ABC: LA CASA DE ASTERIóN
Después de cinco años el 5 de junio ha quedado en
el imaginario colectivo como una fecha dolorosa, en la que revivimos una realidad muy nuestra: En México la
justicia es relativa; engaña jugando a ser ciega.
El
infanticidio colectivo de la Guardería ABC representa el gran ejemplo de lo que nunca debió haber
sucedido, de las cosas mal hechas, de las improvisaciones irresponsables, al
garete, sin planificación ni supervisión. Viene a ser, como tanta obra pública, el
daño colateral de licitaciones que no son tales, de arreglos “en lo oscurito”,
de nepotismos funestos que nunca faltan.
Es la verdad no revelada, maquillada, distorsionada, vuelta a modo de
los intereses de unos cuantos; la atrocidad de actuar como si esas 49 vidas
preciosas y las decenas de niños quemados fueran cualquier cosa, y como si esos
padres destrozados no merecieran una reparación al daño moral, al dolor más
grande, y que a la fecha no hayan conseguido ni siquiera un “usted disculpe”.
Poco
antes de empezar esta colaboración leía un valiente texto publicado en su muro
por una psicóloga a quien le tocó estar atendiendo a las familias en las horas
siguientes a la gran tragedia. Su
crónica resulta desgarradora, nos coloca junto a ella en aquel caos absoluto de
voces, gritos, olores, desmayos y una pena que pareciera horadar el pecho de
aquellas madres como metal candente.
Y en torno
a todo lo que cambiaría para siempre la vida de esos padres, iban erigiéndose
los silencios oficiales; las exculpaciones que nunca faltan; el juego de “yo no
fui, fue teté”, de la pelota que va de mano en mano, para finalmente, a la
vuelta del tiempo, la ficción y la burocracia, terminar extraviada…
Con base
en la leyenda del Minotauro, Jorge Luis Borges escribió, dentro de su
Aleph, un texto que describe al híbrido
antropófago, mitad humano, mitad toro, en su encierro infinito, corriendo,
ocultándose, engañando, gozoso en sus triquiñuelas, sin llegar a comprender lo
patético de su encierro para toda la eternidad, aunque finalmente es aniquilado por la espada mortífera de Teseo.
A cinco
años de la tragedia de la Guardería ABC la justicia es asignatura pendiente;
uno de los ejemplos más claros de esa terrible costumbre de la dilación, la
confusión y el extravío de procedimientos, papelerías y trámites. Como quien dice “nadie supo, nadie
sabrá”. Y los responsables de que el inmueble
utilizado como Guardería participativa haya sido un galerón inseguro, con las
salidas de emergencia bloqueadas, y aledaño a una bodega con material inflamable,
siguen su vida, atienden elegantes eventos de caridad y viajan por todo el
mundo. Y la hipótesis de que el fuego
no haya sido accidental sino intencional, lo que indicaría serios agravantes en
el caso, es letra muerta.
Y los
padres que sufrieron lo indecible durante la tragedia, y que viven cada día de
su vida propuestos a exigir justicia, siguen sin respuestas. Y todavía, en el colmo del cinismo y la
insensibilidad, hay voces que se alzan para decirles que ya le paren, que no es
para tanto…
Como
Asterión el Minotauro se hallan los responsables de la tragedia en constante
carrera tras un hueso, un puesto, unos dineros, totalmente al margen de lo que
significa la palabra “honor”.
Por
cierto, hablando de esta palabra en vías de extinción, al menos en lo que a
función pública se refiere, la abdicación del rey Juan Carlos de Borbón, a
favor de su hijo Felipe, me parece un acto que ejemplifica el honor de un monarca. Reconocer sus limitaciones, en la actualidad
por razón de la edad y tal vez de su estado de salud, para decir “hay quien
puede hacerlo mejor que yo”, habla de dignidad y valía personal. Sabemos que la casa real ha atravesado por asuntos no muy
favorables para la honra de la familia, pero aun así, la abdicación me parece
un acto de mucha altura, como lo ha sido en su momento el retiro voluntario de
otros jerarcas o políticos en el mundo.
Volviendo
a lo nuestro: Casos de falta de honor ha habido muchos, desde aquella jocosa participación
de Roberto Madrazo en el maratón de Berlín, hasta los acordeones de nuestros
maestros normalistas en días pasados.
Desde el descaro de decir que no son corruptos cuando los sorprenden en
un video embolsándose grandes fajos de billetes, hasta la inveterada costumbre
de prometer en campaña y olvidarse cuando llegan al puesto. Como si la función pública se asumiera cual negocio particular a ejercerse con espíritu de usurero, y con dotes de todólogo, brincando de un puesto
a otro, con tal de no soltar la ubre.
Todos los
mexicanos somos Teseo, de nosotros depende la suerte de Asterión.
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