domingo, 31 de agosto de 2014

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

EL VALOR DEL TIEMPO

Si algo hay absoluto para los seres vivos sobre el planeta, es el tiempo, aunque las teorías de Einstein pretendan demostrar que este es relativo, al grado que podría viajarse en él como se viaja en la distancia.

De alguna manera los tiempos que vivimos nos marcan, a la vez que nosotros imprimimos nuestra huella personal a los elementos del mundo exterior conforme los utilizamos y los apropiamos en nuestra vida diaria.

Mi abuelo José era un amante de la buena música, muy en particular de la ópera. Durante los años que fungió como diplomático en diversas ciudades de los Estados Unidos, tuvo oportunidad de asistir a grandes estrenos, sobre todo en Nueva York, y así pudo escuchar a Enrico Caruso o a María Callas, entre otros grandes intérpretes de inicios del siglo pasado. Habiendo sido un gran coleccionista de discos de música clásica, tanto de 78 como de 33 revoluciones, tras su muerte conservó mi madre alrededor de un centenar de ellos, la mayoría álbumes de dos o tres discos, que finalmente serían para mí. Por desgracia el incendio de la bodega donde se almacenaban aquellas joyas provocó que todos, a excepción de un álbum con la fantasía orquestal “Romeo y Julieta” de Tchaikowsky, terminaran con sus bordes dañados por el fuego, y fueran a dar a la basura.

Con relación a cómo cambian las cosas con el tiempo, aquel material discográfico que ocupaba un gran volumen en el espacio, que era difícil de mover, y que finalmente se echó a perder, hoy en día podemos encontrarlo en formatos de fácil acceso y sencillo manejo.

Todo lo anterior viene a colación para ilustrar lo difícil que resulta para las nuevas generaciones aquilatar las comodidades con que cuentan en su vida diaria. Digamos, el refrigerador o el horno de microondas, elementos que ellos consideran como parte de cualquier cocina, tuvieron sus inicios. Yo recuerdo el primer refrigerador en casa de mis padres, era marca “Acros”, blanco, con un congelador pequeñito que hacía hielo y que había que descongelar periódicamente. Hoy en día sería difícil hallar un congelador de este tipo, además de que sabemos que conservar los productos en buen estado es una garantía que casi cualquier refrigerador comercial ofrece.

Algo parecido sucede, digamos, con las computadoras, desde aquella primera ENIAC que se instaló en la Universidad de Pennsylvania a mediados del siglo veinte, misma que ocupaba todo el sótano del edificio y requería de todo un equipo humano para programarla, hasta los dispositivos minúsculos del siglo veintiuno, que caben en nuestro puño, capaces de mil funciones distintas en fracciones de segundo, y que un preescolar no tiene dificultad para manejar.

Este maravilloso escenario que ha facilitado la información y la comunicación a distancia, no ha apostado mucho a favor del desarrollo de otros aspectos del ser humano. Debido a esta inmediatez con que se consiguen las cosas, nuestros jóvenes no han tenido mucha oportunidad de ejercitar la paciencia, y esperan que las cosas se den bien, a la primera y con el mínimo esfuerzo, como palomitas en el microondas. Quizás por este camino desarrollan muy poca tolerancia a la frustración, y si las cosas no salen a la primera de cambios como ellos esperaban, se impacientan, se irritan y posiblemente manden todo al traste.

Podría adivinarse una relación entre este modo de actuar y la ola de criminalidad que se ha desatado en nuestro país. Tal parece que los chavos se manejan bajo la premisa de “quiero dinero, lo consigo de inmediato”. Y este “de inmediato” implica obtenerlo del primer lugar o de la primera persona con que me tope, sin que me frene la idea de que aquello no me pertenece, y que si el propietario lo tiene hoy, es porque ha invertido tiempo y esfuerzo para conseguirlo. Percibo que estos chavos han bajado el interruptor del juicio que permite distinguir el bien del mal, y se mueven únicamente partiendo de su necesidad del momento.

Y dicha necesidad pareciera ser tan imperiosa, que los compele a actuar por obtener aquel beneficio material, sin siquiera cuidarse de no ser atrapados. Ya no hablemos de cuestiones éticas o morales, sino de simple supervivencia; se lanzan a lo tonto, sin medir el riesgo de ser sorprendidos y castigados por su fechoría.

Los abuelos, los libros, las historias orales, la naturaleza: Grandes recursos para enseñar a nuestros niños y jóvenes cómo eran las cosas antes de que ellos nacieran, y así llevarlos a valorar lo que poseen. Advertirles que la vida tiene sus dificultades, pero no por ello es menos digna de vivirse, y que las cosas más bellas implican tiempo, dedicación y esfuerzo. Parten de un sueño y avanzan a su paso, con voluntad y empeño.


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