DUELO EN LA BUGAMBILIA*
Acabo de enterrar a un pájaro
carpintero que de tanto venir al patio de visita ya sentía mío. A
media calle vi un pequeño bulto sobre el pavimento, al pasar junto a él lo reconocí
por el color de su plumaje, la frente rojiza y su largo pico. No pude seguirme de frente imaginando cómo algún vehículo lo dejaría convertido en una plasta. Di la vuelta a la manzana y
regresé, tomé esta foto que aquí comparto y lo recogí para darle la sepultura
digna de un amigo.
Hasta esta mañana había dos
pájaros carpinteros en la cuadra.
Simpáticos uno y otro (o uno y otra, en
definir el sexo de los pájaros no
me siento competente). Al filo del mediodía acostumbraban picotear el largo tronco de una palmera vecina o el poste de madera de enfrente, al cual
converge una infinidad de cables de todo tipo.
Uno de los dos es (o era) un
pillo travieso: Cada año, a partir del inicio del otoño viene una ardilla a mi patio a recoger nueces y enterrarlas. Hay una porción de tierra donde
reverberan las sábilas como si tuvieran permiso para hacerlo, y es justo ahí
donde la afanosa ardilla guarda sus tesoros para el invierno. Por efecto de la humedad contenida en la
tierra su cáscara se reblandece, y la ardilla puede más delante desenterrarlas, romperlas y degustar la pulpa. Lo que ella nunca supo, y es mejor conservar así para siempre, es que llegaba el pájaro carpintero y con su
largo pico hurgaba en la tierra hasta descubrir el sitio donde había una nuez
enterrada. Luego de hallarla martillaba y martillaba hasta extraerla, en
seguida la colocaba en el hueco natural del tronco de un clavo de ornato, y ahí
emprendía el constante picoteo hasta romper la cáscara y darse gusto con la
nuez.
No sé si el de las travesuras
sería este o su compañero, que aún no
sabe que ha quedado solo en el mundo de los carpinteros, sin nadie que
le haga segunda a partir de ahora. Al
levantar su pequeño cuerpo lo noté tibio y sin rigideces, acababa de morir, en
uno de los ángulos de inserción de su
pico mostraba una pequeña herida circular, no logré identificar si secundaria a
un disparo de posta, o porque haya chocado con un vehículo en movimiento. Recordé
--y me tranquilizó—lo que dice mi hija Eréndira, que los niños de hoy ya no juegan a cazar pájaros con rifles de
postas, pues están muy ocupados metidos en sus juegos electrónicos. Sí puedo
afirmar que había sangre fresca en ese
punto y sobre el asfalto, o sea, que lo
que haya sido acababa de ocurrir. Ya en casa
limpié el pequeño cuerpo todavía buscando signos de vida, no los encontré, además de que se percibía un incipiente olor a
muerte. Me apenó observar una criatura
tan perfecta convertida en despojo.
Pensé entonces en los cuerpos que
hasta ayer seguían rescatando en la ciudad de México luego de tantos días del
temblor, quise imaginar la mezcla de dolor e ira, de dolor y tristeza, de dolor
e impotencia de sus familiares. También
pensé en qué terrible enfrentar la muerte de un ser amado de ese modo. El pájaro carpintero contó con un par de
manos enguantadas que aún tibio lo
limpiaron, lo acariciaron y acomodaron sus plumas, para colocarlo luego en un lienzo y llevarlo a una pequeña fosa. Esta última la cavé en el macetón de la bugambilia, muy
cerca del clavo de ornato, tal vez el de sus travesuras de otoño, si es que este pequeño
resultara ser el travieso. Conservo esta
fotografía de su cuerpo inerte, así como
una pluma que se desprendió, quizá como regalo póstumo, agradeciendo que
lo salvé de terminar deshecho en el pavimento. No acabó como tantas otras
aves urbanas que viven de milagro, salvando con gracia los obstáculos que les
hemos puesto, y mueren sin duelo.
¡Ocasión para recordar que no
somos dueños del tiempo, y que la vida termina en cualquier momento! No para
entristecernos sino todo lo contrario, para gozar y disfrutar lo que tenemos
ahora, en este mismo instante, con este preciso hálito de vida. Dar gracias por
las maravillas que hay dentro y alrededor de nosotros, en particular por los amigos cuya hermosa presencia enaltece nuestra vida.
*Aclaro que escribo la palabra “bugambilia” de este modo, porque me
parece que el esplendor de la hermosa planta trepadora no puede ceñirse a
escribirse con “v” por razón de que haya sido el Conde de Bougainville quien la
trajo a América en el siglo 18. Apenas
“bugambilia”con “b” alta y sonora, para reflejar la explosión de colores contenida en su
hermosa flor.
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