sábado, 9 de abril de 2011

SIEMPRE DE PRISA por María del Carmen Maqueo


Vivimos en ciudades que van cada vez más de prisa.
Se saturan de vialidades para automóviles, y van quedando fuera las aceras.
Predomina el ruido de los motores  sobre  el arte  de la convivencia.
El ser humano  halla cada vez más difícil   comunicarse con otros, consigo mismo.
Todos vamos circulando a altas velocidades, tratando de alcanzar la próxima  luz verde.
Como si no hacerlo significara una derrota imperdonable.
El gesto se vuelve duro, casi de enojo, parece que la sangre hirviera.
Nuestro acelerado avance no nos permite disfrutar cosa alguna en el camino.
No volteamos a ver el cielo, ni tenemos tiempo para encontrarnos con la vida.
Todo es competencia, ir en contra del reloj, llegar antes que los demás.
No nos detenemos acaso a razonar los motivos de nuestra prisa.
Nos movemos apurados procurando ser siempre los primeros, a donde vayamos.
¡Y así se nos escapa  la vida poco a poco! 
Para cuando comenzamos a descubrirla, luego de muchos años,
caemos en cuenta de  cuántas cosas bellas hemos dejado de lado
en nuestra loca carrera de cada día.
¡Quizás entonces nos quede poco tiempo para abarcar con nuestros sentidos
todas las maravillas que la vida  generosa  nos ha prodigado
desde el momento cuando arrancamos nuestro precipitado andar!
En fin: El corazón descubre entonces, en la vejez,  grandezas que los sentidos no conocen.

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