sábado, 6 de agosto de 2011

Tengo Derecho a Estar Bien. Icono de junio 2011. Por Gabriel Rubio Badillo.



La principal fuente de bienestar son mis creencias; las situaciones y condiciones que he aprendido a aceptar como realidad y a las que les concedo credibilidad. Donde está mi mente ahí está mi fe. Al ser una Creación proveniente de una fuente Divina, puedo aceptar que mi Diseño Original es perfecto. Al haber sido dotado de libre albedrío relativo, tengo entonces la posibilidad de aceptar creer en la apariencia de la realidad externa; que se construye en gran parte con mis  acciones y creencias, por Ley de Atracción. O bien, puedo elegir creer y descubrir el programa original con que fui creado y darme cuenta que Tengo Derecho a Estar Bien. ¿Qué otra cosa podría haber deseado mi Creador que no fuera mi Bienestar? Yo lo elijo a cada instante. Puedo permitirme creer en ideas y afirmaciones necias. Absurdos que aprendí a creer a fuerza de escucharlos;  o puedo analizar lo aberrante de sus contenidos y rechazarlos, ponerlos fuera de mi vida y de mis condiciones.
Que me encanta la leche pero soy intolerante a la lactosa… que a cierta edad ya no puedo tomar leche “entera” porque mi estómago “no la tolera”. Que el niño requiere una leche artificial y carísima  para que no se enferme. Me pregunto ¿cómo rayos sobrevivieron mis abuelos cuando no existían tales productos? Por eso compramos leche “Lola” deslactosada, semidescremada, light, deslactosada (y aparte light), ultrapasteurizada, reformada, para niño, para joven, para adulto, para la tercera edad, materna, desgrasada, adicionada, vitaminada, sin grasas “trans”, con pro, bio, low, minerales, no colesterol y estupidez y media. ¿Esta esclavitud mercadotécnica es vida????
Tengo Derecho a Estar Bien.
Que me encantan las tunas pero si me como una, “es un hecho que no iré al baño en una semana, ya ves mi intestino perezoso”. Que se me antoja tanto ese humeante y aromático “café de olla” pero “no podré pegar un ojo en toda la noche si lo pruebo”. Que me fascinan los mangos pero “tienen mucha azúcar”. Que quisiera unas entomatadas pero “a mi edad ya no puedo cenar pesado”. Que me derrito por ese tamarindo pero “si lo pruebo, en la noche estaré en un grito y doblado por la gastritis”. ¿Cuándo y cómo comenzamos a creer en tanta distorsión? ¿Por qué le abrimos el paso a la enfermedad mental hasta convertirla en física, para terminar percibiéndola como algo normal?
Tengo Derecho a Estar Bien.
Alguien, alguna ocasión me dijo que era alérgico al pólen. Y desde entonces aprendí que algunos meses al año, mientras dura la primavera, yo debo estornudar miles de veces y derramar lágrimas como desquiciado, año tras año. Me convencieron que la “altura” o la “humedad” del lugar donde vivo era responsable de mi hipertensión o de mi asma. Y que mientras no me mude a las montañas o a “Lake Tahoe” seguiré enfermo. Pareciera que la naturaleza cometió la brutalidad de hacerme nacer en la latitud y las coordenadas equivocadas. ¿Por qué le damos crédito a semejante tontería?
Hay gente que colecciona artículos de internet para validar que su gastritis no es por ansiedad, sino que se debe a una bacteria misteriosa, casi casi mutante, con poderes nunca vistos e ignorados por la ciencia.
Hablan en términos personalizados y familiares de “mi bacteria es muy resistente” como si ya hubiesen incluso trabado amistad y conversado con ella y estar en proceso de conocer a la E. Coli europea. Otros se dedican a recorrer neurólogos y oncólogos con la esperanza de que les digan que sí, que efectivamente tienen un tumor dentro del cráneo o que está a punto de darles un derrame cerebral y que por eso les duele tanto la cabeza. “Seguramente la última tomografía mintió o el aparato emisor de positrones estaba fallando y no detectó mi problema”. Que sus sospechas eran fundadas. No aceptan su profunda frustración, coraje y deseos de control como la causa verdadera. Nuestro cuerpo ha aprendido a expresar las emociones no reconocidas mediante síntomas extravagantes.
