“Es un gran honor para mí ser el tercer miembro de mi familia en recibir un doctorado honorario de esta gran Universidad. Es un honor seguir los pasos de mi tío abuelo Jim, un talentoso doctor, y de mi tío Jack, un extraordinario hombre de negocios. Ambos te podrían contar algo importante acerca de sus profesiones, acerca de la medicina o el comercio. Yo no tengo ningún campo específico de interés o práctica, lo cual me pone en desventaja al hablarles hoy a ustedes. Soy novelista. Mi trabajo comprende la naturaleza humana. Todo lo que sé es acerca de la vida real.
La vida y el trabajo jamás deben ser confundidos. El segundo es solamente una parte de la primera. Jamás olvides lo que le escribió un amigo al Senador Paul Tsongas cuando éste decidió no presentarse para la reelección debido a que le habían diagnosticado cáncer: “Ningún hombre jamás dijo en su lecho de muerte: ´Ojalá hubiera pasado más tiempo en la oficina´’’.
Jamás olvides las palabras que me envió mi padre en una tarjeta postal el año pasado: “Aunque ganes la carrera (la competencia) de las ratas, sigues siendo una rata”. O lo que escribió John Lennon antes de morir baleado en Dakota: “La vida es lo que sucede mientras uno está haciendo otros planes”.
Tú saldrás de aquí esta tarde con una sola cosa que nadie más tiene. Allí afuera habrá centenares de personas con el mismo título que tú; habrá miles haciendo lo que tú quisieras hacer para ganarte el sostén. Pero tú serás la única persona en la vida que tenga la custodia total de tu vida.
Tu vida en particular. Tu vida entera. No sólo tu vida en el escritorio, o tu vida en el omnibus, o en un auto, o en la computadora. No sólo la vida de tu mente, sino la vida de tu corazón. No sólo tu cuenta bancaria, sino tu alma.
La gente ya no habla mucho acerca del alma. Es tanto más fácil redactar un informe que dar vida a un espíritu. Pero un informe es un consuelo frío en una noche de invierno, o cuando estás triste, o quebrantado, o solo, o cuando recibes los resultados de un examen y no son gran cosa.
Este es mi informe. Soy la buena madre de tres hijos. Nunca he querido que mi profesión me impida ser una buena madre. Ya no me considero el centro del universo. Participo. Escucho. Trato de sonreír.
Soy buena amiga de mi marido. He intentado que mi matrimonio tenga sentido. Participo. Escucho. Trato de sonreír. Soy buena amiga de mis amigos, y ellos lo son conmigo. Sin ellos, no habría nada que yo pudiera decirles hoy, porque yo sería una figura de cartón. Pero yo los llamo por teléfono, y me reúno con ellos para almorzar. Participo. Escucho. Trato de sonreír. Sería pésima, o al menos mediocre, en mi trabajo, si aquellas cosas no fueran ciertas. Es imposible ser excelente en tu trabajo si tu trabajo es todo lo que eres.
De modo que esto es lo que quiero decirte: construye una vida. Una vida real, no una búsqueda maníaca de la próxima promoción, de un mejor salario, una casa más grande. ¿Crees que estas cosas te significarían tanto si un día tuvieras un aneurisma, o te detectaran un nódulo en el seno?
Construye una vida en la que observes el olor del agua salada tras una brisa sobre las colinas de la costa, una vida en la que puedas detenerte y observar el vuelo de un halcón de plumaje rojizo sobre el agua o la manera en que un bebé frunce el entrecejo al concentrarse para levantar una argolla con su pulgar y su dedo índice.
Construye una vida en la que no estés solo. Encuentra a las personas a quienes amas y que te aman a ti. Y recuerda que el amor no es ocio, es trabajo. Cada vez que mires tu diploma, recuerda que aún eres estudiante, aún estás aprendiendo a atesorar de la mejor manera posible tu relación con los demás. Toma el teléfono. Envía un e-mail. Escribe una carta. Dale un beso a tu madre. Abraza a tu padre.
