EL CORAZÓN DE PIEDRA VERDE
Salvador de Madariaga fue un notable historiador, escritor,
poeta y diplomático español. Dentro de
su vasta obra literaria dedicó una novela a la Conquista de México, misma que se intitula “El
corazón de piedra verde”. Me permití
tomar prestado su título para mi columna semanal en la que busco hablar de
México, del corazón de su gente y del precioso jade que dentro de la
Arqueología mexicana simboliza la vida.
Ahora son Baja California sur, el estado de México y Colima;
antes han sido o siguen siendo otras entidades federativas las golpeadas por la
violencia ligada al crimen organizado.
El artero asesinato de Silvestre De la Toba --ombudsman en BCS—y de su
hijo ocurrido hace una semana manda un poderoso mensaje: “No hay institución
que pueda someternos”. Se cumple así la
intención del mensaje de desmoralizar a todo aquel que busque hacer valer los
Derechos Humanos, lo que nos lleva a temer qué más seguirá. El gobernador de dicha entidad luce pasmado y
silencioso, y ¡vaya! no es para menos la situación que están viviendo.
Una vez más, como ya ha venido sucediendo en anteriores
momentos de crisis necesitamos detenernos, analizar y entender que el origen de
un problema de este tamaño, al igual que su
solución, no dependen de forma exclusiva del gobernante en turno. La descomposición social que estamos
padeciendo ha sido un problema de muchos –o más bien de todos—durante largo
tiempo, y sería absurdo esperar que exista un modo de resolverlo en quince minutos,
como dijera en su momento Vicente Fox con relación al EZLN. La forma segura de solucionarlo es a largo plazo, difícil pero
en realidad es la única que funciona: Se llama educación.
La educación, necesitamos visualizarla con todo lo que
conlleva. No se trata de que el niño
aprenda a multiplicar cifras de cuatro dígitos, que enumere de corrido los 135 ríos de México o que identifique todos los organelos
de la célula animal. Claro que es
importante el conocimiento, pues entre más conoce una persona más avanza por el
camino que le llevará a apreciar y amar aquello que conoce. Pero para lo que
nos ocupa, la educación va mucho más
allá, al fomento de valores.
El concepto de “educación” se refiere a desarrollar o perfeccionar
las facultades intelectuales y morales del niño y del joven, esto es, educar la
inteligencia y la voluntad. Para que el proceso educativo sea exitoso necesita
partir de modelos sólidos para las actitudes que pretendemos que el niño o el
joven asimilen. Si yo como maestro no
soy congruente entre lo que digo y lo que hago, el mensaje no cumple con su
función de moldear la conducta del alumno, y el proceso educativo no se da.
Un caso que no por cotidiano pierde fuerza es el siguiente:
Existe un reglamento vial que señala que si el semáforo está en rojo yo debo
esperar, y si está en verde me toca avanzar.
No puedo enseñar al alumno esa regla si yo no la acato primero. Cuando me paso el semáforo en rojo porque “al
cabo que no hay carros que estén cruzando frente a mí”, estoy anulando la
regla. El mensaje para el joven es
entonces: “La ley no tiene valor absoluto sino relativo y condicional.”
Si yo me paso los semáforos en rojo, u ocupo los cajones
para discapacitados cuando no me corresponde, ¿con qué autoridad moral puedo
exigir al hijo que cumpla sus obligaciones? ¿O le estoy enseñando que el respeto a los demás
es variable?... Un país de Primer Mundo lo que hace de entrada es poner orden
en casa.
Si dice “alto” no pasas, si dice “siga” pasas. No a criterio personal,
no dependiendo de las circunstancias, una regla siempre se obedece.
Un país está compuesto por individuos agrupados en
familias. Para que funcione el proceso
educativo que va a sacar a México de estos graves problemas, debe iniciar dentro de cada hogar mediante reglas sensatas, universales y claras, con
sanciones también claras y firmes, que se aplican con amor. El niño necesita
saberse aceptado y querido, necesita asimilar que se le corrige por amor,
porque queremos que llegue a ser un ciudadano satisfecho, productivo y feliz.
Antes de sacarle tarjeta roja necesitamos demostrarle de
manera tácita que lo amamos; no podemos partir del supuesto de que “ya lo sabe”,
así no funciona. Tampoco funciona si
tenemos la nariz metida en la TV o en el celular todo el día, y cada vez que el
niño nos aborda ponemos cara de fastidio.
Los primeros que tenemos que educarnos somos nosotros,
desechar malos hábitos, ser congruentes, conscientes, proactivos, generosos y
compartidos.
Un gran cambio requiere mucho trabajo: Todos –sin
excepción-- tenemos tarea para rato. El
corazón de piedra verde que tanto sorprendió al escritor: La vida de México que
surge plena y fecunda desde sus raíces,
dispuesta a conquistar al mundo.
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