domingo, 5 de marzo de 2017

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

RIESGO DE VIDA
Las conductas sociales han cambiado con el tiempo. Los jóvenes de hoy pasan pocas horas en comunión con ellos mismos, esto es, la figura de un observador solitario tratando de entenderse a sí mismo o al mundo que le rodea es excepcional, resulta una práctica poco alentada y hasta mal vista en nuestro medio.  Los jóvenes conviven poco, quizás en “reventones” multitudinarios, pero casi no lo hacen fuera de estos ambientes festivos, tal como hicieron las generaciones de las dos centurias previas. Lo que prevalece –triste decirlo—es el joven prendido de un aparato, haciendo caras y riéndose solo, en total aislamiento con respecto al mundo exterior.  En lo personal me llaman mucho la atención estos jóvenes –ellos y ellas, por aquello de la igualdad de género--, tanto que quisiera acercarme a preguntarles qué es aquello que captura su atención al grado de aislarse de  cuanto les rodea, además   trataría de descubrir por qué llegan a considerar tan importante una llamada, como para arriesgar la vida en contestarla mientras conducen.
Precisamente con relación a esta manera de terminar atrapados por las tecnologías de la comunicación es que surgen problemas modernos, como la alta tasa de accidentes que ocurren mientras el conductor o el transeúnte, --porque también se da el caso—va distraído atendiendo al celular, sobre todo si va escribiendo mensajes de texto.  Si el simple  uso de telefonía celular mientras se conduce, así sea utilizando “hands free” provoca visión de túnel que estrecha el campo visual, cuanta más distracción se generará  cuando el joven tiene la vista puesta en la pantalla de su celular y no en la vía por la cual transita.  Alcanza tal magnitud el problema, que ha dado pie a la creación de  campañas para desalentar el uso del teléfono celular mientras se  conduce, algo que en lo personal hallo muy positivo para prevenir accidentes con riesgo de graves lesiones o hasta la muerte.  En otros sentidos la tecnología es la gran culpable a la cual pretendemos colgar responsabilidades, como antaño se hacía con “las malas compañías” que pasaban a ser las responsables absolutas  de los malos pasos en los que pudiera andar alguno de nuestros retoños, saliendo nosotros, mediante tal señalamiento, exculpados.
El uso insensato de tecnologías encierra un riesgo de muerte, eso lo sabemos y trabajamos para prevenirlo, sin embargo la otra faceta, la que he dado por llamar en este espacio “riesgo de vida” ha sido poco explorada, quizá nos refiramos a ella por exclusión, sin darle la importancia que en realidad merece.   La fórmula educativa de los últimos  años está generando jóvenes frágiles con poca tolerancia a la frustración, que trazan sus metas muy elevadas, pero no actúan de manera congruente para alcanzarlas.  Son jóvenes que quieren un título que les abra puertas, pero no están muy dispuestos a aplicarse con asiduidad a estudiar una carrera; cuando solicitan un trabajo esperan el puesto de categoría “senior”, aun cuando no tienen un respaldo curricular ni para aspirar a una posición ejecutiva.   Son chicos caprichudos que fácilmente avientan el pandero cuando las cosas no se dan como ellos lo desean.  Tal vez  los hemos acostumbrado así, a complacerlos, a cumplirles todos sus gustos, a no permitir que batallen por lograr las cosas, no sea que “se traumen”.  Recuerdo un chico que quería ser astrofísico, cuando lo conocí se estaba tomando un año sabático entre primer y segundo año de bachillerato  “para prepararse”.  La primera pregunta que me hice al conocerlo fue: ¿Pero qué tienen en la cabeza sus padres? ¿Por qué lo dejan tomar malas decisiones en lugar de educarlo?
En ocasiones es la lectura que obtengo de  nuestros chicos que viven prendidos de sus aparatos, una cómoda evasión de la realidad, un decir “estoy pero no estoy”, como si hubieran colgado el aviso de “no molestar” en la puerta de su propia vida.  Esos chicos que no están dispuestos a salir de su zona de confort para desarrollarse y ganar a pulso una posición que los encauce hacia un futuro satisfactorio.  Esos chicos que se sienten dueños del mundo y unos papás que corren tras ellos con algodones en las manos para que, si  acaso tropiezan  no se golpeen contra el suelo, sin asumir que los padres no somos eternos, y que actuar así es condenar de ya el destino de los hijos.  Estamos criando una generación de jóvenes que evita a toda costa el riesgo que implica la vida, aprender a medirse frente a los obstáculos y tener yerros,  como futuros adultos que viven sus primeros años conociéndose a ellos mismos para que lo que venga después los halle preparados.
   Riesgo de vida que adormecen frente a la pantalla, metidos en una realidad virtual en la que, cuando las cosas salen mal, cambian de aplicación, y asunto resuelto.

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