más allá, la vida se vuelve  ciertamente interesante,  y  cualquier carga se torna llevadera.
   Una Navidad distinta, plena en el sentido último del amor.  Tiempo para compartir, más que lo que tenemos, lo que somos.  Más que buenos deseos, pequeñas gentilezas. Sea, primero nuestro corazón y luego nuestro hogar, ese portal sencillo donde  venga a nacer el amor más grande, ese amor salvífico  que hoy tanto necesita nuestro mundo para volver a creer, para  recomenzar.  

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