En el par de meses que ha pasado desde que mi querido Don Jorge Villegas fuera reclamado por el cielo, dejándonos un hueco imposible de llenar, he buscado qué poner en su espacio –la entrada No. 6 de mi blog desde su primera edición—pero nada me satisface. Por ello me he fijado una meta, por un tiempo me volveré aprendiz de la maravillosa concisión del maestro Villegas, eso sí, la más torpe de los aprendices, pues a mí me acomete la profusión de palabras cada vez que leo la vida y me da por compartirla. Pero, como con otros menesteres del oficio de escribir, me he propuesto disciplinarme, y atrapar en textos breves --viñetas-- esas estampas que se me quedan prendidas a los sentidos cuando voy por la calle, el mejor escenario para ver la vida de un modo genuino. Va la primera, pequeñita y atípica esta vez, porque ya me desbordé en explicaciones.
Hay que ser un poco locos, cantar aunque vaya uno solo, sonreír a otros aunque
no te correspondan, y dar el paso, aun cuando fuera tu turno para hacerlo, algo que no te quita nada y mucho bien hace para el imaginario emocional del mundo. .
Como hace el agua sobre la roca, es la constancia y no la fuerza la que finalmente suaviza asperezas.
Esta tarde he llegado a la conclusión de que hacerlo es además una excelente medida preventiva que salva de la contagiosa condición de sentirse muerto, que algunos por ahí llaman "depresión".
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