LOS NIñOS DEL MUNDO
Echamos un vistazo a la Franja de Gaza para descubrir que
las fuerzas militares israelíes atacan a la población civil, aun cuando hay
niños entre los grupos que toman como objetivo de sus ataques, como fue el caso
de la escuela de la ONU que servía como refugio a un grupo de familias
palestinas. De una u otra forma estos
ataques están desencadenando acciones discriminatorias en el resto del mundo; no
es gratuito que un café belga haya colocado esta semana en su entrada un letrero que especifica que se
prohíbe la entrada a perros y a judíos.
A estas alturas no veo mayor diferencia con la iniciativa de la insignia
amarilla que colocaban los nazis a los judíos en Europa, durante el inicio de
la Segunda Guerra Mundial.
Otro caso que nos toca muy de cerca es el de los niños
migrantes, problema cuya importancia
parece enfocarse desde el punto de vista económico o de seguridad, pero poco en
su aspecto humanitario. Son niños que se
lanzan a su suerte por parte de sus familias como modernos Moisés, con la
esperanza casi mágica de que las aguas del Nilo de la migración los conduzcan al
puerto anhelado, los Estados Unidos.
Algunos pequeñitos tratan de reunirse con sus padres que radican de
ilegales en aquel país; otros infantes centroamericanos han perdido a su
familia a manos de grupos armados, y se aventuran con la imprudencia propia de su
edad, soñando con llegar un día a la tierra prometida.
Todo lo que sufren en el camino, desde riesgos de accidentes,
privaciones, engaños, ultrajes, violaciones sexuales, trata, y quizás la muerte
no entran en el imaginario de un niño que no ha terminado la primaria y se
lanza con toda su pequeña persona, seguro de alcanzar ese anhelado sueño americano.
Una tercera realidad que nos ha tocado palpar muy de cerca
es la que se viene desarrollando en Zamora, Michoacán, en lo que hasta hace
poco fuera el albergue de “Mamá Rosa”.
Un claro ejemplo de una falla histórica muy grave por parte del estado,
que de manera sistemática delega
en manos de particulares gran parte de la función de salvaguarda de menores en
situación de orfandad o de calle, y que luego de hacerlo, omite supervisar. Lo que en un principio habrán
sido buenas intenciones de la fundadora del albergue terminó en un total
desastre, cuando resulta evidente que lo que el estado hizo en
todos estos lustros fue permitirle acumular niños, y ocasionalmente hacerle
llegar apoyos económicos de manera desordenada.
El escenario actual que habla por sí solo no surgió por
generación espontánea. 48 denuncias de
maltrato infantil no salieron de la nada, y tampoco 20 toneladas de basura se
acumularon en un solo fin de
semana. Aquello es el resultado monumental
de un enorme descuido generado por un DIF que descargó toda responsabilidad en
terceros, y una mujer que hace mucho tiempo se vio rebasada por el trabajo, y
como los acumuladores patológicos (“hoarders”), jamás pidió ni aceptó ayuda.
Los argumentos que tratan de explicar por qué las cosas
llegaron al estado en que están son absurdos: “Porque era la jefa”, “Porque era
muy enojona”, “Porque no permitía que nadie entrara al albergue”…Sucede, como
en tantas otras ocasiones, que los ciudadanos desde nuestra cómoda butaca
consideramos que con levantar el índice de fuego y señalar, sentimos que hemos
cumplido con la patria.
Todos estos escenarios evidencian una total falta de respeto
a los derechos de los niños. Traduce que
todos nosotros como sociedad hemos dejado de tomarlos en cuenta como seres únicos e
irrepetibles, que tienen un derecho absoluto a una vida digna, a salud,
educación y respeto, para formarse de
manera integral rodeados de amor, con un potencial creativo a desarrollar.
Antes de escribir la presente colaboración revisaba una
colección de fotografías tomadas un el ala pediátrica de un hospital en Gaza,
donde reciben tratamiento pequeños que han sido víctimas de heridas de
guerra. Una pacientita de siete años de
nombre Maha al-Sheikh Khalil, de la zona urbana de Shijaiyah aparece con un
collarín que ayuda a estabilizar su columna, después de que una lesión ha
provocado en ella tal daño, que la ha dejado cuadripléjica. Me asombra ver que la niña emite una sonrisa muy
amplia, ¡vaya! Se pudiera decir que luce feliz…
Surge la pregunta: ¿Hasta donde me corresponde como
habitante del planeta responder a esos niños en situación de crisis…? Algo
queda claro, debo hacer más de lo que he hecho hasta ahora, comenzando por cumplir
a cabalidad con mi entorno inmediato.
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