Ni los yins ni el tinte disimulan la llegada a la vejez; a la "Tercera Edad".
Hay signos inequívocos, visibles, más allá de las arrugas y las canas.
Se nos olvidan los nombres, hasta los más conocidos. Los recordamos cuando ya no importan.
Ya no somos sujetos de crédito, menos candidatos para otro empleo.
Los nietos suponen que conocimos a los dinosaurios y que vivíamos hasta sin celulares.
Ya nos resignamos: No vamos a saltar del bungee ni a montar en motocicleta.
Vemos a los amigos en los funerales, más que en reventones o piñatas.
Nos tratan como reliquias; nos quieren en un nicho, no estorbando en la pasada.jvillega@rocketmail.com
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