LA GALLINA CIEGA
Violencia es una palabra que acompaña como rémora el acontecer social de nuestro México, y que tiñe de un púrpura doloroso muchos de los acontecimientos que se viven de norte a sur, y de oriente a occidente. A través de los medios de comunicación observamos cómo la violencia se pasea muy oronda frente a las cámaras, y se acicala cuidadosamente antes de posar para la fotografía de la prensa escrita, o el video que pronto irá a parar a todos los noticiarios televisivos.
Termina la semana con la captura de “El Diego”, líder del cártel de La Línea, al cual se atribuyen más de mil quinientos homicidios, y por cuya captura se ofrecían quince millones de pesos. La magnitud del operativo desplegado en torno a su aprehensión manda un mensaje subliminal nada sano: Se trata de alguien muy poderoso. Estos dobles mensajes suelen provocar un efecto paradójico, así pues no nos resulte extraño que algunos niños ya no sueñen con ser bomberos o policías de grandes, sino sicarios.
Jack el Destripador pasó a la historia como asesino serial después de haber ultimado a cinco prostitutas, junto a cuyos cuerpos fue dejando comunicaciones por escrito. Habría que detenernos un momento a analizar cuál es el mensaje que transmiten para la posteridad los matones mexicanos de la actualidad, o lo más alarmante, cómo es que se vuelven modelos para nuestros niños.
Otra situación grave en estos días fue la vivida por el sacerdote Christian Figueroa Martínez, detenido por la PFP el sábado 30 de julio mientras se desplazaba entre Saltillo y Ramos Arizpe. Le marcan el alto para revisar la papelería de su vehículo, que les resulta sospechoso; por motivo de esa sospecha es decomisado, aún cuando el prelado presentó documentos probatorios de su legalidad. Posterior a tenerlo encañonado como delincuente, y no permitirle hacer llamadas por celular más que en altavoz, lo amenazaron con fincarle cargos por pederastia, debido a que en el interior del vehículo había un par de sandalias pertenecientes a su sobrina.
Un grave mal de nuestro México es que cualquiera es corruptible, so riesgo de morir; así al sicario se le deja libre por falta de méritos, y al ciudadano “normalito” se le llega a refundir en la cárcel de por vida. El caso del sacerdote, detenido y acusado de primera intención, pone en evidencia el modo tan descarado como se violentan las garantías que establece nuestra Constitución en su artículo primero:
“…Todas las autoridades, en el ámbito de sus competencias, tienen la obligación de promover, respetar, proteger y garantizar los derechos humanos…”
Viene a mi mente un óleo del pintor español Francisco De Goya, que se exhibe en el Museo del Prado, intitulado “La Gallina Ciega”. Costumbrista como toda la obra de su primera etapa, muestra a un grupo de chiquillos jugando a lo que en la Península Ibérica también se conocía como “El Cucharón”. El pincel del ilustre español capta una rueda de niños, al centro uno con los ojos vendados, llevando en la mano un cucharón de madera con el cual intenta alcanzar a alguno de los chicos del corro.
Así me imagino en ratos el desempeño de nuestros funcionarios en esta lucha que no parece tener fin, se enfocan a alcanzar al “alcanzable”, al que no representa un peligro potencial para ellos. Y al delincuente mayúsculo, o lo alcanzan con la cuchara y reciben su tajada, o mejor ni voltean a mirarlo.
Hace un par de meses, durante un viaje en autobús me tocó el habitual retén militar; en esta ocasión, después del interrogatorio y revisión de identificaciones, a las mujeres nos ordenaron abrir los bolsos de mano y mostrar su contenido. Al toparse el militar con dos frascos de medicamentos antihipertensivos, me cuestionó por qué los traía... Siempre me ha intrigado descubrir el sentido último de estas revisiones, cuando sabemos que en ningún bolso de mano habría manera de transportar armas largas, drogas, o fajos de billetes. Además de contravenir el artículo décimo primero de nuestra Carta Magna que a la letra dice:
“Toda persona tiene derecho para entrar en la República, salir de ella, viajar por su territorio y mudar de residencia, sin necesidad de carta de seguridad, pasaporte, salvoconducto u otros requisitos semejantes…”
Encuentro admirable el propósito de muchas denominaciones cristianas, de traer bajo el brazo la Biblia y leerla de manera sistemática, al grado de memorizar capítulos completos de la misma. Los ciudadanos debiéramos hacer algo semejante con la Constitución, “los de a pie” para conocer nuestros derechos y estar en situación de defenderlos, y quienes ejercen alguna función pública, para enterarse de cómo deben conducirse, recordando que no hay ley ni norma, y yo agregaría “ni operativo” que esté por encima de nuestra Carta Magna.
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