¿CÓMO VIVIR LA NAVIDAD?
En el curso del 2012 se registra la aprehensión de
diversos grupos delictivos dedicados al secuestro, así como la confiscación de
grandes cantidades de productos químicos ilegales y dinero en efectivo. En lo particular me pregunto cuál sería el
flujo natural de ese dinero de no haber
sido incautado, y simplemente mi imaginación, de por sí vasta, no me da para
adivinar qué camino habría seguido.
Pero una
cosa es cierta, estos últimos años en México hemos sufrido un fenómeno social
muy peculiar: Hay una tendencia
“ansiosa” y creciente por amasar fortunas, ya sea por parte de organizaciones,
criminales, y triste señalarlo, a veces también por parte de nuestras autoridades, aquéllas que precisamente
deberían defender los intereses de la ciudadanía.
Detrás de
todo ello se percibe un vacío existencial que busca llenarse con dinero. Como si aquellos individuos dedicados
afanosamente a acumular bienes materiales, trataran de este modo de comprar una
felicidad que simplemente no sienten llegar.
Y a más acumulación de riqueza, mayor pérdida de la satisfacción por la
vida, entendiéndose para ellos la satisfacción en términos de poder adquisitivo.
Este
consumismo ha tocado muy diversas facetas de nuestra estructura social. Leía en el curso de la semana que los
diputados de San Lázaro se mandaron hacer unos prendedores en oro, erogando
para ello alrededor de dos millones de pesos.
Claro que es una adquisición a todas luces legal, pero totalmente
superflua, hecha con los dineros del pueblo, cuando hay tantas necesidades de
primerísimo orden que no han sido cubiertas.
EPN ha
prometido enfocarse precisamente hacia los rubros más urgentes de la población,
muy en particular orientarse hacia los 60 millones de pobres que tantas veces
van a dormir con el estómago vacío, o bien consumen productos de desecho, con
las consecuentes complicaciones médicas que de ello derivan.
Aprovechando la coyuntura de la alternancia en el poder, habrá que identificar aquellas necesidades de
primer orden para darles cobertura, a la vez que abolir tanto gasto suntuario
que representa no menos que una burla frente al hambre, la pobreza, y las
deficiencias educativas y sanitarias de grandes sectores de la población.
Mientras
nuestros gobernantes van diseñando las estrategias que permitan dar
cumplimiento a esas necesidades prioritarias, como es el caso del Pacto por
México firmado hace justo una semana, a
nosotros como población civil nos corresponde hacer lo propio en nuestro
entorno, y muy en particular ahora que inicia la temporada navideña.
Nada
descabellado es acudir a la tienda con una lista ya elaborada de los productos
que hemos de comprar, y resistirnos a caer en los afanes consumistas que nos
conducen a adquirir tantas cosas que en realidad no necesitamos.
Evitar
caer en la tendencia de hacer regalos suntuosos, y comenzar por obsequiar a
nuestros seres queridos con nuestro tiempo, nuestra atención y nuestra empatía.
Revisar el guardarropa de
invierno, dar salida a aquella ropa que
no utilizamos, y que a una persona de escasos recursos puede representar
comodidad y alegría.
Cuidarnos
de caer presas de la moda del momento, que para el próximo año habrá pasado por
completo, de modo tal que una prenda habrá sido utilizada un par de veces, y no
puede usarse el próximo año, pues la moda habrá caducado.
En
cuestión de tecnología, que sea nuestra voluntad la que decida, y no los
intereses de las grandes empresas que nos crean nuevas necesidades cada dos
meses.
Pasar una
tarde con los hijos o con los nietos relatándoles historias familiares, viendo
fotografías antiguas o elaborando juntos
algún platillo navideño como lo hacía la abuela, algo que nunca olvidarán
Hagamos
un alto en el camino para analizar qué mensaje estamos dando a las jóvenes
generaciones en cuestión de gastos, regalos y modas. Analicemos si es el mensaje más apropiado
para ellos.
En lo
personal la temporada navideña me trae evocaciones de las posadas en forma, con
peregrinos, rosario, petición de posada, piñata, bolos y luces de Bengala.
Recuerdo
el gran nacimiento que se colocaba en la Catedral de El Carmen en mi natal
Torreón, en el que no faltaba detalle.
Vienen a
mi memoria las canciones que más gustaban a mis papás, mismas que solíamos
escuchar en discos LP año tras año, como parte de la tradición de la temporada.
Viene el
olor del ponche, el sabor de los buñuelos cubiertos con azúcar, y las jornadas
que pasé con mi mamá preparando la cena navideña a su lado. Tanto así que ahora
que ella ya no está físicamente, cuando preparo la cena, la siento junto a mí.
Esos son
los recuerdos más queridos de mi infancia, ninguno suntuoso, pero todos
revestidos de una magia muy particular.
Probemos
vivir una Navidad que perdure a través del tiempo como una bella memoria.
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