domingo, 11 de mayo de 2014

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

LA #277


Los grandes males sociales del tercer milenio tienen en común que todos apuntan hacia la descomposición social, la pérdida de valores familiares, y un consumismo alienante. La adicción a enervantes; la genitalidad con su cohorte de males, entre los que se incluye la trata de personas, son algunos de los fenómenos que vienen minando todo aquello que es humano.
    En las últimas semanas una noticia impactante ocupa los titulares de los medios noticiosos del mundo: El secuestro masivo de jovencitas en Nigeria. Se habló inicialmente de 276 niñas, y a partir de entonces el número ha venido variando de acuerdo a quien contabiliza, y a algunos otros factores. De todas formas, si el secuestro de un solo ser humano es trágico, máxime cuando se trata de un menor de edad, la desaparición masiva de más de dos centenares de niñas a manos de un grupo extremista que se opone a que las mujeres reciban educación de corte occidental, multiplica exponencialmente el monto de la tragedia, si es que la misma pudiera ser cuantificada.
    A la causa del rescate de las pequeñas, de las que se teme estén pasando situaciones que, aun en caso de ser regresadas con sus familias las marcarán de por vida, se han unido diversas organizaciones, mandatarios, primeras damas e iglesias. Hasta el momento de elaborar la presente colaboración se presupone que el grupo extremista Boko Haram las internó en la reserva natural de Sambisa, de difícil acceso para el ejército y los grupos de rescate.
   A lo largo y ancho del planeta, quienes tenemos una hija, una hermana o una nieta nos unimos a las voces desesperadas de esas madres cuyo dolor no ha tenido tregua alguna en casi un mes desde que las menores fueron sustraídas. Sin embargo, como tantos otros hechos que ocurren a nuestro derredor, sirva esta terrible tragedia para revisar nuestro entorno y vigilar a la niña #277, esa chica que de alguna manera se halla cerca de nosotros, y muchas veces en situación de riesgo, sin que nos animemos a hacer algo por prevenir un problema mayor.
    Justo esta semana fue localizada en buenas condiciones la hija adolescente de un reconocido médico capitalino quien, según palabras del propio padre al momento del reencuentro, de alguna manera se sintió sola y voló hasta Perú para encontrarse con un joven al que conoció por Internet. Ella tuvo a la mano el dinero y la documentación requerida para hacer el viaje sin dificultad, y no fue hasta que desapareció cuando su familia se percató de que proveerle de lo material no equivale a satisfacer sus necesidades afectivas.
 El segundo caso es de una chica respecto a la cual se giró una alerta Amber por su desaparición; resultó que ella, junto con una amiga de la edad, viajó a una ciudad fronteriza para asistir a un concierto musical, sin notificar a su familia que lo haría. Tres días después fue localizada.
   Y como estos encontramos cerca de nosotros casos en los que queda claro que está fallando la comunicación entre padres e hijos, y el chico se siente solo. Muchas veces los padres no nos sentimos competentes para abordar o para tratar de entender a nuestros hijos; en otras ocasiones nos sentimos rebasados por ellos, o bien tememos que al cuestionarlos o contrariarlos, ellos puedan alejarse aun más.    Como padres quizás hemos venido creyendo que el objetivo es ganar el concurso del padre o la madre más “buena onda”, y más allá de imponer una autoridad actuamos con camaradería y complicidad, como sus mejores amigos, algo que bien puede suceder de manera sana cuando los hijos son adultos hechos y derechos, pero no durante su período formativo. Para aprender de la vida ellos necesitan un marco de referencia, y no hay nadie en el planeta más obligado a proporcionarlo, que los padres.
   Sigamos pidiendo por el grupo de jovencitas nigerianas secuestradas. Sabemos que para ahora la mayoría, si no es que todas, han sufrido vejaciones de tal magnitud, que dejarán marcas indelebles en su vida, y quizás muchas de ellas habrán sido vendidas por estos mercenarios extremistas, o habrán muerto. Encaminemos nuestras oraciones hacia aquel continente cuyos ensayos de un cambio social son atajados de manera brutal, como buscando que no vuelvan a intentarlo jamás. Pero mantengamos la vista puesta en nuestro entorno, en esa muchachita que notamos desorientada, sola, como buscando afuera algo que no parece hallar en el hogar. Actuemos por ella, por la #277, para evitar que su inexperiencia aunada a su necesidad de afecto la coloque en una situación de elevado riesgo.
   Termino con una reflexión de Einstein: “El mundo es un lugar peligroso, no por aquellos que hacen el mal, sino por quienes no hacen nada para evitarlo.”

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