Construye una vida generosa. Mira a tu alrededor las azaleas del vecindario donde te criaste; observa una luna llena suspendida como plata en un cielo oscuro en una noche fría. Y comprende que la vida es lo mejor que se puede tener y no debes restarle importancia.
Ama tan profundamente sus bondades que quieras difundirla por todas partes. Toma el dinero que gastarías en beber cerveza y dónalo a obras de caridad. Trabaja en un comedor comunitario. Sé hermano mayor para una persona necesitada. Todos ustedes quieren tener éxito. Pero si además de eso no hacen el bien, entonces lograr el éxito no será suficiente. Es tan fácil malgastar nuestras vidas: los días, las horas, los minutos.
Es tan fácil dar por hecho el color de las azaleas, el lustre de la piedra caliza en la Quinta Avenida, el color de los ojos de nuestros hijos, la manera en que la melodía de una sinfonía asciende, desciende y desaparece y asciende nuevamente. Es tan fácil existir en lugar de vivir.
Yo aprendí a vivir hace muchos años. Algo realmente malo me sucedió, algo que cambió mi vida de una manera que, si hubiera podido elegir, jamás hubiera cambiado en lo más mínimo. Y lo que aprendí de ello fue algo que parece ser la lección más difícil de todas: aprendí a amar el viaje, no el destino. Aprendí a observar todo lo bueno en el mundo y a intentar devolverle algo, porque creo en él total y absolutamente. Y en parte traté de hacer eso, contándoles lo que yo aprendí. Contándoles esto:
Mira los lirios del campo. Observa la pelusa en la oreja de un bebé. Lee en el jardín de tu casa con el sol en tu rostro. Aprende a ser feliz. Y piensa en la vida como una enfermedad terminal porque si lo haces, la vivirás con gozo y pasión, como debe ser vivida. Tú puedes aprender todas estas cosas allí afuera si logras una vida real, una vida plena; una vida profesional, sí, pero además otra vida, una vida de amor y de sonrisas y un vínculo con otros seres humanos. Sólo mantén abiertos tus ojos y tus oídos. Aquí pudieron aprender en el aula. Allí el aula está en todas partes. El examen llega al final. Ningún hombre jamás ha dicho en su lecho de muerte: “Ojalá hubiera pasado más tiempo en la oficina”. Conocí a uno de mis mejores maestros en la playa de Coney Island hace unos 15 años. Era diciembre y yo estaba escribiendo un cuento sobre cómo sobreviven los desamparados durante los meses de invierno. Nos sentamos sobre los barandales de madera, balanceando las piernas a un costado, y él me habló de su rutina, mendigando a lo largo de la playa cuando ya se retiraron los turistas, durmiendo en alguna iglesia cuando la temperatura bajaba a cero grados, ocultándose de la policía. Pero me dijo que la mayor parte del tiempo se quedaba en la playa, mirando en dirección al agua, tal como lo estábamos haciendo en aquel momento, aun cuando hacía frío y tenía que usar como prendas de vestir los diarios después de haberlos leído.
De modo que esto es lo que quiero decirte: construye una vida. Una vida real, no una búsqueda maníaca de la próxima promoción, de un mejor salario, una casa más grande. ¿Crees que estas cosas te significarían tanto si un día tuvieras un aneurisma, o te detectaran un nódulo en el seno?
Construye una vida en la que observes el olor del agua salada tras una brisa sobre las colinas de la costa, una vida en la que puedas detenerte y observar el vuelo de un halcón de plumaje rojizo sobre el agua o la manera en que un bebé frunce el entrecejo al concentrarse para levantar una argolla con su pulgar y su dedo índice.
Construye una vida en la que no estés solo. Encuentra a las personas a quienes amas y que te aman a ti. Y recuerda que el amor no es ocio, es trabajo. Cada vez que mires tu diploma, recuerda que aún eres estudiante, aún estás aprendiendo a atesorar de la mejor manera posible tu relación con los demás. Toma el teléfono. Envía un e-mail. Escribe una carta. Dale un beso a tu madre. Abraza a tu padre.
