DESDE LAS MEMORIAS
Viajar en el tiempo ha sido una de las mayores aspiraciones del
ser humano de todas las épocas. Se ha
manifestado a través de novelas como las
de Julio Verne o de H.G. Wells, en cuya
trama los personajes se transportan al futuro,
hasta la serie de películas de
finales del siglo veinte en las que un
joven y su maestro, un científico loco, viajan en un vehículo a través del
tiempo.
A partir
de la Teoría de la Relatividad de Einstein publicada en 1905 nos hemos
preguntado ya con bases científicas si este tipo de viajes son finalmente posibles Sin embargo para los ciudadanos comunes desplazarse en el tiempo tiene más que ver
con recuerdos que con viajar a la velocidad de la luz. A través de reminiscencias albergadas en
nuestra memoria, estamos en posibilidad
de desplazarnos a épocas lejanas y, ¿por
qué no? vivir de nueva cuenta momentos gozosos de nuestros primeros años.
La
plática entre familiares o amigos es un excelente vehículo que nos permite evocar esos momentos, así como traer memorias que de otra manera no
hubiésemos acaso recordado. Los álbumes
fotográficos nos permiten de igual modo el contacto visual con lo que éramos
nosotros mismos en otros tiempos, o bien visualizar aquellos seres queridos que se han adelantado.
Mientras
se es joven no existe esa necesidad del reencuentro con tiempos pasados, pero
conforme los años avanzan, y vamos
terminando de resolver situaciones laborales o familiares de primer
orden, es cuando comenzamos a darnos la ocasión para otro tipo de actividades, de modo tal que la necesidad de entrar en contacto con tiempos
pasados se vuelve más imperiosa con la
edad.
Algunas
familias han desarrollado la fabulosa costumbre de reunirse de tiempo en
tiempo, como un modo de seguir en
contacto unos con otros, desde los fundadores hasta los retoños más
jóvenes. Constituye una práctica que no
en todos los casos es posible llevar a cabo por diversas razones; para nuestra
fortuna ya existen otros medios que de alguna manera van a suplir esta
posibilidad de un encuentro físico, por modos virtuales de conocer las propias
raíces, y entrar en contacto con
familiares. Las opciones son muy
variadas, y la creatividad permite a estos grupos humanos expandir la manera para
mantenerse en comunicación unos con otros.
Tomar un
objeto que perteneció a alguno de nuestros mayores, y más cuando sabemos que lo
apreciaba de modo especial, o si podemos recordarlo haciendo uso del mismo,
representa una manera de entrar en contacto con aquella persona que está
físicamente ausente. Claro, sin caer en
la acumulación, siempre es válido guardar algunos objetos representativos de
ese ser amado, que de alguna manera lo vuelven presente al ponernos en contacto con ellos.
En lo
personal resulta un misterio insondable el hecho de que podamos ver estrellas
en el firmamento que en realidad son imágenes de cuerpos celestes que murieron
hace mucho tiempo. Tales son las
dimensiones del universo que atestiguamos la imagen que tuvieron durante sus
momentos más grandes actuales cadáveres astrales.
Ello nos
lleva a suponer que Einstein tenía la razón cuando hablaba de la primera Teoría
de la Relatividad, la llamada “relatividad restringida” que sienta los
principios matemáticos de lo que sería
el desplazamiento de un cuerpo a través del tiempo, como actualmente logra
hacerlo a través del espacio. Y
definitivamente nos abre las puertas de la imaginación para creer que nuestro
paso por este mundo es solamente una etapa de un largo proceso cósmico que nos
corresponde vivir como seres espirituales.
Cuando
enfocamos los grandes males que ha traído aparejados el consumismo, podemos
identificar un común denominador a todos
ellos, es un ansia por tener, por adquirir, por avasallar. A partir de esta idea no extraña que haya
quien compre seiscientos trajes o cuatrocientas camisas, ni que haya quien
coleccione autos deportivos o motocicletas como si fueran canicas. Tampoco resulta ajeno imaginar que haya
quién, con tal de poseer más cada día, sea capaz de poner precio a cualquier
cosa, a cualquier persona. Y a partir de
allí se va extendiendo la espiral maligna que abarca progresivamente todo tipo
de males, generados de aquella ansia muy humana de tener lo más que se pueda
durante el paso por esta vida, con base en el supuesto de que con el último
aliento nos volvemos polvo y nada más.
Tengo un
gusto particular por visitar panteones; no propiamente en los momentos cuando
se lleva a cabo algún funeral y el ambiente se halla cargado de dolor y
pérdida, sino cuando todo lo que hay es soledad
y paz. Hallo maravillosas historias de
vida, que cuentan que la muerte es sólo un pequeño paso en el proceso de expansión
espiritual. Hablan desde las memorias hasta siempre.
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