JAGUARES Y OTRAS COSAS
Desde que ella era pequeña, mi hija y yo jugamos a las preguntas: Si fueras un condimento, ¿serías canela o pimienta?.. ¿A dónde preferirías viajar, a la India o a Chile?, o la clásica, ¿Qué animal escogerías ser?.. La última vez ya me veía enfundada en una piel amarilla con manchas negras arriba de un árbol en la sabana africana esperando un cervatillo para la merienda. Son juegos que representan para mí momentos de reflexión personal, cuando me asomo a mi interior tratando de adivinar por qué me da por ser jaguar y no tigre, o cilantro en lugar de yerbabuena.
Alguna vez mi hija me preguntó en qué época me gustaría haber nacido, y sin pensarlo le contesté que en la actual, pues implica ser testigos de un giro de noventa grados en lo que a desarrollo tecnológico y científico se refiere. Elementos como el teléfono o la televisión han cambiado radicalmente en los últimos treinta años. Los jóvenes no conciben cómo los adultos de mediana edad vivimos una infancia sin teléfonos móviles. Y paradójico, me atrevo a decir que los niños o jóvenes estábamos más coordinados con los padres para una salida fuera de casa, aún cuando las opciones para llamar eran limitadas.
Con relación a las computadoras, tengo muy presente cuando llegaron las “Mac” a México, allá por los setentas, aparatosas, con un monitor en blanco y negro, que requerían además que quien fuera a utilizarlas tomara un curso de programación. Cuando llegó el primer armatoste a casa de mis papás, mi señor padre tuvo que desalojar la mitad de su estudio para dar paso a las unidades que, además, iban interconectadas. Aunque claro, comparándolas con las primeras computadoras que veíamos en fotografías de la NASA, éstas eran “pan comido”. Ahora bien, contrastando aquéllas Mac con una tableta actual la diferencia es irrisoria.
Cada cambio trae aparejados otros más, la tecnología nos ha llevado a desarrollar un rasgo que antes no existía más que en los niños pequeños: Esperamos que las cosas se den de manera inmediata, conforme a nuestros deseos, sin estar dispuestos a esperar más de unos segundos para obtenerlas, y lo que es peor, trasladamos esa expectativa a otras esferas de nuestra vida.
Justo hoy al realizar una transferencia bancaria electrónica, vino a mi mente el engorroso trámite que cualquier depósito bancario representaba en el pasado, cuando implicaba el envío de papelería de una sucursal a otra por vía postal o por valija. En el mejor de los casos –pagando el importe—se podía acelerar el trámite mediante una llamada telefónica entre sucursales, pero de la fecha del depósito a la del cobro, podía transcurrir una semana.
Los de mediana edad nos maravillamos con los alcances que ha tenido la telefonía móvil, y nos quedamos atónitos ante la multiplicidad de funciones de un teléfono inteligente. Aunque claro, puede darse el caso, que en los veinte años que han pasado desde nuestro primer aparato celular, no hayamos superado la lección número 3: “Haz una llamada”; la 4: “Contesta una llamada”, y la 5: “Crea un mensaje de texto”.
Pero volviendo a ese rasgo de esperar que las cosas se den de manera inmediata, tenemos al chavo que se estaciona bloqueando la circulación de otros pues “nomás va un momentito al cajero”. No parece estar dispuesto a buscar un cajón para estacionarse, ni le interesa si el resto de la humanidad no puede circular a causa suya. Lo mismo sucede con el que ocupa los espacios reservados para discapacitados sin requerirlo, o quien circula en sentido contrario “nomás un cachito de la cuadra”, para ahorrarse el tiempo que implica alinearse en la dirección correcta.
La actitud de “pronto y a mi favor”, refleja egoísmo y falta de madurez ciudadana. Es buscar la comodidad personal sin tomar en cuenta que mi derecho termina donde empieza el del otro. Aunada a esta precipitación se percibe cierto grado de insensibilidad con relación a las necesidades de los demás, insensibilidad que pareciera resultar, más que de un acto volitivo, de una simple y boba distracción. Ese individuo no está poniendo atención a lo que sucede en torno suyo, absorto en lo propio sin detenerse a evaluar si su modo de proceder vulnera los derechos de terceros.
Cuando yo era pequeña había tiempo para muchas cosas, extraño aquellas largas tardes en casa de mi abuela Elvirita, cuando había tiempo para todo. En la actualidad hay más comodidades pero menos tiempo; más oportunidad para aprovecharlo, pero menor disposición a hacerlo, y aún cuando se facilitan sobremanera infinidad de actividades diarias, pareciera haber una menor percepción de felicidad.
¿Habrán producido los avances tecnológicos mejores personas?... Quiero creerlo, aunque en ratos lo dudo, a veces tanto, que me resulta más fácil imaginar que soy un jaguar en la sabana africana.
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