domingo, 1 de octubre de 2017

CUADROS URBANOS por María del Carmen Maqueo Garza

DUELO EN LA BUGAMBILIA*
Acabo de enterrar a un pájaro carpintero que de tanto venir al patio de visita ya sentía mío.  A  media calle vi un pequeño bulto sobre el pavimento,  al pasar junto a él  lo reconocí  por el color de su plumaje, la frente rojiza y su largo pico.  No pude seguirme de  frente imaginando cómo algún vehículo lo dejaría convertido en una plasta. Di la vuelta a la manzana y regresé, tomé esta foto que aquí comparto y lo recogí para darle la sepultura digna de un amigo.
     Hasta esta mañana  había dos pájaros carpinteros en la cuadra.  Simpáticos uno y otro (o uno y otra, en  definir el sexo de los pájaros  no me siento competente).  Al filo del mediodía acostumbraban picotear el largo tronco de una palmera vecina o el poste de madera de enfrente, al cual converge una infinidad de cables de todo tipo.
     Uno de los dos es (o era) un pillo travieso: Cada año, a partir del inicio del otoño viene una ardilla a mi patio a recoger nueces y enterrarlas.  Hay una porción de tierra donde reverberan las sábilas como si tuvieran permiso para hacerlo, y es justo ahí donde la afanosa ardilla guarda sus tesoros para el invierno.  Por efecto de la humedad contenida en la tierra su cáscara se reblandece, y la ardilla puede más delante desenterrarlas, romperlas y degustar la pulpa.  Lo que ella nunca supo, y es mejor conservar así  para siempre, es que llegaba el pájaro carpintero y con su largo pico hurgaba en la tierra hasta  descubrir el sitio donde había una nuez enterrada. Luego de hallarla martillaba y martillaba hasta extraerla, en seguida la colocaba en el hueco natural del tronco de un clavo de ornato, y ahí emprendía el constante picoteo hasta romper la cáscara y darse gusto con la nuez.
     No sé si el de las travesuras sería este  o su compañero, que aún no sabe que ha quedado solo en el mundo de los carpinteros, sin nadie que le haga segunda a partir de ahora.  Al levantar su pequeño cuerpo lo noté tibio y sin rigideces, acababa de morir, en uno de los  ángulos de inserción de su pico mostraba una pequeña herida circular, no logré identificar si secundaria a un disparo de posta, o porque haya chocado con un vehículo en movimiento. Recordé --y me tranquilizó—lo que dice mi hija Eréndira, que los niños de hoy ya no juegan a cazar pájaros con rifles de postas, pues están muy ocupados metidos en sus juegos electrónicos. Sí puedo afirmar que  había sangre fresca en ese punto y  sobre el asfalto, o sea, que lo que haya sido acababa de ocurrir. Ya en casa  limpié el pequeño cuerpo todavía buscando signos de vida, no los encontré, además de que se percibía un   incipiente olor a  muerte. Me apenó observar una criatura tan perfecta convertida en despojo.
     Pensé entonces en los cuerpos que hasta ayer seguían rescatando en la ciudad de México luego de tantos días del temblor, quise imaginar la mezcla de dolor e ira, de dolor y tristeza, de dolor e impotencia de sus familiares.  También pensé en qué terrible enfrentar la  muerte de un ser amado de ese modo.   El pájaro carpintero contó con un par de manos enguantadas que aún tibio  lo limpiaron, lo acariciaron y acomodaron sus plumas, para colocarlo luego en un  lienzo y  llevarlo a una pequeña  fosa. Esta última la  cavé en el macetón de la bugambilia, muy cerca del clavo de ornato, tal vez el  de sus travesuras de otoño, si es que este pequeño resultara ser el travieso.  Conservo esta fotografía de su cuerpo inerte, así como  una pluma que se desprendió, quizá como regalo póstumo, agradeciendo que lo salvé de terminar deshecho en el pavimento. No acabó como tantas otras aves urbanas que viven  de milagro, salvando con gracia los obstáculos que les hemos puesto, y mueren sin duelo.
         ¡Ocasión para recordar que no somos dueños del tiempo, y que la vida termina en cualquier momento! No para entristecernos sino todo lo contrario, para gozar y disfrutar lo que tenemos ahora, en este mismo instante, con este preciso hálito de vida. Dar gracias por las maravillas que hay dentro y alrededor de nosotros, en particular por los amigos cuya hermosa presencia enaltece nuestra vida.

*Aclaro que escribo la palabra “bugambilia” de este modo, porque me parece que el esplendor de la hermosa planta trepadora no puede ceñirse a escribirse con “v” por razón de que haya sido el Conde de Bougainville quien la trajo a América en el siglo 18.  Apenas “bugambilia”con “b” alta y sonora, para  reflejar  la explosión de colores contenida en su hermosa flor.


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