La gran ciudad nos convierte en minúsculos insectos que vamos de uno a otro extremo procurando lo propio. La premura del tiempo nos imprime una particular celeridad que lleva a olvidar que detrás de cada rostro y figura mora un ser espiritual con sus propios sueños, sus propias historias.
En el portal que da a la plaza cívica las bancas largas y pesadas son habitadas --al menos por un rato-- por seres humanos que se permiten darse un respiro y bajar la careta para mostrar su naturaleza tal cual es.
Mi inquieto afán de poeta quisiera instalarse frente a ellos, observarlos uno a uno con detenimiento, y descubrir que a las esperanzas no logra atropellarlas el carro de la indiferencia cotidiana.
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