700 METROS
María del Carmen Maqueo Garza
Nuestro foco de atención esta semana ha sido la lamentabilísima ejecución de setenta y dos inmigrantes ilegales quienes pierden la vida en su paso por nuestro país, en su propósito de alcanzar el sueño americano. Nuevamente es la delincuencia que hace alarde de su enorme capacidad destructora y los ejecuta uno a uno, para rematarlos con el tiro de gracia. Algún comentarista calificó dichos actos de bestiales; desde esta humilde tribuna pido respeto para las bestias mamíferas cuadrúpedas. Ninguna actúa de esta manera infrahumana y contranatural, ni siquiera los chacales o las hienas.
En torno a tal acontecimiento se levantan muchas voces: Las embajadas de los cuatro países afectados expresan su dolor, piden cuentas y con justa razón. Nuestros funcionarios se muestran terriblemente afectados por el suceso, y por su parte con mucho acierto varios comunicadores se sorprenden con su reacción cuando en los últimos años ha sido una realidad de esas que gritan por sí solas aunque no se admitan por las vías oficiales, el grave maltrato a aspirantes a ilegales por parte de nuestras propias autoridades. Además la condición de testigo protegido del único sobreviviente ha sido arrancada por los afanes imprudentes de los medios de comunicación, y ahora él y su familia están en riesgo de muerte.
En otro orden de ideas, las imágenes televisivas no son totalmente desesperanzadoras; desde la Mina San José en Chile llegan testimonios cargados de esperanza; de fortaleza, de solidaridad. Al ocurrir un derrumbe, han quedado atrapados treinta y tres mineros a setecientos metros de profundidad, en un enclaustramiento que los especialistas pronostican pueda prolongarse por espacio de tres meses. La zozobra de los primeros días se transformó en gran alegría al poder constatar diecisiete días después que todos los trabajadores se encuentran con vida. Desde las entrañas de la mina hasta el exterior de la misma se ha establecido un sistema de comunicación, mediante una sonda que permite llevar en uno u otro sentido los elementos necesarios para que los mineros se mantengan en lo que cabe sanos y serenos, y sus familiares puedan estar apoyándolos desde fuera. Obvio, vendrá la depresión en las siguientes semanas, pero en todos campea la esperanza de que saldrán con vida para diciembre.
La imaginación me jugó una chanza y quise adivinar cómo me sentiría si yo fuera uno de esos mineros atrapados a setecientos metros bajo tierra, por varias semanas. Comencé a repasar mentalmente muchos de los asuntos que en este momento ocupan mi mente, mi corazón, mi economía, y me quitan el sueño. Bajo este tamiz los fui filtrando uno a uno, hasta comprender –claro, todo en mi fantasía— cuántas cosas hay por las cuales nos desgastamos, cuando en verdad no tienen mayor importancia. Visualicé las muchas cuentas pendientes con la vida, con la familia, con los amigos. Los afanes insensatos que me quitan salud, energía y tiempo. Y todos aquellos resentimientos inútiles que no hacen más que anclar mis pasos a la tierra.
Si verdaderamente me encontrase a esa profundidad --vuelvo con mi imaginación-- me haría el propósito de regresar poniendo orden en mi vida, y en mi casa, y en mis pertenencias. Desechando todo aquello que vengo arrastrando desde tiempo atrás, y que no hace más que entorpecer la marcha. Emergería con una mente clara y limpia, dispuesta a trazar planes con propósito, con un propósito que vaya más allá de mi entorno personal. Planearía cosas en las que interviniera la generosidad desalentando mi egocentrismo; desprendería mis brazos de los costados para extenderlos y comenzar a abrazar la vida.
Si yo estuviera viviendo ese confinamiento tendría oportunidad de medir verdaderamente cuál es mi fin en este planeta, y estoy cierta de que comprendería que poner mi vida a girar en torno a un fajo de billetes verdes, amarillos o variopintos no le da a ésta un sentido de trascendencia. Y que medirme a mí misma y a otros partiendo de cuánto tengo o tienen, no me va a generar en lo absoluto experiencias que finalmente enriquezcan mis arcas interiores.
Todo este juego de la imaginación se dio mientras seguía por televisión los rostros marcados por el mineral de aquellos topos forzados; cubiertos de una pátina oscura, a través de la cual resalta el brillo de sus ojos y la blancura de su sonrisa: Ciertamente tienen la esperanza de volver; cuentan con el amoroso apoyo de los suyos, y el respaldo de una nación que no los ha dejado solos.
Gran ejemplo; en lo personal una buena propuesta de ejercicio mental para replantearme dónde estoy y hacia dónde me dirijo, antes de que el tiempo me robe la oportunidad para darle un sentido auténtico y verdadero a mi vida.
Es verdad!! solo en situaciones adversas de enfermedad y dolor, valoramos nuestro paso por la vida. Tal parece que los afanes de este mundo nos absorben tanto que corremos,insensibles a nuestro entorno, tropezamos y atropellamos lo que mas amamos!. Yo también estoy orando por estos mineros, para que allá en las entrañas de la tierra, , su esperanza los llene de luz y con ojos de fe vean el día en que puedan abrazar a sus seres queridos!
ResponderBorrarPor otro lado! valoremos cada día de nuestra vida, cada minuto, cada segundo, con amor, gratitud y solidaridad.