domingo, 11 de noviembre de 2012

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza


 Noviembre 11, 2012
PALABRAS QUE ILUMINAN
Quienes hemos tenido que convivir a últimas fechas con la presencia cotidiana de la muerte, difícilmente logramos evitar el tema, en nuestros pensamientos,  en los medios noticiosos, en  conversaciones con familiares y amigos.
   Justo esta mañana platiqué con un conocido; luego de una breve actualización obligada sobre salud, actividades y familia, caímos en el tema  inevitable de la inseguridad.  Al referirse a los grupos de la delincuencia organizada, él  expresó una frase que tiene tanto de terrible como de esperanzadora: “No se apure, esto pronto se va a acabar, ahora traen puros chiquillos que ni siquiera saben disparar.”
   Por mi parte he pensado que un clima de extrema violencia como el que estamos viviendo deriva en  una extinción natural; es tal  la fuerza con que se expresa, que finalmente se agota en el tiempo.  Las palabras de mi interlocutor  las percibí como la luz al final del túnel, terrible pensarlo,  he de reconocer, pero lógico para una ciudadanía  harta de la violencia  y hambrienta de paz.  Sería entonces la extinción de una buena parte del grupo etario de adolescentes que en estos momentos están ingresando a las filas de la delincuencia organizada.
   Tengo un amigo que vive en otra latitud, quien para nada ha experimentado algo como lo que tenemos a diario quienes  radicamos en algunos estados de México azotados por la violencia. Durante una charla catártica  yo  expresaba mi dolor y mi rabia por la situación actual, a lo que él replicó con esta  frase: “Todo es cuestión de actitud, tú ponte positiva.”         
   Claro, qué más quisiéramos que con la sola actitud personal los riesgos que corremos nosotros y nuestros seres queridos se borraran del mapa.  Pero en fin, un recurso precioso para espantar esta clase de demonios es la lectura, y fue así como me encontré leyendo el discurso de agradecimiento que dio Don Ernesto De la Peña en el 2007, durante un reconocimiento que le organizó CONACULTA con motivo de su octogésimo aniversario.  Quise recordar sus palabras justo ahora cuando se le otorgará de manera póstuma la medalla Belisario Domínguez, por parte del Senado de la República, en ceremonia a realizarse este próximo martes.
   Aquí me permito incluir algunos de sus pensamientos, los que dan cuenta de un ser humano excepcional, preclaro, profundamente erudito, pero antes que todo sencillo, hondo y sabio.  Dominaba treinta y tres idiomas,  ocupó diversos  cargos como traductor oficial  de importantes instituciones, y recibió múltiples premios, pero siempre conservó  una sencillez absoluta.  Lamentable que no haya estado con vida para recibir tan importante reconocimiento, aunque sabemos que no lo necesitaba,  ni lo hubiera vuelto diferente.
   Durante su discurso de agradecimiento, mientras habla de las circunstancias de la vida, se refiere a la necesidad, primero de acomodarse a ellas, y luego de volverlas a favor de uno.  Don Ernesto vivió una orfandad temprana, y a pesar de lo complejo de su entorno familiar, salió adelante.
   Cuando se refiere a la longevidad habla del cúmulo de experiencias que no tendrían sentido si no fueran puestas al servicio de todos los seres vivos, como condición propia de los humanistas.  Y algo hermoso, al hablar los seres vivientes no solamente se refiere a  los humanos.
   Llama a procurar lo más valioso de lo humano que ha quedado grabado en el arte y el conocimiento, que él denomina “invenciones supremas del hombre”.  Y nuevamente invita a transformar lo vivido en creación.
   Con la sencillez que lo caracterizó siempre  hace mención de  su condición humana  como “la propia pequeñez”, y aún cuando por razón de ella  no se alcanza a ocupar un lugar significativo en el mar de la cultura, nada nos exime de poner el mayor empeño.
    “Todo ser humano lleva dentro de sí, por censurable o vil que sea, una zona de verdad, de luminosidad y trascendencia.” Con estas palabras de Don Ernesto me quedo para  enfocar el grave problema de la delincuencia organizada.   Dios permita que  la  estrategia del presidente electo vaya hacia la prevención, la modificación de factores de riesgo que propician que un niño de diez o doce años ingrese a las filas del crimen y pronto termine como carne de cañón.
   Don Ernesto de la Peña abandonó su ser físico el pasado 10 de septiembre.  Con su partida se perdió mucho, pero  a través de su palabra escrita rescatamos lo más valioso, que puesto a salvo de los polvos del tiempo,  conservaremos como receta sanadora sin fecha de caducidad.
   Difícilmente podríamos encontrar a un ciudadano con más méritos que Don Ernesto para recibir la medalla Belisario Domínguez: Un honor para México que la entreguen de forma póstuma a María Luisa, su viuda. 
    Un hombre grande jamás muere, renace cada día en un corazón, en una intención, en un nuevo aliento. Descanse en paz, y viva para siempre, Don Ernesto.

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