domingo, 23 de septiembre de 2018

CUADROS URBANOS por María del Carmen Maqueo Garza


LA OTRA CARA DE LA POBREZA
El hombre moreno se instala sobre la incansable avenida Madero, en la ciudad de Monterrey.  El estrecho camellón es su estancia temporal, al menos por ocho o diez horas de cada día, ya sea bajo el vivo rayo del sol, o desafiando la lluvia que a ratos se torna intensa. Le acompañan el vendedor de pulseras tejidas y la joven mujer que ofrece cacahuates y pepitas. De las ramas de un fresno joven que alguien sembró en ese camellón, cuelgan sus escasas pertenencias en  redes de ixtle.

La placidez de las largas figuras contrasta con el bullicio ensordecedor de camiones "'de ruta'" y con los sonoros chirridos y claxonazos que se embravecen justo antes de llegar al crucero con Bolívar.

Como haría un gran mago, a primera hora de la mañana el  hombre moreno extrae de una gran bolsa de plástico negra, los objetos multicolores que ofrece a la venta.  Unos en forma de república mexicana desarmable, otros como blancos para lanzar dardos.  Pieza por pieza el hombre los endereza y acomoda, y con su mejor sonrisa los ofrece a los que van y a los que vienen, quizás con la esperanza de vender un par de ellos y poder cenar algo esa  noche.

Más allá, hacia las vías aparece, como proveniente de una mina de carbón, un joven vestido con ropas que alguna vez habrán sido blancas, pero que ahora, al igual que su piel, se han recubierto de un tizne pertinaz e indefinible.  Lo miro a la distancia, pero supongo que aquel betún sobre su cuerpo tendrá un olor penetrante que ha de marcar  todo aquello que toca. El joven se desplaza velozmente de uno a otro lado de la acera, como si buscara con desesperación algo que no encuentra.  Lo que atrapa mi atención es su pierna derecha, por encima del nivel del tobillo.  Muestra signos de una fractura completa de ambos huesos que soldó en ángulo, como de milagro.  No me explico cómo tiene tal solidez le permite apoyar y hasta correr, con tan evidente  falta de estabilidad. 

Lo veo y viene a mi mente la imagen de los callejeritos que, luego de ser atropellados, se echan en un rincón por días o semanas, hasta que la pata lastimada deje de doler tanto, y luego poco a poco se incorporan y comienzan a apoyar.  Así me imagino a este joven chamagoso: ¿Cuánto habrá tenido que permanecer tirado en algún rincón, hasta que la naturaleza hizo lo mejor que pudo y los huesos soldaron? Lo hicieron muy mal, totalmente angulados, pero soldaron al fin.

Esta es la cara callada de la pobreza, la que no se ve en los anuncios de la '"tele"', en los que Rosario Robles anuncia con bombo y platillo que se ha extinguido la pobreza.  Son los hombres y  mujeres que no cuentan en las estadísticas, y menos lo hacen para fines presupuestales.  Es el México que debe doler en lo más profundo del alma, pero que, por desgracia, ni siquiera volteamos a ver  a nuestro paso.



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