sábado, 19 de marzo de 2011

Texto del Dr. César Espinoza Wong, desde Perú


LA CLAVE ES EL ENTUSIASMO

Mamá quería que yo fuera una gran persona y se le ocurrió que para ello tenía que estudiar en el mismo colegio que mis hermanos. Al terminar 3º de Primaria en la Escuelita Fiscal Nº 500, llevó mis papeles al Eguren de Barranco, tuve que postular y en la cola una madre lloraba porque su hijo no había sido admitido; me acuerdo mucho que el evaluador dijo:

-Señora su hijo tiene malas notas, en cambio este chico (señalándome a mí) trae tan buenas notas que nosotros queremos que estudie aquí.

Esa fue la primera vez en mi vida que caí en la cuenta de lo importante que eran las notas.

Para ir de la casa al colegio había que tomar ómnibus, tranvía, microbús o tener bicicleta. Yo recibía una propina que me llevaba al colegio, pero no me traía y encima no podía comer nada. Por eso iba y regresaba a pie. Una cosa es ir a pie sano y otra muy diferente es ir con ataque de asma, eso es lo que me pasaba. En esa época, la medicina había encontrado un tratamiento con bomba nebulizadora que echaba un pulverizado en la boca que me dejaba un persistente sabor a moneda sucia; además, había unas gotas para la nariz de color negro que eran tan ardientes como la pepa del ají Limo y después de su aplicación no sólo no podía hablar (porque pasaba hasta la boca y laringe dejándome casi mudo) sino que me dejaba un tinte negro en las encías que no salía con facilidad. Para empeorar las cosas, habían descubierto un supositorio que mamá me ponía todos los días el cual ardía tanto y era tan doloroso que no quería abrir las nalgas y me dejaba llorando con el ano ardiendo. Después, a caminar con las rodillas juntas y con la sensación de que te han roto algo y le han echado ají. Así iba todos los días, aprendí a subirme a los micros y ómnibus a la volada y tirarme de ellos con el pie derecho cuando venia el cobrador o el que revisaba los boletos. Nunca llegué tarde al colegio, y jamás usé el pretexto de mi enfermedad. Recuerdo que dejaron la tarea de dibujar la manzana con el Epicarpio, Mesocarpio y Endocarpio; estaba en 4º de primaria, pasé toda la noche dibujándola y pintándola con acuarelas, poniéndole las etiquetas con letra de molde, con mi asma encima, el ano que me ardía y la nariz negra y dolorosa. Cuando lo llevé al colegio, ya mi cuerpito no jalaba, entonces me acerqué donde el profesor Elguera Soto y le dije.

-Profesor me siento mal, solo he venido a entregar la tarea de hoy.
-Alumnos, vean a su compañero, ejemplo de responsabilidad. Nunca lo olviden.

Y aprendí el significado de la palabra responsabilidad.

Con tanta subida y bajada de polizón, un día me pescaron.

-Oye niño, ya nos cansaste, deja de ir de gorra y paga tu pasaje.
-Señor no tengo plata y estudio en Barranco
-¿Quieres trabajar?
-¿Con usted?
-Sí, empezarías de 4pm a 8pm, y si algún micro de la línea te ve, puedes viajar gratis.

Estaba en 5º de primaria, corrí donde Mamá y le conté, me miró y abrazó, y me dijo: - Si quieres trabajar, hazlo. Tú puedes, hijo.

Así, empecé como cobrador con el permiso de la vieja y la total ignorancia de mi viejo, que siempre venía tarde a casa porque el pobre dobleteaba en el ómnibus y el taxi. Mis hermanos ni se preocupaban. La plata se la entregaba a mamá y empecé a tener plata en el bolsillo, comía papas rellenas y chanfainita en el colegio, con gaseosa Bimbo. Hasta me alcanzaba para invitar sanguito.

Un día sábado de verano, un señor me ofreció trabajo en su tienda, de limpieza. El se bajaba en la 33 de Petit Thouars, y yo vestía unos zapatos negros, rotos por encima y que mi viejita había cosido con pabilo; estaban bien embetunaditos.

-¿Niño tu no estudias?
-Hasta las 2 de la tarde señor.
-Toma mi tarjeta, búscame, tengo un trabajo para ti.

Cuando le conté a la vieja, nos animamos y el sábado siguiente me presenté. Era un trabajo de limpieza de 4pm a 8pm, de lunes a viernes. Sábado hasta la 1pm y domingos en la mañana. Me pagaba el doble que el microbusero. Empecé con todas las ganas. Mi primer trabajo fue limpiar el baño del almacén; como en Lima cortaban el servicio de agua, la mayólica de las paredes, increíblemente, estaban pintadas de deyecciones. Fue difícil aguantar eso con mi asma, pero después de varias horas, dejé limpio el baño. Me acuerdo mucho que la mayólica era 4 veces mi mano; cuando después de los años volví a tocar la mayólica, era una y media vez mi mano. Yo había crecido.

No recuerdo que haya dejado de trabajar, jamás. Es cierto que tuve épocas en que estuve impedido de laborar, pero me las ingenié para hacerlo, haciendo lo que los demás no sabían hacer o mejor que los que sí sabían hacerlo.

