domingo, 10 de julio de 2011

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

EL ROSTRO OCULTO EN LA RED
La cara oculta del mal, eso  llegamos a ser entre los pliegues inacabables de la red.
Hace una semana  supe que había comenzado a circular por Internet una carta  atribuida a una dama regiomontana emparentada con un aspirante a ocupar  un puesto público en Nuevo León.  La circulación de dicho escrito ha sido  profusa en  el curso de la  semana, y  hace  escasos días  surge la contraparte, esto es, la carta que el perjudicado por la primera pone ahora  a circular en la red.
   Conocí  a la familia   en cuestión años atrás; poco les he tratado en los últimos  tiempos como para  atreverme a   medir la veracidad de las historias, sin embargo  en la primera carta llama poderosamente mi atención  que    se incluye un párrafo de  siete líneas  idéntico a uno   de un artículo de periodismo digital,  que habla acerca de un político.  Por  mera casualidad  tuve acceso  a ambos  escritos, y de inmediato saltó a la vista que esas siete líneas  son  iguales de un texto al otro, variando únicamente  en el nombre del personaje al que hacen  referencia.  De uno a otro escrito están calcados    pormenores respecto a hombres de negocios, empresas, y ciudades en el extranjero;  inclusive son idénticos  los signos de puntuación en ambos escritos,  y hasta una palabra mal acentuada se repite sin ningún cambio de uno a otro.  
   Habría pues qué  adivinar si de la carta copiaron el párrafo al artículo, o si del artículo lo llevaron a la carta, de cualquier manera  algo huele mal. Ahora bien, supongamos que la carta de la dama  es auténtica… Supongamos que haya algún añejo  resentimiento tras la autoría de la misma… Supongamos que es apócrifa y obedece a fines políticos…   Supongamos que el conflicto familiar exista, o no exista, o sea  distinto… Lo más grave  no está  en  el origen de la supuesta carta, ni en lo reprobables  que, de comprobarse,   sean los  hechos relatados en la misma.   Lo grave está  en el universo de personas que la  ponemos a circular en la red,    de igual manera como  hacemos con cadenas de ángeles, oraciones o  remedios mágicos para el cáncer.   Aunque valdría la pena tratar de entender qué vena oscura del inconsciente    nos inclina a reenviar textos acusatorios de situaciones –como ésta--  que ni nos constan, ni son asunto nuestro.
   La red  nos provee de incontables posibilidades; entre otras la de  actuar parapetados tras un anonimato que se  refuerza   cada vez  que pulsamos un botón y ponemos  a circular “ad infinitum” aseveraciones muchas veces infundadas, subjetivas, o francamente perversas.   La tendencia actual de la ciencia es basar en evidencia sus postulados, esto es, para afirmar un hecho necesito presentar elementos comprobados o comprobables que apoyen mi hipótesis.   Gran parte de los contenidos supuestamente científicos que circulan en la red  nacieron en un  momento de  revelación en el que alguien creyó estar haciendo   un gran descubrimiento  científico inédito.  Quizás esta persona   no es médico, y quizás  ni siquiera haya aprobado la materia de Biología, pero de todas formas  se lanza a expresarse por la red, quizás con la mejor intención, quizás con un velado ánimo de sentir que  por un instante  tiene en sus manos el control del mundo, pero eso sí, de manera totalmente empírica,  como  insinuando que vale sorbete estudiar diez o más años la carrera de Medicina, cuando los remedios fundamentales para la curación de las enfermedades  llegan    en un arrebato de inspiración divina.
   Gran error de nuestros tiempos   es privilegiar las apariencias por encima de las verdades de fondo.  Emmanuel Levinas, filósofo del siglo veinte,    hace hincapié en cómo el  dirigirse al rostro del otro  nos lleva a ser impactados  por la desnudez del mismo, nos sensibiliza, y  nos encamina a actuar con  apego al bien y a la verdad.  De lo cual  podríamos inferir que la red provee exactamente lo contrario: Estamos frente a un público sin rostro que facilita comunicar lo que  nos parezca o nos plazca sin sentirnos cuestionados o enfrentados  por el encuentro de persona a persona,   exentos del riesgo de toparnos con miradas que nos   pidan cuentas sobre nuestro proceder.  Llevado al extremo, ello explica también por qué un adolescente es capaz de subir a la red un video suyo sexualmente explícito, amparado de manera ingenua  por la idea de que ese público sin rostro  no lo conoce,  y por ende jamás lo confrontará.  ¡Pero qué  susto se lleva cuando comienza a descubrir que su vecino, o su maestro, o sus amigas tuvieron acceso a ese video!  ¡En ese momento entra en choque frente a la realidad!
   El  propósito último de la Ética es el bien común; doble mérito representa la tarea moderna de  procurarlo a través de la red.

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