Tengo Derecho a Estar Bien.
¿Podemos llamarle vida a ese hábito nefasto de armar un arsenal farmacológico con antidepresivos, ansiolíticos, sedantes, hipnóticos, somníferos, neurolépticos, antiparkinsónicos, relajantes, estabilizadores y antihistamínicos,  y presumir en las charlas que “ ya nada de eso me hace efecto y cada día estoy peor”. ¿Es tan difícil aceptar la frustración sexual detrás de tantas migrañas? ¿O la experiencia de haber sido criado por una madre asfixiante y perseguidora detrás de muchos casos de asma? ¿Tanto nos duele reconocer el dolor del rechazo en la infancia, oculto tras esas punzadas en el pecho? ¿Cuál es el problema de reconocer mis enormes miedos e inseguridades somatizados en tantos padecimientos en las articulaciones de las piernas? ¿Necesitamos que nos reviente el intestino por colitis crónica y estreñimiento, antes que ser capaces de perdonar y soltar los venenos emocionales del resentimiento?
Tengo Derecho a Estar Bien. 
¡Pero necesito creérmelo! Necesito dejar de asumir responsabilidades que nadie me pidió llevar, para eliminar esa eterna contractura de la espalda. Necesito renunciar a mi papel de rescatador, para que se me quite ese enorme cansancio, esos hombros caídos. Necesito aceptar que yo no tuve la culpa de todo eso que me adjudico.
Necesito reconocer que si mis padres no funcionaron, no fue por mí, y dejar de fracasar en mis relaciones como autocastigo.
Necesito comprender que no estoy obligado a repetir los destinos familiares funestos. Y que no tengo por qué sentirme culpable de la muerte de nadie ni exigirme poderes crísticos para haberla evitado... “Si hubiera llegado una hora antes… si la hubiera llevado al hospital a tiempo… si no hubiera dormido varios meses seguidos para evitar que se ahogara esa noche… si hubiera visto el futuro y evitado ese infarto… ¿porqué no compré una esfera mágica en Teotihuacán…?”
Qué insoportable se vuelve la gente con delirios de omnipotencia. Son un fastidio para el alma.
Tengo Derecho a Estar Bien.
A dejar de usar la enfermedad como pretexto.
El derecho a simplemente disfrutar del viento del invierno, de las fresas y los chocolates sin predecirme espinillas o sin miedo a que la piel se me ponga verde, o que entre en shock alérgico. Ya basta de tantas fantasías y extravagancias. De toser para que volteen a verme, de demandar atención con tres crisis por semana, de tirarme para que me levanten.
No vine a redimir al mundo, ni a reivindicar almas descarriadas, ni a partirme en pedazos para ayudar a quienes no quieren ser ayudados. Hay gente delirante que cree que en su camisa trae bordado el logo de “Fundación Calcuta” y vive queriendo arreglar broncas ajenas, o a personas que son felices así: “desarregladas”. Nunca pidieron ser “arregladas” pero ahí vamos de tercos, con la bandera de “es por su bien”.
De repente andamos metiendo las narices donde no nos llaman y “quitándonos la camisa y el pan de la boca”. A muchos les da por meterse  de redentores y acaban crucificados. No hay necesidad de asignarnos misiones titánicas. Hay tantas pequeñas y maravillosas acciones, empezando por amarme y cuidarme,  y poner límites.
¡Sólo Vive! No necesitas estar enfermo para que te quieran y te cuiden, no necesitas que nadie se haga cargo de ti. Por eso… abraza, besa, haz el amor, perdona, suelta, acepta tu historia, tu infancia, tus padres, aquel abandono, las traiciones del pasado, lo que no salió como esperabas. Perdónate tú. Déjalo ya, nadie te va a compensar, nada te devolverá al papá que decidió marcharse, nada reconstruirá a la madre dulce tanto tiempo esperada. Deja de cobrarte las facturas vencidas. Sale más barato y menos complicado que el bromazepam y la paroxetina.
Cada amanecer está repleto de bendiciones esperando ser “descubiertas”.
Tengo Derecho a Estar Bien. ¿Qué tal si comienzo a disponer de ello hoy mismo?
Icono de junio 2011.
Asociación de Psicología Humanista.
Gabriel Rubio Badillo.

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