Construye una vida generosa. Mira a tu alrededor las azaleas del vecindario donde te criaste; observa una luna llena suspendida como plata en un cielo oscuro en una noche fría. Y comprende que la vida es lo mejor que se puede tener y no debes restarle importancia.
Ama tan profundamente sus bondades que quieras difundirla por todas partes. Toma el dinero que gastarías en beber cerveza y dónalo a obras de caridad. Trabaja en un comedor comunitario. Sé hermano mayor para una persona necesitada. Todos ustedes quieren tener éxito. Pero si además de eso no hacen el bien, entonces lograr el éxito no será suficiente. Es tan fácil malgastar nuestras vidas: los días, las horas, los minutos.
Es tan fácil dar por hecho el color de las azaleas, el lustre de la piedra caliza en la Quinta Avenida, el color de los ojos de nuestros hijos, la manera en que la melodía de una sinfonía asciende, desciende y desaparece y asciende nuevamente. Es tan fácil existir en lugar de vivir.
Yo aprendí a vivir hace muchos años. Algo realmente malo me sucedió, algo que cambió mi vida de una manera que, si hubiera podido elegir, jamás hubiera cambiado en lo más mínimo. Y lo que aprendí de ello fue algo que parece ser la lección más difícil de todas: aprendí a amar el viaje, no el destino. Aprendí a observar todo lo bueno en el mundo y a intentar devolverle algo, porque creo en él total y absolutamente. Y en parte traté de hacer eso, contándoles lo que yo aprendí. Contándoles esto:
Mira los lirios del campo. Observa la pelusa en la oreja de un bebé. Lee en el jardín de tu casa con el sol en tu rostro. Aprende a ser feliz. Y piensa en la vida como una enfermedad terminal porque si lo haces, la vivirás con gozo y pasión, como debe ser vivida. Tú puedes aprender todas estas cosas allí afuera si logras una vida real, una vida plena; una vida profesional, sí, pero además otra vida, una vida de amor y de sonrisas y un vínculo con otros seres humanos. Sólo mantén abiertos tus ojos y tus oídos. Aquí pudieron aprender en el aula. Allí el aula está en todas partes. El examen llega al final. Ningún hombre jamás ha dicho en su lecho de muerte: “Ojalá hubiera pasado más tiempo en la oficina”. Conocí a uno de mis mejores maestros en la playa de Coney Island hace unos 15 años. Era diciembre y yo estaba escribiendo un cuento sobre cómo sobreviven los desamparados durante los meses de invierno. Nos sentamos sobre los barandales de madera, balanceando las piernas a un costado, y él me habló de su rutina, mendigando a lo largo de la playa cuando ya se retiraron los turistas, durmiendo en alguna iglesia cuando la temperatura bajaba a cero grados, ocultándose de la policía. Pero me dijo que la mayor parte del tiempo se quedaba en la playa, mirando en dirección al agua, tal como lo estábamos haciendo en aquel momento, aun cuando hacía frío y tenía que usar como prendas de vestir los diarios después de haberlos leído.
Y le pregunté por qué. ¿Por qué no se iba a alguno de los albergues? ¿Por qué no se internaba en el hospital para intoxicados? Él sólo miró hacia el océano y dijo, “Mira el paisaje, jovencita. Mira el paisaje”. Y cada día, en alguna forma, trato de hacer lo que este hombre me dijo. Trato de mirar el paisaje.
Y esta es la última cosa que tengo para decirles hoy, palabras de sabiduría de un hombre que no tiene siquiera un peso en el bolsillo, ningún lado adonde ir, ningún lugar donde estar.
Y esta es la última cosa que tengo para decirles hoy, palabras de sabiduría de un hombre que no tiene siquiera un peso en el bolsillo, ningún lado adonde ir, ningún lugar donde estar.
Mira el paisaje. Nunca te sentirás defraudado”.
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