¿DÓNDE PERDIMOS EL RUMBO?
La fotografía muestra una joven mujer particularmente sonriente, ¡vaya! su gesto pone de manifiesto que se alegra de aparecer en el periódico. De primera intención el encabezado que la acompaña no parece corresponder al la imagen de una mujer tan contenta: “Homicidio culposo por la muerte de una niña de 6 años”…El contenido de la nota señala que ella reconoce haber provocado un accidente donde murió la pequeña que viajaba con su padre en una bicicleta…
Carl F. Gauss es un matemático muy reconocido; seguramente su mayor aportación ha sido la gráfica en forma de campana que inicialmente se utilizó en Astronomía, y posteriormente pasó a constituir una herramienta estadística de gran valor. Mediante la misma logró hacerse la representación gráfica de diversos fenómenos humanos, tanto de la rama médica, socioeconómica o antropológica, entre otras. Imaginemos una curva con forma de campana, y visualicemos que la mayor parte de la población se encuentra justo en la porción media, en tanto las minorías se ubican hacia los extremos derecho e izquierdo de la misma. Así tenemos que la gran mayoría de ciudadanos vive de su trabajo y cubre sus necesidades elementales, lo que en la gráfica ocuparía la porción media más amplia, que se va achicando progresivamente hacia derecha e izquierda. Una pequeña proporción de ciudadanos que posee gran riqueza se ubica a un extremo de la campana; otra es extremadamente pobre, quedando en el extremo opuesto de la gráfica. Algo similar sucede con el perfil psicológico, tras haber provocado un accidente mortal la mayor parte de la población reaccionaría de una manera parecida, sintiendo gran angustia y culpa, lo que se reflejaría en su gesto. Una pequeña proporción a un extremo de la gráfica podría morir de un infarto al asumir que provocó el accidente, y otra proporción en el extremo opuesto, actuaría como si nada hubiera sucedido.
Podemos decir entonces que los extremos son como la punta del iceberg, los casos muy marcados de fenómenos sociales que de hecho se dan en toda la población. Y nosotros, los de la porción central de la campana, de alguna manera contribuimos a alimentar esos casos extremos, y es justo aquí donde todos tenemos el deber ciudadano de revisar qué nos corresponde hacer para modificar las cosas.
Javier Sicilia acaba de tener esta semana un importante encuentro a favor de la paz y la justicia; de nueva cuenta ha sido el Castillo de Chapultepec el marco de la reunión. A lo largo de nueve horas se revisaron puntos de la agenda y se lanzó un reclamo concreto en contra de los legisladores, responsabilizándolos de no haber cumplido con regular la iniciativa personal y muy costosa de Felipe Calderón de lanzarse en contra del crimen organizado como lo ha hecho. Los costos han sido muy elevados en lo económico, ameritando que se destinen grandes recursos a una guerra que no parece tener fin, pero sobre todo los costos han sido en vidas humanas, en huérfanos y viudas, en dolor y zozobra. Algunos legisladores reconocieron su omisión; algunos otros con gran soberbia se negaron a hacerlo.
El grueso de la población no hemos sufrido el dolor de perder un ser querido en esta lucha, pero sí hemos contribuido a lo que viene sucediendo, puesto que no exigimos a nuestros representantes, por cierto con salarios y compensaciones de lujo, que cumplan su deber. No los hemos presionado para que cubran la asistencia a todas las sesiones, ni hemos estado pendientes de medir los resultados de su función pública.
Frente a los hijos tal vez no hemos propiciado la comunicación idónea; nos refugiamos en diferencias generacionales para decir que nunca podremos entenderlos, y ya nos olvidamos del asunto. No hemos hecho un doble esfuerzo por tratar de comprender cuáles son sus aspiraciones, sus proyectos, sus miedos.
Como ciudadanos no nos hemos ocupado a conciencia por entender a fondo los fenómenos que se suscitan en nuestro alrededor. Suponemos que vamos a conocer problemas complejos como el narcotráfico mediante el noticiero o la telenovela en turno, cuando la programación masiva se acomoda a intereses particulares que poco o nada tienen qué ver con llegar al fondo de las cosas.
…Nos acomodamos en nuestra poltrona para decir que iglesia y estado deben de estar totalmente separados siempre, sin detenernos a reflexionar que esta división llevada al extremo ha dado al traste con los valores morales más elementales, y explica buena parte de la amoralidad vigente.
¿Dónde perdimos el rumbo?... ¿Dónde lo perdimos todos, y no nada más los sicarios o los traficantes de droga?... Sicilia nos invita hoy a volvernos a nuestro fuero interno y revisar nuestras pequeñas acciones y omisiones de cada día, que alimentan a esta hidra social que crece de manera alarmante.
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