Al pasar los años, en la compañía donde trabajaba, el cargo máximo al que se podía llegar era Supervisor; no existían los cargos de Jefe, Subgerente, Coordinador o Gerente; al menos, nunca los habíamos visto. Esos cargos eran ocupados en planillas por los familiares de los dueños, que no trabajaban. Un día corrió la voz de que habían contratado a una mujer para el puesto de Gerente de Ventas; ella tenía una maestría hecha en Europa y había trabajado para los grandes en Estados Unidos; sonaba mucho eso de que era Expositora Internacional de Oster. Cuando vi a la Señorita Silvia Guajardo, me quedé impresionado por cómo dirigía y ordenaba a los “jefes” que antes admiraba por su carácter, decisión, firmeza y conocimientos. Ellos le hacían caso sin chistar, y cuando alguien le decía que no tenía razón, ella les replicaba con una recatafila de datos que sustentaban lo que decía, citas de autores que la apoyaban y relatos de experiencias de otras empresas que hacían que nadie pudiera vencerla. Dios sabe que muchos lo intentaron. Al segundo día de su llegada, me acerqué a ella y después de presentarme con mucha caballerosidad (tenía 15 años) le dije que quería ayudarla en todo, que me gustaría comprender sus ordenes y para eso necesitaba que ella me diera el nombre de algunos libros para leer. Se sorprendió tanto por lo que le dije que al día siguiente me trajo 30 centímetros de altura de libros y me dijo:

-Señor Espinoza, el libro más importante que debe leer y por donde le sugiero que empiece es éste, y sacó de la pila “Hacia el éxito por el entusiasmo” de Norman Vincent Peale.

Tuve muchos tiempos bravos y en todos ellos, con depresión, con lágrimas, con soledad, con derrota, sin salidas, en todos ellos busqué en mi mente, en mi corazón, afuera, en los libros, en las conversaciones, en las películas piratas que compraba, en todo lo que chocara conmigo: ENTUSIASMO. Sabía que a partir de encontrar esa palabra, todo lo demás vendría solo.

Pude convertir a un niño asmático sin nada, en un científico y músico. Logramos, con mi esposa, concluir Medicina Humana. Aunque a veces estuve sin trabajo, perseguido políticamente, con amenaza para mi vida, y obligado a estar en la clandestinidad, conseguí los recursos para que mi hija estudiara arquitectura y mi hijo música y natación. Enseñé pregrado y postgrado en 3 universidades, alcancé el máximo nivel en la administración pública a los 45 años, y como no había donde más subir, comencé de nuevo todo. Hice consultorías en Proyectos de Inversión, escribí un libro de Promoción de la Salud de alcance Nacional para que la atención individual migre hacia la salud familiar y ahora atiendo emergencias médicas y ginecobstetricas, además de mi trabajo en el privado como cirujano adjunto. Tengo tiempo para detenerme a oler el perfume de las flores y en días soleados piso pasto. ¿Cuál es mi secreto?: Entusiasmo.

Cuando Jorge, postrado en el Hospital Rebagliatti, volteó, me miró y dijo:

-Ejemplo de perseverancia

Sí, el entusiasmo me convirtió en un ejemplo de perseverancia. Al final, veo algo bueno en todo. No me doy por vencido. Y cuando empiezo algo, o varios “algos” simultáneamente, le doy toda mi dedicación, duermo menos, me esfuerzo más y pienso mucho. No busco la recompensa inmediata, espero con tranquilidad mientras, una a una, voy venciendo las dificultades. Tuve muchas desgracias en la vida, y aunque sé que parece tonta la respuesta, el entusiasmo siempre me sacó adelante. Conozco mucha gente con mucha fe pero sin entusiasmo, que al final ni siquiera lograron dar el primer paso porque las dudas les ganaban. Hay quienes contaban con todos los recursos, parientes que los empujaban y con su pequeño esfuerzo nunca salieron de la mediocridad. También hay algunos que se lamentan de todo lo que les pasó, que no tuvieron ésto o que alguien no los quiso suficiente, y usan su biografía como pretexto para justificar su fracaso. Los llamados “pobres” son un excelente ejemplo de fracasados crónicos; no es la falta de dinero el origen de sus males, es la falta de entusiasmo. El entusiasmo no se compra, tampoco te lo pueden trasladar cuando lo necesitas. El entusiasmo es un hábito, es algo que vas construyendo de a pocos, es una manera de ser, una forma de pensar, una actitud, es tu forma de moverte, es la respuesta que siempre buscas cuando algo no te sale bien. Toda mi vida, cuando encontré una dificultad, algo imposible que realizar, una cosa que no lograba aprender, un objetivo demasiado grande, algo inalcanzable, siempre busqué un punto por el cual entusiasmarme. No existe lo inalcanzable, lo imposible, el fin, lo difícil, lo improbable. Al final de la jornada puedo encontrarme tan adolorido y cansado que camino como viejito; pero en retrospectiva, las ganas y el esfuerzo son lo que se necesita para lograr lo deseado. Saber que todo anuncia que voy al fracaso me entusiasma. Es imposible, por eso lo hago.
Dr. César A. Espinoza Wong, 24 de febrero del 2011 

César A. Espinoza Wong combina varias artes en su vida: Es médico cirujano, con especialidad en Epidemiología y Salud Comunitaria; actualmente trabaja en un servicio de Urgencias , y para complementar su perfil profesional ha cursado varias maestrías que lo convierten en catedrático, especialista en Gerencia y Gestión de Proyectos.  Además se da tiempo para escribir y para componer; para muestra este botón.




2 comentarios:

  1. Cuando uno está en sus cinco minutos, le salen cosas maravillosas como las que has escrito. Pero parece que tu no tuvieras cinco minutos sinó muuuuuuuuuchas horas. Felicidades Dr. Espinoza. Charro.

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  2. Te recuerdo en la juventud, el jovencillo que venia s visitar a su familia..tu señor padre Don Ricardo si bien lo recuerdo, un señor de señores, un excelente caballero. Felicitaciones por tus logros y éxitos. Que sigas adelante. Nunca es tarde para continuar aprendiendo y seguir cosechando triunfos, saldos Cesar Espinoza de JCLR.

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