domingo, 13 de julio de 2025

REFLEXIÓN DEL DR. CARLOS SOSA

Dejar atrás la oscuridad

El alba no discute con la noche. No pelea por su lugar. Solo aparece. Se desliza. Casi con vergüenza. Como si pidiera permiso.

Y sin embargo, lo transforma todo.

Hay algo sagrado en ese momento en que el cielo deja de ser negro, pero todavía no se anima a ser azul. Una especie de promesa que no hace ruido, pero que se cumple siempre. Aunque uno esté roto. Aunque uno no tenga ganas. Aunque la noche haya sido larga y cruel.

Porque el alba no necesita que uno esté listo. Llega igual.

Es como una segunda oportunidad envuelta en silencio. Como si el universo, en su infinita paciencia, nos dijera: “Está bien… empecemos otra vez”.

Los que han llorado toda la noche —por dentro, sin testigos— entienden esto sin que nadie se los explique. El que ha estado al borde de rendirse, de decir "ya no más", sabe que a veces, lo único que se necesita es que amanezca. Nada más. Que se rompa esa línea del horizonte y entre la primera luz como una caricia tibia.

Y no, no se trata de que todo esté bien de pronto. El dolor no se esfuma porque sí. Pero con el alba llega algo más poderoso: la certeza de que aún hay camino. De que no todo está perdido. De que todavía —aunque cueste— vale la pena levantarse.

Hay mañanas que no sanan, pero sostienen. Y eso ya es milagro suficiente.

Porque hay días que no traen respuestas… pero traen café. Y una brisa. Y un silencio nuevo. Y eso también es Dios disfrazado de rutina.

El alba no grita. No impone. Solo llega. Y eso basta...



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