OTRO MODO DE HONRAR A LOS DIFUNTOS
México mágico: Luces y sombras; silencios y charadas; risas
y llantos. Quizá la fecha cuando más se
encuentran estos símbolos antagónicos, en una dialéctica que nos resignifica
año con año, sea durante los dos primeros días de noviembre. Recordamos a nuestros niños muertos la noche
del 31 para amanecer el primero de noviembre, día de todos los santos. Continuamos honrando a nuestros jóvenes y
adultos para culminar el día 2 con una fiesta así de vistosa como de variada, a
lo largo y ancho del país, de un México que se extiende a otras latitudes con
igual esplendor. Cada lugar tiene sus
regionalismos; ahora acabo de descubrir que en el estado de Hidalgo la
celebración comienza una semana antes, recordando a los muertos en
accidentes. Varían los adornos, los
platillos y la forma de evocar al ser querido que se adelantó, pero en esencia
los elementos básicos son los mismos desde épocas prehispánicas. Se arma un homenaje respetuoso y cálido por
aquellos que ya no están físicamente con nosotros, pero que vienen a
acompañarnos en estas fechas de modo particular.
México, en su lógica interna, se mofa de la muerte. Surgen alfeñiques en forma de cráneos humanos,
con pastillajes coloridos, como para decir: “Pelona, no me haces nada”. A su
vez aparece la figura de la Catrina garbancera, iniciada por José Guadalupe
Posada, el hidrocálido universal, y desde mediados del siglo 19 se escriben calaveras
literarias. Son versos de carácter
humorístico, a través de los cuales el pueblo puede mofarse de figuras
públicas sin el riesgo de ser
sancionado. Algo similar a la quema de
Judas en Semana Santa.
Tradicionalmente las calaveras son epigramas escritos en
cuartetas octosílabas, con rima consonante.
En general se escriben cuatro o máximo cinco cuartetas. En la redacción priva la sátira, destacando
algún signo real característico del personaje, a partir del cual se construye
la historia en verso. La métrica y la
acentuación son clásicas para que la música fluya de verso en verso hasta el
final. Por su carácter popular son muy
socorridas, a veces descuidando la armonía entre palabras, lo que no es
agradable al oído.
Ahora bien, más que perdernos en estas minucias sintácticas,
mi reflexión personal va en el sentido de hasta qué punto podremos, en este
2020, conservar el espíritu humorístico y hacer mofa de la muerte, cuando nos
ha tratado tan mal. A muchos se los ha
llevado, y en lugar de un epigrama jocoso nos hallamos redactando versos
fúnebres para no olvidarlos. Cualquier
calavera literaria corre el riesgo de llegar a ser, en un futuro próximo, una
profecía que, al cumplirse, nos coloque en situación comprometida.
En esta ocasión habría entonces que honrar a nuestros
muertos de otra manera: Recordando a los que han fallecido por su trayectoria y
sus logros. Expresando nuestro
reconocimiento y gratitud porque, gracias a su
vida, hoy es mejor la nuestra. No nos queremos limitar a hablar de grandes pensadores o genios, cuya labor ha
sido trascendental para la humanidad, sino hacerlo de nuestro conocido, nuestro
ser querido, ese maestro cuya dedicación ha impactado de forma tan positiva en
su entorno, porque sembró sabiduría y esperanza. Y porque a su vez convenció a otros para que
den lo mejor de su propia persona.
En particular quiero invitar a elevar una oración por el
personal sanitario que ha fallecido en el cuidado de los enfermos y que cumple
con aquel pasaje bíblico que dice: “Nadie tiene mayor amor que el que da la
vida por sus amigos” (Jn, 15). ¡Y vaya que esos
por quienes dieron la vida no siempre fueron los mejores amigos! Muchos
enfermaron por no acatar las indicaciones de distanciamiento social, por no
utilizar cubrebocas; por desafiar la lógica que llama a quedarse en casa. Muchos de estos enfermos han sido movidos por
la ignorancia, la imprudencia o la
soberbia para hacer fiestas, concurrir a eventos masivos y –lógico—enfermar, y
a su vez contagiar a su propia familia que estaba en casa, o al personal de
salud que los tuvo bajo su cuidado, y que finalmente murió por cumplir con su
deber.
Sea esta una celebración de muertos distinta, serena,
reflexiva. Un homenaje a quienes han
fallecido durante este año, muy en particular médicos, enfermeros y otro
personal de salud, quienes no dudaron en arriesgar su vida, y quizá hasta la de
los suyos, por cumplir con su deber.
Vaya nuestra mayor gratitud hacia ellos, nuestras oraciones a sus
familiares, pidiendo que encuentren el consuelo necesario para superar su
pérdida… Pero, en definitiva, la mejor manera de honrar a quienes se han adelantado
será cuidarnos. Con inteligencia, no
precipitarnos, no confiarnos. En esencia, ejercer el amor más grande, ese que
logra vencer todo egoísmo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario