TRAS EL DUELO
El 11/11/11 por muchos largamente esperado, y que para la mayor parte del mundo habrá tenido una significación festiva, en México será recordado como fecha de luto nacional, por el fallecimiento del Secretario de Gobernación José Francisco Blake Mora y sus colaboradores, al precipitarse el helicóptero en el cual viajaban entre las ciudades de México y Cuernavaca.
Acontecimiento significativo para nuestro país; el paso de los días permitirá se conozcan las causas que lo provocaron. Dentro de lo terrible que éste haya sido, pedimos al cielo que se trate de una situación accidental, y no de alguna suerte de atentado que pudiera desestabilizar a nuestra nación, de por sí muy castigada en estos últimos años. Sea como fuere, tras el duelo queda, al menos en mi fuero interno, una serie de reflexiones que hoy quiero compartir. Ante pérdidas como ésta me juega chanzas la imaginación pensando cómo sería esa última mañana para cada uno de los siniestrados; qué planes tendrían para el viernes por la tarde, qué compromisos familiares ese fin de semana. La fantasía me lleva a imaginar qué tan trivial sería la despedida de sus seres queridos, en la confianza de que volverían a verse unas horas después, o bien cuántos pendientes habrán dejado en compás de espera para cumplir “al regreso”.
Nuestra cultura occidental padece de un temor descomunal a la muerte. Lejos de verla como la consecuencia lógica e inevitable de la vida, la enfrentamos como un acontecimiento extraordinario, aún en los casos cuando una prolongada enfermedad nos viene previniendo sobre el próximo y lógico desenlace que habrá de tener. En el curso de la semana durante el sepelio de una persona mayor comentaba precisamente ese punto con algunas amistades: Curioso cómo nos sorprendemos cuando la muerte se presenta en nuestro entorno, de manera que decimos con una mezcla de incredulidad y asombro: ¿Pero cómo que se murió?
Contrario a ello, la filosofía oriental invita a vivir cada día a plenitud, ante la posibilidad de que pudiera ser el último de su vida. De esa manera pensar en la muerte los prepara para vivir la vida con mayor intensidad, y finalmente cuando la muerte llega, no los encuentra tan faltos de preparación como a nosotros.
Quienes hemos experimentado un problema de salud tan serio como para sentir muy de cerca el roce del ángel de la muerte, de cierta manera somos afortunados. Ese trance nos ha brindado una nueva perspectiva acerca de la vida y de todo aquello que nos rodea; hemos asimilado a fondo que la muerte puede llegar hoy, o mañana, o dentro de una semana, a arrebatarnos el aliento y truncar todos nuestros planes, de manera que comenzamos, desde ese primer momento crucial, a vivir la vida con singular entusiasmo, y a gozar cada momento feliz a la cuadragésima potencia. En mi caso particular, lejos de caer en la depresión o darme por vencida, haber identificado dentro de mi persona la condición de perecedera, me ha inyectado ganas de absorber la realidad al máximo. Tal como lo expresa Julio Derbez en su obra literaria “Itinerario del intruso”, el haber recibido una advertencia nos pone en posibilidades de reestructurar la vida de hoy en adelante, para hacer de ella lo mejor que jamás pudimos haber hecho.
Ningún dinero compra la inmortalidad; ninguna buena salud es patente de Corso para asegurar que mañana amaneceremos vivos. Hoy es un buen momento para revisar cómo anda nuestra vida interior, cómo nuestra familia… Qué cosas importantes para nuestros seres queridos hemos ido postergando en la confianza de que “hay más tiempo que vida”. Es una excelente oportunidad para aquilatar a las personas que llevamos en nuestro corazón, y poner en orden cualquier pendiente que tengamos para con ellos.
No está por demás revisar nuestros documentos personales; si no lo tenemos todavía elaborar nuestro testamento, una buena manera de amar a los nuestros por anticipado, y así evitar los graves conflictos intrafamiliares en torno a un intestado. Si quiero escribir un libro empiezo hoy; si quiero hacer un viaje lo planifico ya. No tiene sentido estar atesorando al extremo un dinero que de este modo vendrán a gozar personas distintas a mí cuando yo haya muerto.
Hoy es buen momento para limpiar la casa y el alma, y poner en orden nuestros pensamientos. Excelente oportunidad para levantar el teléfono y hacer aquella llamada que tanto tiene esperando; para expresar nuestros afectos o regalar aquello que sabemos hará muy feliz a alguien.
La entrada del otoño con sus afanes de renovación nos recuerda que nada es permanente ni definitivo, y que en mudar está la grandeza del crecimiento. Trascienda este luto nacional en una transformación interna que enaltezca nuestras vidas, y que ellos descansen en paz.
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